El pontífice muestra su cercanía ante la situación que falta de libertad que viven los obispos y los fieles chinos
El papa Francisco ha rezado junto a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro, en este domingo de Pascua, la oración mariana del Regina Caeli. En una luminosa mañana primaveral, el pontífice ha recordado la beatificación de Pauline Jaricot, esta tarde en Lyon, impulsora de la Obra de la Propagación de la Fe; el pontífice alabó su valentía y su visión universal de la Iglesia y, por ello, deseó que su testimonio incremente en todos la participación a través de la oración en la misión universal.
El Papa recordó que comienza la Semana Laudato Si’ e invitó a todos a sumarse a las muchas iniciativas para el cuidado de la casa común. Ante el día de María Auxiliadora, que se celebra el próximo 24 de mayo, Francisco tuvo presente a todos los católicos chinos que la tiene como patrona; a ellos quiso mostrarles su cercanía, especialmente a los fieles y obispos que viven situaciones complejas y para ellos deseó la libertad y la serena colaboración para un mayor desarrollo material y espiritual de la sociedad china.
Finalmente, el pontífice agradeció a los participantes de una manifestación en Roma para reivindicar la objeción de conciencia ante el drama del aborto. “Elijamos la vida” es el lema de una campaña nacional de la que el Papa agradeció el compromiso de los participantes y denunció que en los últimos años se ha cambiado el concepto de que “podemos elegir manipular nacer o morir a nuestra voluntad”. Francisco reivindicó que “la vida es un don de Dios” una realidad “sagrada e inviolable” y “no podemos hacer callar la voz de la conciencia”.
Comentando el evangelio del día, el Papa destacó que Jesús en su discurso tras la Última Cena ofrece su paz a pesar de haber sido traicionado. “En lugar de mostrar agitación, sigue siendo amable hasta el final”, señaló el pontífice. A partir del refrán de que “uno muere como ha vivido”, Francisco destacó que “las últimas horas de Jesús son, de hecho, como la esencia de toda su vida. Siente miedo y dolor, pero no da cabida al resentimiento ni a la protesta. No se permite amargar, no se desahoga, no se impacienta”.
Jesús, prosiguió el Papa, “está en paz, una paz que proviene de su corazón manso, habitado por la confianza. De aquí brota la paz que nos deja Jesús. Porque uno no puede dejar la paz a los demás si no la tiene en sí mismo. No puedes dar paz si no estás en paz”. De esta manera, añadió, “Jesús muestra que la mansedumbre es posible. Lo encarnó precisamente en el momento más difícil; y quiere que nosotros también nos comportemos así, para ser herederos de su paz”.
Para Francisco, Jesús “quiere que seamos mansos, abiertos, dispuestos a escuchar, capaces de desactivar contenciones y tejer concordia. Esto es dar testimonio de Jesús y vale más que mil palabras y muchos sermones”. Por ello, invitó a preguntarse “¿aliviamos las tensiones, apagamos los conflictos? ¿También estamos en fricción con alguien, siempre listos para reaccionar, para explotar, o sabemos responder con no violencia, con palabras y gestos suaves?”.
Ante las dificultades de encarnar esto, el Papa añadió que Jesús “sabe que solos no somos capaces de mantener la paz, que necesitamos ayuda, un regalo. La paz, que es nuestro compromiso, es ante todo un don de Dios”. La paz de Jesús, añadió, es “el Espíritu Santo, el mismo Espíritu de Jesús. Es la presencia de Dios en nosotros, es el ‘poder de la paz’ de Dios”. Para el pontífice, “es Él quien desarma el corazón y lo llena de serenidad. Es Él quien derrite la rigidez y apaga las tentaciones de atacar a los demás. Es Él quien nos recuerda que hay hermanos y hermanas a nuestro lado, no obstáculos y adversarios. Es Él quien nos da la fuerza para perdonar, para empezar de nuevo. Y es con Él que nos convertimos en hombres y mujeres de paz”. “Señor, dame tu paz, dame el Espíritu Santo”, invitó a rezar con cierta insistencia recordando también a los gobernantes de las naciones.