Francisco ha retomado, este miércoles 20 de abril, en su primera audiencia general en tiempo pascual, sus catequesis sobre la ancianidad. Un nuevo encuentro con los fieles en San Pedro en el que, sin rastro ya de ninguna restricción por la pandemia, el Papa ha llamado a reflexionar “sobre lo que significa el ‘honra a tu padre y a tu madre’” que nos dejó Jesús.
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Adentrándose en “la fragilidad de la vejez”, marcada “de manera especial por las experiencias de pérdida y desilusión, pérdida y abandono, desilusión y duda”, el Pontífice ha reclamado que “sus situaciones dramáticas” no causen en los demás “menos impresión” o incluso producir “fastidio”; una reacción que en ningún caso se da cuando la tragedia la sufre una persona joven.
La vida no se contradice
Y es que, como percibe el Papa, “las heridas más graves de la infancia y la juventud provocan, con razón, un sentimiento de injusticia y rebeldía, una fuerza para reaccionar y luchar. Por otra parte, las heridas, incluso graves, de la vejez van inevitablemente acompañadas del sentimiento de que, en cualquier caso, la vida no se contradice, porque ya ha sido vivida”.
Con todo, hay que alimentar siempre al amor y encontrar “la forma de honrar a los que nos han precedido”. Un anhelo que entronca con el “honor”, que “es una buena palabra para enmarcar este ámbito de restitución del amor que concierne a la vejez. Hoy hemos redescubierto el término ‘dignidad’ para indicar el valor de respetar y cuidar la vida de todos. La dignidad, aquí, equivale esencialmente al honor”.
Hermosa declinación del amor
Una “hermosa declinación del amor que es el honor” que se echa en falta “cuando un exceso de confianza, en lugar de expresarse como delicadeza y afecto, ternura y respeto, se transforma en aspereza y prevaricación. Cuando se reprocha la debilidad, e incluso se castiga, como si fuera una falta. Cuando el desconcierto y la confusión se convierten en una apertura para la burla y la agresión”.
Una lacra que “puede ocurrir incluso en el hogar, en residencias de ancianos, así como en oficinas o en los espacios abiertos de la ciudad”. Frente a ello, es clave fomentar en los jóvenes ese sentimiento fraterno hacia los mayores. Pues, de lo contrario, “se abre el camino a excesos inimaginables. Los jóvenes que prenden fuego a la manta de un ‘vagabundo’ porque lo ven como un desecho humano son la punta del iceberg, es decir, del desprecio por una vida que, lejos de los atractivos e impulsos de la juventud, aparece ya como una vida de desecho”.
Apoyo social y cultural
Para Francisco son loables “las disposiciones materiales que las sociedades más ricas y organizadas ponen a disposición de la vejez”, pero cree que “la lucha por la restitución de esa forma especial de amor que es el honor sigue pareciendo frágil e inmadura”. Por ello, “debemos hacer todo lo posible para apoyarla y fomentarla, ofreciendo un mejor apoyo social y cultural a quienes son sensibles a esta forma decisiva de la ‘civilización del amor’”.
Y es que “no es una cuestión de cosmética y cirugía plástica. Se trata más bien de una cuestión de honor, que debe transformar la educación de los jóvenes sobre la vida y sus etapas. El amor por lo humano que nos es común, incluido el honor por la vida vivida, no es cosa de viejos. Más bien es una ambición que hará brillar a los jóvenes que hereden sus mejores cualidades. Que la sabiduría del Espíritu de Dios nos conceda abrir el horizonte de esta verdadera revolución cultural con la energía necesaria”.
Más allá de sus necesidades materiales
En su posterior saludo en español, Bergoglio ha recuperado lo esencial de la catequesis y ha recordado que honrar a los mayores es un “mandamiento que no se refiere solamente a los padres biológicos, sino al respeto y el cuidado que se debe procurar a las generaciones que nos preceden, es decir, a todas las personas mayores. Además, consideremos que no se trata solo de ‘honrar’ a los ancianos cubriendo sus necesidades materiales sino, sobre todo, de ‘honrarlos’, de ‘dignificarlos’ con el amor, la cercanía y la escucha”.
Una actitud que no siempre se cumple en la realidad: “Muchas veces, lamentablemente, los ancianos son objeto de burlas, incomprensiones y desprecios. Incluso, llegan a ser víctimas de la violencia. Por eso, es importante que transmitamos a las jóvenes generaciones que el amor a la vida hay que manifestarlo siempre, en todas sus etapas, desde la concepción hasta su fin natural, e incluye de modo especial honrar la vida vivida por nuestros mayores con ternura y respeto”.
Una invitación a la ternura que el Pontífice ha cerrado así: “Pidamos a Cristo resucitado que nos conceda delicadeza y paciencia para tratar con las personas que nos rodean, especialmente con quienes están atravesando la etapa de la ancianidad”.