África

La vocación de lo pequeño engrandece





Paradójicamente, cada vez que se pronunció el nombre de Carlos de Foucauld durante la ceremonia de canonización del pasado domingo, los aplausos ahogaban la voz del prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos. Quizá, se atragantaba porque el hombre que recibía los aplausos “siempre quiso pasar como un viajero en la noche, desapercibido”, como deja caer Isabel Lara, religiosa de las Hermanitas del Sagrado Corazón de Jesús de Carlos de Foucauld, la primera y más pequeña de las comunidades nacidas de la espiritualidad del místico del desierto.



“La verdad es que no sé si a él le habría gustado una ceremonia así. Era tan humilde que firmó su obra con el nombre de un amigo fallecido. Lo descubrieron fácilmente, pero dice mucho del tipo de persona que era”, explica la que fuera superiora general de la congregación. Como Foucauld, Isabel huye de cualquier foco de atención, pero admite la necesidad de dar un paso al frente en estas semanas especiales: “La canonización tiene una parte positiva: hará que los que no forman parte de la comunidad de espiritualidad de Carlos de Foucauld puedan conocer su vida y sus obras”.

Ella conoció la figura del misionero cuando un sacerdote le preguntó: “¿Isabel, tú nunca has pensado en la vida religiosa?”. “Yo le contesté que no me veía de monja por mi carácter, pero él me dijo: ‘Es que yo te veo y te escucho, y me haces recordar la espiritualidad de Carlos de Foucauld’. Yo le dije que no sabía quién era ese y él me dio varios libros. Los fui leyendo y me dije ‘esto es lo que yo quiero vivir’ y volví a hablar con él”, recuerda. Juntos, vieron que en Extremadura tenía dos opciones. En Guadalupe, al norte, con las Hermanas de Jesús, “una congregación muy grande, con hábito azul”. En el sur, una pequeña comunidad sin hábito, la que hoy es su congregación: “Pensé en ir a conocer a unas y otras y elegir, pero cuando conocí a las hermanitas, ya no quise ver nada más”.

Color propio

“Tengo claro que acerté, porque tengo una psicología de pequeño grupo, una comunidad con poca estructura, como una familia. Al ser pocas, somos una congregación donde tenemos mucha libertad personal, mucha confianza en lo que cada una hace, sin un modelo ‘prefabricado’ de hermana, cada una con su propia personalidad, donde el discernimiento personal es fundamental. Cada una ponemos nuestro color propio al carisma”, explica.

Isabel comenzó su formación en su tierra, en el Valle Matamoros. Siendo un carisma para el que las tareas cotidianas son fundamentales para encarnar la sencillez y humildad de la vida en Nazaret, en el que las mismas hermanas hacen todas las labores y trabajan de lo que pueden, ella estuvo empleada en labores de limpieza: “el único trabajo que había”.

Salto a África

De allí pasó a Córdoba, al barrio de Las Palmeras, aún hoy uno de los más marginales de España. Pronto cruzó el Mediterráneo para instalarse, durante dos años y medio, en Mauritania. “Llegué con la Guerra del Golfo, y me marcó profundamente. Poco antes de mi llegada, hubo un conflicto entre Senegal y Mauritania, y se desató una caza de negros, a los que se torturaba, mataba o encerraba en campos de concentración. Al llegar yo hubo una segunda ola de persecuciones. Mauritania se puso del lado de Sadam y España y Francia le retiraron las ayudas”.

Sobre aquel destino, detalla que “nosotras vivíamos muy retiradas, con vecinos negros. Yo era la más joven y me quedaba en casa”. “Un día se llevaron a los doce vecinos subsaharianos que vivían en nuestra calle. Solo volvimos a ver a uno. El resto fue asesinado tras ser castrado”. Sus dos hermanas enfermaron y ella consiguió que un oficial francés y una monja que era médico las evacuaran por la noche.

“Busca tu camino”

Su siguiente estación fue Mali, donde vivió 15 años. “Un lugar maravilloso en esos momentos –rememora– con gente acogedora, tolerantes… Nuestros vecinos musulmanes venían a nuestras misas de Pascua y Navidad para honrarnos, y nosotras hacíamos lo mismo con sus grandes fiestas”. La religiosa trabajaba el tinte de tela y cuero, en esa época, y enseñaba a las mujeres del pueblo a hacerlo para que pudieran venderlas. “Me traían a sus bebés y me los dejaban en cajas de plástico o cartón mientras trabajaba, Me encantaba”. Además, muchos jóvenes iban a hablar sobre el matrimonio o la sexualidad.

Entonces ella pidió encargarse solo de estas nuevas generaciones. ¿La respuesta de su congregación? “Busca tu camino”. Crearía entonces lo que ella considera su pequeño grano de arena de fraternidad: “Una biblioteca universitaria en la calle”. “Antes hacía 60 kilómetros en motocicleta para conseguir libros y revistas, y vi que los jóvenes necesitaban libros para formarse”, explica sobre esta iniciativa. Con la ayuda del herrero del pueblo, construyó las mesas y consiguió las obras.

Superiora

En este tiempo de entrega fue elegida superiora. Llegó a París en un momento complicado, con presiones para fusionarse con otra congregación.

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