El papa Francisco ha participado este Viernes Santo en una edición especial de ‘A Sua immagine’, el programa religioso de la Conferencia Episcopal Italiana que se emite en Rai1. Entrevistado por su presentadora, Lorena Bianchetti, el pontífice destacó que “en este momento, en Europa, esta guerra nos golpea mucho. Pero miremos un poco más allá. El mundo está en guerra, el mundo está en guerra. Siria, Yemen, y luego piensa en los rohingya, expulsados, sin patria. En todas partes hay guerra. El genocidio de Ruanda hace 25 años. Porque el mundo ha elegido –es duro decirlo– pero ha elegido el patrón de Caín y la guerra es implementar el cainismo, es decir, matar al hermano”.
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Rechazando los ‘pactos’ con el Diablo, “el mal absoluto”, el Papa añadió que “con las personas que están enfermas, que tienen esta enfermedad del odio, se habla, se dialoga, y Jesús dialogaba con muchos pecadores, incluso hasta con Judas al final como ‘amigo’, siempre con ternura, porque todos tenemos siempre –con el Espíritu del Señor que Él ha sembrado en nosotros– algo bueno”. “¡Todos tenemos algo bueno, todos! Es precisamente el sello de Dios en nosotros. Nunca debemos considerar que una vida ha terminado, no, que ha terminado en el mal, o decir ‘Este es un condenado’”, añadió.
Francisco advirtió que “la seducción siempre trata de entrar, de prometer algo. Si los pecados fueran feos, si no tuvieran algo de bello, nadie pecaría. El diablo te presenta algo hermoso en el pecado y te lleva a pecar. Por ejemplo, los que hacen la guerra, los que destruyen la vida de los demás, los que explotan a la gente en su trabajo”. Y sobre la explotación laboral añadió que “también es una guerra. Esto también es destrucción, no solo los tanques, esto también es destrucción. El diablo siempre busca nuestra destrucción. ¿Por qué? Porque somos la imagen de Dios”. Jesús en la Cruz, recordó, vive “la soledad más absoluta, porque quiso descender a la más horrible de las soledades del hombre para levantarnos desde allí. Él regresa al Padre, pero primero bajó, está en cada persona explotada, que sufre guerras, que sufre la destrucción, que sufre la trata. Cuántas mujeres son esclavas de la trata, aquí en Roma y en las grandes ciudades. Es obra del mal. Es una guerra”.
Compartir el sufrimiento
Pensando en las víctimas, recordó la lección de “no hablar cuando alguien está sufriendo. Ya sea a un enfermo o en una tragedia. Los tomo de la mano, en silencio. Pero cuando vienen a ti [a hablarte] y estás enfermo: “No, pero usted aquí, allí, pero el Señor…”. ¡Cállate! ¡Cállate! Frente al dolor: silencio. Y llanto. Es cierto que el llanto es un don de Dios, es un don que debemos pedir: la gracia de llorar, ante nuestras debilidades, ante las debilidades y tragedias del mundo”, recomendó.
En este sentido alabó el papel de las mujeres en la guerra y recordó las madres que visitaban a sus hijos en la cárcel de Buenos Aires. “Cuando hay un hijo de por medio, cuando hay una vida de por medio, las mujeres siguen adelante. Por eso es tan importante, tan importante lo que dice: dar un papel a las mujeres en los momentos difíciles, en los momentos de tragedia. Ellas saben lo que es la vida, lo que es la preparación para la vida y lo que es la muerte, lo saben bien. Hablan ese idioma”, destacó. Por ello condenó la explotación y la violencia contra las mujeres, y añadió que ellas “son la reserva de la humanidad, puedo decir esto, estoy convencido de ello. Las mujeres son la fuerza. Y allí, al pie de la cruz, huyeron los discípulos, las mujeres no, las que lo habían seguido durante toda su vida”.
Pensando en los refugiados, denunció la diferencia que reciben en el trato –“ somos racistas”, recalcó– y recordó que “el problema de los refugiados es un problema que también sufrió Jesús, porque fue emigrante y refugiado en Egipto cuando era niño, para escapar de la muerte. ¡Cuántos de ellos sufren para escapar de la muerte!”. “La guerra crece con la vida de nuestros hijos, de nuestros jóvenes. Por eso digo que la guerra es una monstruosidad. Vayamos a estos cementerios que son la vida misma de esta memoria”, señaló haciendo referencia a los memoriales de las diferentes guerras que ha visitado.
Entrando en la cuestión de la carrera armamentística denunció que “vivimos con este esquema demoníaco, [que dice] que nos matemos unos a otros en aras del poder, en aras de la seguridad, en aras de muchas cosas”. “Hemos olvidado el lenguaje de la paz, lo hemos olvidado”, lamentó
“Son los jóvenes y los ancianos los que tienen en sus manos y en su corazón la posibilidad de reaccionar”, recomendó para recuperar la esperanza ante los dramas actuales. Por eso, lamentó “el abandono de los mayores y el abandono de la sabiduría, porque a veces somos superhombres, lo sabemos todo. ¡No sabemos nada! La soledad de los mayores y la utilización de los jóvenes, porque a los jóvenes sin la sabiduría que les da un pueblo les irá mal”. También reprochó que tanta gente viva con “soledad”, especialmente desde la pandemia.
Entrando en la situación eclesial, para el Papa “la cruz más dura que la Iglesia hace al Señor hoy es la mundanidad, el espíritu de la mundanidad. El espíritu de la mundanidad, que es un poco como el espíritu del poder, pero no solo del poder, es vivir en un estilo mundano que -curiosamente- se nutre y crece con el dinero”.
La esperanza nunca defrauda
“Hoy, Viernes Santo, frente a Jesús Crucificado, déjate tocar el corazón, deja que Él te hable con su silencio y con su dolor. Deja que te hable con las personas que sufren en el mundo: sufren el hambre, la guerra, tanta explotación y todas estas cosas. Deja que Jesús te hable y, por favor, no hables tú. Silencio. Que sea Él y pide la gracia de llorar”, recomendó el pontífice recordando la situación que vive Ucrania.
“La esperanza nunca defrauda, pero se hace esperar. La esperanza es la sirvienta doméstica de la vida católica, de la vida cristiana. Es realmente la más humilde de las virtudes. Está oculta, pero si no la tienes [a mano], no encontrarás el camino correcto. La esperanza es la que te hace encontrar el camino correcto. Tener esperanza no es tener la ilusión”, recomendó a los más abatidos por la pandemia.
Ahora bien, advirtió a los jóvenes que “no confundan esperanza con optimismo. El optimismo podemos comprarlo en el quiosco. ¡Ya sabes, el optimismo se vende! Pero la esperanza es otra cosa. La esperanza es estar seguros de que vamos hacia la vida”, apuntó poniendo el ejemplo del ancla.