Debido a un retraso en el traslado, el cuerpo del cardenal mexicano Javier Lozano Barragán llegó hasta este viernes 29 de abril a la Basílica de Guadalupe en la Ciudad de México, donde fue recibido por el cardenal Carlos Aguiar Retes y algunos obispos del país.
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El cardenal Lozano Barragán, quien llevaba 26 años viviendo en la ciudad de Roma, falleció el 20 de abril, y la primera misa exequial se celebró el día 25 en el Altar de la Cátedra de la Basílica Vaticana; a su término, el papa Francisco presidió el tradicional rito de la ‘Ultima Commendatio’ y de la ‘Valedictio’.
La Misa de este viernes en la Basílica de Guadalupe de la capital del país fue una parada previa antes de que sus restos fueran sepultados en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe de la diócesis de Zamora, conforme a la voluntad del propio cardenal Javier Lozano Barragán.
En el santuario del Tepeyac estuvo presente también el cardenal Norberto Rivera Carrera, arzobispo emérito de México, los obispos auxiliares de la arquidiócesis primada, así como varios obispos del país muy cercanos al cardenal fallecido.
Apasionado de la verdad
La homilía estuvo a cargo del sacerdote de la arquidiócesis de México, Álvaro Lozano Platonoff, quien funge como Vicario de Pastoral de esa Iglesia particular. Al recordar a su tío, el sacerdote destacó que éste fue “un testigo que no dejó de aprender a obedecer a Dios antes que los hombres, a pesar de los muchos peligros cotidianos”.
“Aquél que con su gran habilidad teológica, no dejaba de defender a nuestro Dios en todas las circunstancias, sin importar problemas en los que pudiera entrar, apasionado de la verdad, justo porque era testigo de la resurrección del señor”, añadió.
Recordó que “su amigo el papa Francisco con cariño le llamaba ‘Lázaro’. Desde su nacimiento, bautismo, -como a él le gustaba decir- fue un milagro porque a punto de morir en su natal Toluca, el bautismo fue el que lo salvó y aquél médico que lo cuidaba se sorprendió de la acción de Dios en sus manos”.
Asimismo, enfatizó que su tío fue aquél que terminó por ser “expulsado por piadoso del seminario; nunca perdió la cercanía con Nuestra Madre, a quien era la primera que visitaba, cada vez que venía a México, ya que cada noche en su capilla, en su casa, se acercaba como un pequeño niño a hablarle, a tocarla con mucho cariño”.
Basaba sus enseñanzas partiendo del misterio de Dios
Tras la celebración a los pies de la Virgen de Guadalupe, el cuerpo fue trasladado a la ciudad de Zamora para ser sepultado en el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe.
La misa fue presidida por el arzobispo de Guadalajara, el cardenal Francisco Robles Ortega, quien reconoció al cardenal Javier Lozano como un gran maestro, padre, amigo y pastor. “Dios permitió que en el camino de mi formación sacerdotal tuviera contacto con este gran hombre. Y ahí nació una amistad que fue creciendo por la delicadeza y finura que él tenía para tratar a sus amigos”.
Dijo que algo que le llamaba mucho la atención del cardenal Lozano es que cuando daba clases de teología, siempre basaba sus enseñanzas partiendo del misterio de Dios, uno y trino. “Él, como gran teólogo, se dio a la tarea de profundizar en el misterio de Dios, y a partir de la contemplación de ese misterio, trataba de sacar la luz y la iluminación para todos los demás tratados y temas de teología”.
En esa Iglesia particular se tenía previsto un recorrido del féretro por las calles de la ciudad; sin embargo, debido al retraso en el traslado desde la Ciudad de México, sólo se celebró la eucaristía, en la que también estuvieron presentes varios obispos del país, entre ellos el obispo de la diócesis de Zacatecas, sede que ocupara el cardenal Lozano Barragán de 1984 a 1997, cuando fue llamado por el papa Juan Pablo II para colaborar en el Consejo Pontificio para la Pastoral de los Agentes Sanitarios.
Los restos del cardenal Javier Lozano Barragán ya descansan en este santuario mariano.