Rafael González es de los que no se jubilan. A sus 93 años continúa al pie del cañón en el colegio de La Salle en Jerusalén. Allí, al lado de la Puerta Nueva de la Ciudad Vieja estudian centenares de jóvenes de todas las edades. Para el hermano Rafael, su misión en Tierra Santa todavía sigue estando muy clara: educar.
“Si hoy llegara un hermano con la idea de convertir a alguien, lo mejor que podría hacer es coger su maleta e irse. Nosotros estamos aquí para vivir junto a estas gentes. Por eso es importante conocer su lengua, ya que casi todos los religiosos somos extranjeros. Sin embargo, tres cuartas partes no hablan ni una palabra”, cuenta a Vida Nueva mientras conversamos, té en mano, en la sala común de la comunidad, formada en estos momentos por tres religiosos, dos de Oriente Medio y él.
Su objetivo es construir fraternidad desde la escuela. Esto se evidencia con la convivencia de las tres grandes religiones monoteístas en la escuela, donde el 65% del profesorado es judío. Por su parte, cuentan con mayoría de alumnado musulmán, en torno al 80%, por un 20% de cristianos, que años atrás sí eran mayoría.
El hermano Rafael llegó a esas tierras en 1954, concretamente a Jordania. “Me enviaron a Amán, lo busqué en el mapa y ni siquiera lo encontré, pero allí que me fui. No había ni un árbol desde Damasco hasta Amán, era un auténtico desierto. Y nos instalamos en un pueblito de apenas 17.000 habitantes donde la congregación había construido un colegio”, señala.
Tras 11 años en el país vecino, su nuevo destino fue Jerusalén, donde pasó también una primera etapa de más de una década, hasta que se marchó a Líbano, donde se topó con la guerra en 1975 y la sufrió durante los cinco años que duró. “Entonces me llegó a alcanzar una bala, porque los tiroteos eran muy frecuentes. Pero no fue nada grave, cinco días en el hospital y para casa”, dice restándole importancia.