Vaticano

Las familias reclaman la paz en casa y en el mundo en el Vía Crucis del Coliseo

Ucranianos y rusos han hecho una llamada a la reconciliación llevando juntos la cruz y puesto de manifiesto la destrucción y el sinsentido de la guerra





Después de dos años, el Vía Crucis de la noche del Viernes Santo volvió al Coliseo romano. El papa Francisco volvió a participar y seguir las meditaciones desde la explanada del templo de Venus y Roma –recién restaurado– y junto a las imponentes obras de una nueva estación de metro. Allí fue saludado por el alcalde de Roma, Roberto Gualtieri. En la oración final, el pontífice pidió que se mantenga “encendida en nuestras familias la lámpara del Evangelio, que ilumina alegrías y dolores, cansancios y esperanzas; que cada casa refleje el rostro de la Iglesia, cuya ley suprema es el amor”.

Como ya se anunció, las reflexiones han sido elaboradas por distintas familias que se han alternado en portar la cruz en cada una de las estaciones. Una decisión que se produce con motivo del Año de la Familia “Amoris Laetitia”, que conluirá el próximo verano. Estas meditaciones ofrecerán escenas de la vida cotidiana o las consecuencias de la guerra o las dificultades de las familias más vulnerables. Entre las familias destacó en la opinión pública el hecho que dos sanitarias y amigas, una rusa y una ucraniana, portases juntas la Cruz en la 13ª estación acompañadas de sus familias, gesto de reconciliación que han cuestionado el nuncio y el embajador ante la Santa Sede de Ucrania o el arzobispo de Kiev.

Sacrificio y belleza

Las familias plasmaron el camino de la cruz desde los temores e incertidumbres del futuro por parte de una pareja que lleva dos años de matrimonio y que compartió los problemas de sus amigos o lo difícil que es llegar a fin de mes. Una familia misionera compartió sus dudas al dejar la seguridad del hogar para crecer junto al “dolor y el sufrimiento de una madre que muere al dar a luz y, además, bajo las bombas, o de una familia destruida por la guerra o el hambre y los abusos, surge la tentación de responder con la espada, de huir…”, aunque reafirma su confianza en la providencia de Dios.

Un matrimonio que no ha podido tener hijos compartió su paternidad cuidando a los demás y, juntos estos, una familia numerosa señaló los sacrificios hechos en favor de los hijos incluyendo “la angustia y la tentación del arrepentimiento ante el enésimo gasto inesperado” como forma de vivir la “belleza” más pura. Los padres de un hijo con discapacidad ven la cruz en prejuicios de los demás.

El dolor lo cambia todo

Por su parte, dos matrimonios con 42 años de casados, 3 hijos naturales, 9 nietos y 5 hijos adoptados pidieron que “el dolor nos devuelve a lo esencial, ordena las prioridades de la vida y devuelve la sencillez de la dignidad humana”. Hijos adoptados reclamas esa cruz que es la historia de una vida marcada por el abandono, sanada por una acogida, se esconde un secreto de felicidad.

Una familia con un hijo sacerdote compartió si recelo inicial y cómo se han abierto a la voluntad de Dios. “Nosotros somos una vasija y Tú eres el mar”, proclamaron. Unos abuelos confesaron la cruz de la enfermedad que sufre la esposa y cómo esta ha alterado la armonía u otros abuelos han dejado la serenidad de la jubilación para atender a los nietos o responder a las necesidades de las familias porque “aargados de una cruz”, ellos quieren “ser ‘oxígeno’ para las familias” de sus hijos, porque “nunca se deja de ser mamá y papá”. Una madre soltera alabó la existencia de “una Iglesia que, con todos sus defectos, le tiende la mano” y una mujer que ha perdido a su marido y a su hija, ve su cruz “habitada por el Señor” como María a los pies de Jesús.

Silencio y respeto

Intensas han sido las dos últimas estaciones. En la décimo tercera una familia ucraniana y otra rusa han portado la cruz. Dejando de lado la reflexión preparada se ofreció un momento de silencio. De forma muy resptuosa todos los fieles reunidos junto al coliseo han rezado por la paz, las dos sanitarias y amigas, una rusa y una ucraniana, se han abrazado en torno a la cruz y se han mirado anhelando la reconciliación. Todas las miradas estaban puestas en este gesto que ha supuesto quejas internas y diplomáticas, pero todos respondieron a la invitación a rezar por la paz en el mundo.

Una familia de refugiados, en la última estación, ha hecho un canto a la esperanza en medio de las dificultades que han experimentado al llegar a una nueva tierra en la que no siempre se siente la acogida. “Aquí hay muchos números, categorías, simplificaciones. Sin embargo, somos mucho más que inmigrantes. Somos personas”, reclamaron. “Sabemos que la gran piedra que está a la puerta del sepulcro será removida un día”, concluyeron, esperando la Pascua y la vida nueva de Cristo.

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