El que fuera presidente de los obispos coreanos, Victorinus Yoon Kong-hi, asegura que la fe católica crece en “como los árboles del seminario de Tokwon” a pesar del régimen de Kim Jong-un
Pese a vivir escondidos por la durísima persecución decretada por los gobernantes en Corea del Norte, la Iglesia local “está creciendo como los árboles del seminario de Tokwon“, en palabras del ex obispo de la diócesis surcoreana de Gwangju, Victorinus Yoon Kong-hi.
“En los árboles brotan nuevos retoños en cada rama cada año. Así también están creciendo los católicos que se esconden en algún lugar del norte”, explicó. Yoon reconoció que no tiene cifras exactas y que “lo único que puedo hacer es rezar y confiar en la providencia de Dios” por los hermanos que viven bajo el cruel yugo de Kim Jon-un.
En un libro, publicado a partir de ocho entrevistas con el anciano prelado, se recoge la historia de la Iglesia católica en el país asiático. Yoon nació antes de la división en las dos coreas, en una zona que quedaría finalmente bajo el dominio comunista. De esos años, el religioso, de 98 años, rememora emocionado la gran labor social que llevaban a cabo, como atención médica o escolarización de los más pobres.
El también ex presidente de la Conferencia Episcopal de Corea del Sur rememora con pesar el proceso de separación y cómo afectó a la Iglesia. En 1949, terminado el protectorado de Japón, las campanas del seminario y monasterio benedictino de Tokwon repicaron alertando de la llegada de tropas comunistas. Arrestaron al abad y obispo Boniface Sauer, que sería posteriormente asesinado en prisión.
Antes de que se lo llevaran, Sauer dedicó unas palabras que Yoon lleva clavadas aún en el corazón: “Como el Señor ha llamado, y como el Señor ha hecho, debemos salir a la muerte con innumerables mártires. Ahora, les pido que continúen en este lugar sin mí. Vuelvan y descansen en paz. Encontrémonos en el cielo”.
Cuatro días después, los 26 monjes y 73 seminaristas que vivian en el monasterio fueron expulsados. No pudieron llevarse ninguno de los objetos sagrados, ni siquiera las sotanas, rosarios o un simple libro. Un triste epílogo para un pueblo que, pocos días antes, celebraba el fin de la presencia japonesa en su tierra.
Yoon, entonces seminarista, huyó hacia el sur con Daniel Tji Hak Soun -que luego también sería obispo-. Tras una azarosa y peligrosa travesía, consiguieron llegar a Seúl en enero de 1950. Allí pudieron comprar leche y chocolate y “respirar libertad”.