Florencia Luce es la autora argentina de ‘El canto de las horas’. Este libro es el fruto de muchos años de análisis y reflexión, después de 12 años de experiencia y vida en un monasterio benedictino de clausura.
Más allá de su experiencia personal, quiso novelar la respuesta al llamado de Dios, el descubrimiento del quehacer de la vocación contemplativa, los tiempos propios y los de la comunidad de religiosas y la importancia del canto litúrgico que marca la vida conventual.
Vida Nueva dialogó con Florencia sobre esta publicación para conocer más sobre esta elección de vida que conlleva preguntas, planteos y misterio.
PREGUNTA.- Conocemos a Marie cuando entra al monasterio. Sabemos algunas de las partes de su vida, pero no terminamos de descubrir qué motivaciones, enamoramientos, miedos, incertidumbres tiene antes de su ingreso.
RESPUESTA.- Marie se plantea la vocación religiosa a los 19 o 20 años. Se puede entrever en la novela que se trata de una adolescente de clase media, con una familia estable que le da la posibilidad de asistir a una universidad privada. Se menciona que tiene amigos, y también vive un noviazgo típico de la edad. Como clásica adolescente, Marie es impulsiva. Tiene una suerte de obsesión por alcanzar ideales altos, quiere hacer de su vida algo diferente y especial. Pero quizá eso mismo es lo que provoca que, por contraste, perciba su presente con tibieza e inconformidad. En el fondo, no sabe qué hacer de su vida. Es una niña aún.
¿Miedos? Sí, probablemente. Miedo a replicar en ella lo que percibe a su alrededor como vidas monótonas e intrascendentes. Una vez que decide que lo suyo es un llamado de Dios, se lanza hacia allí no solo porque le atrae esa vida que cree ideal, sino porque inconscientemente es la solución para dejar atrás una realidad que le resulta pequeña.
P.- ¿Qué virtudes de los distintos personajes rescatarías para ir formando una verdadera vocación religiosa de clausura?
R.- La verdadera vocación contemplativa y de clausura se refleja, por supuesto, en la profundidad espiritual de una persona, en la fe sólida y constante, tanto en un llamado específico de Dios como en aquello que se promete. Pero también, a mi modo de ver, hay otros datos importantísimos. Uno es la veracidad, la honestidad de la persona consigo misma. Y el otro, no una virtud pero sí algo esencial que lo pondría incluso en primer lugar, es el tener cierto nivel de madurez, de seguridad en sí misma o sí mismo, es decir, que haga posible relacionarse con la comunidad religiosa sin ataduras infantiles. Todo lo demás se puede adquirir y aprender, pero sin esta base no se puede llegar a una consagración genuina a Dios. No se puede esperar que una joven “madure” en un entorno semejante, ni que “adquiera” la fe si no la tiene. En los personajes de la novela veo estos rasgos en Belén, entre las más jóvenes, porque la fe la acompaña desde la infancia, y porque es dócil, no tiene rebeldía interior, lo cual no es un detalle menor.
P.- Si tuvieras que formar un monasterio “ideal” ¿con qué personajes te quedarías y a cuáles les darías más responsabilidad?
R.- Además de Belén, a quien acabo de mencionar, y a quien podría imaginar a la cabeza de la comunidad, pienso en las ancianas que se fueron moldeando año tras año en un despojo espiritual auténtico. Entre ellas, las dos más maravillosas son Angela y Celeste, modelos de lo que yo creo que es una vocación contemplativa porque tienen bondad y simplicidad de espíritu, y porque no sienten ninguna superioridad sobre el resto, algo clave en los puestos de responsabilidad. El personaje de la hermana Gloria es otro a quien le daría responsabilidades sobre la comunidad, justamente por el hecho de que no las ambiciona. A mi modo de ver, el gran peligro en la estructura de una comunidad religiosa es cuando se va colando sutilmente la necesidad de tener cierto poder, por más ínfimo que sea, y este se torna una obstrucción en el camino espiritual. Cuando eso ocurre, la vocación y consagración a esa vida tan reclusa se torna un sinsentido.
P.- El canto gregoriano que va marcando las horas y la vida de las religiosas. ¿Cuánto ayuda a la salud espiritual de la comunidad?
R.- No puedo imaginar una comunidad contemplativa y de clausura sin el canto gregoriano. En este tipo de vida tan recluido, tan alejado del mundo y de sus distracciones, tan marcado por la rutina diaria de trabajo silencioso, oración y meditación, trabajo, oración, meditación, el canto gregoriano es como una soga directa para alcanzar el mundo espiritual. Es el instrumento esencial para conectar el alma con ese mundo divino, no solo a nivel individual. El gregoriano no es un canto polifónico, sino que se canta al unísono. Es a través de esa sola voz que la comunidad se amalgama y se eleva en una oración más penetrante, más poderosa. Hay una escena en la que Marie y Renata cantan juntas; es entonces cuando pareciera que alcanzan una cima en la experiencia espiritual. Así como en la novela se habla de que la vida contemplativa es el pulmón de la Iglesia, me gusta pensar al canto gregoriano como el pulmón de la vida contemplativa.
P.- Como religiosa que fuiste, ¿qué consejos le darías a Marie para que su vocación responda al llamado de Dios, más allá de los mandatos y de las imposiciones?
R.- Le diría a Marie, a quien considero como prototipo de una joven vocación religiosa, que se tome más tiempo antes de definir su entrada al monasterio. Dios no tiene apuro, Dios no pone tiempos o fechas, Dios espera y está siempre presente. Le mostraría a Marie muchas razones por las cuales es beneficioso esperar, estudiar algo que la forme en su profundidad de pensamiento, en su capacidad de análisis. Le diría a Marie que vea otras realidades primero, y que no se precipite, que no sea impulsiva. Pero, claro, el adolescente es así, entonces Marie no me escucharía. Pienso en la responsabilidad de aquellos que tienen en sus manos la dirección espiritual de estos jóvenes. Son ellos en quienes los jóvenes se apoyan. A ellos les pediría que ayuden a estos jóvenes a esperar, a madurar ante estas decisiones tan trascendentales.
P.- Después de esta publicación, ¿qué significa para vos hoy “El canto de las horas”?
R.- ‘El canto de las horas’ es el resultado de años de preguntas interiores y de revisión sobre mi experiencia en un monasterio. Me llevó mucho tiempo escribir esta novela, y el resultado es la conjunción de esa introspección combinada con la pasión que siento por la literatura y el lenguaje poético. Quise escribir un relato de ficción sobre algo que conozco muy de adentro, pero quise que además fuera algo bello, un texto en donde el tono mantuviera de algún modo la sonoridad tranquila de la mística del canto gregoriano. No sé si lo he podido lograr, pero hoy la novela es un ser con vida propia, una obra que miro con afecto, por toda la alegría, el sacrificio y el dolor que me representó llevarlo a la luz.