La invasión de Putin a Ucrania cumple tres meses. Tres meses de incertidumbre, de miedo, de muerte, de hambre, de destrucción, de “conmoción y dolor”. Los templos de Jarkov han sido derribados por misiles rusos. No ocurre lo mismo con la Iglesia, entendida como pueblo, que mantiene el ánimo y la fe altos entre bombas, metralla y balas. Así lo ejemplifica Pavlo Honcharuk, obispo católico latino de Járkov.
En conversación con Ayuda a la Iglesia Necesitada, el prelado, que continúa a pie del calle desde el primer día, lamentó que “ya nada es sagrado” para las tropas rusas. “Nuestra catedral está dañada – todas las ventanas estallaron por la presión durante un ataque aéreo. Ahora, la usamos como almacén para suministros humanitarios. Rezamos en una pequeña capilla. Pero aún podemos enterrar a todos los muertos, gracias a Dios”.
El prelado lamentó que “las iglesias no suponen un refugio seguro durante los ataques aéreos, a no ser que tengan un sótano seguro, porque los edificios religiosos no se respetan más que otros objetivos civiles”. “Ya nada es sagrado”, concluye.
El obispo, que lleva dos años al frente de la diócesis de Járkov-Zaporiyia, se desvive en ayudar a los vecinos: “Además de la oración y la misa diaria, la mayoría de los días tratamos de llegar a las personas de los búnkeres con ayuda humanitaria. Cargamos vehículos, conducimos por la ciudad aparentemente desierta y hablamos con la gente, los consolamos”. En jornadas maratonianas, realiza un trabajo “increíblemente agotador, físicamente y aún más mentalmente debido a la tensión permanente”.
“Vemos a la gente, a ancianos, a inválidos, escondidos en los sótanos”. El religioso esta viendo situaciones horribles cada día, algunas de las cuales se le quedarán grabadas para siempre: “Recuerdo a una niña de unos cinco años parada, petrificada, frente al cadáver de un ser querido en la calle, incapaz de moverse. El sentimiento de terror, miedo y completa impotencia se cierne sobre todos”.
Las situaciones también son dramáticas para las familias. Mientras que los niños más pequeños y las madres son llevados a un lugar seguro y se quedan los padres y los hijos varones más mayores para defender sus hogares y su patria. A pesar de los bombardeos, Mons. Pavlo no ha pensado en irse: “Mientras haya creyentes en la ciudad, yo estaré con ellos. Dios y mi fe me darán fuerza para ello. Nosotros – los sacerdotes – no estamos armados. Somos gente de iglesia. Nuestras armas son la Palabra de Dios y la oración”.