Ayer falleció el cardenal Angelo Sodano, el que fuera mano de derecha -en sentido pleno- de Juan Pablo II. Primero como nuncio y posteriormente, como secretario de Estado, pilotó la gestión internacional del pontificado del Papa polaco, con permiso del secretario personal de Wojtyla, Stanisław Dziwisz. Además, fue decano del Colegio de Cardenales, con la aprobación de Benedicto XVI.
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Sodano muere a los 94 años por un cuadro de neumonía en el hospital Gemelli de Roma tras agravarse de su delicado estado de salud al contagiarse de coronavirus. Con él, desaparece un estilo de gobierno eclesial ahora cuestionado por las aristas que se han ido destapando en los últimos años. Ya como nuncio en Chile, se cuestionó su amistad personal con el dictador Augusto Pinochet que dejó tocada a la Iglesia en el continente americano. El propio Jorge Mario Bergoglio fue testigo en primer persona del poder que ostentaba este piamontés y de la presión que podía llegar a ejercer para sacar adelante los negociados que proyectaba.
De Ratzinger a Bergoglio
Desde Roma, como ‘número 2’ del Vaticano durante 15 años, su política de nombramientos permitió aterrizar con nombres y apellidos el objetivo de Juan Pablo II de establecer un cordón sanitario frente al creciente secularismo y la amenaza del comunismo. De puertas para adentro, tuvo algún que otro desencuentro con Joseph Ratzinger sobre cómo abordar los abusos sexuales, una crisis en ciernes que Sodano optó por silenciar, mientras que el entonces prefecto para la Doctrina de la Fe insistía en abordar de frente.
En 2006 dejaba su cargo, pero su sombra se extendió hasta el cónclave, no tanto por su influencia como elector, sino porque las principales reformas que se reclamaron de las congregaciones generales, buscaban purificar la gestión financiera de la Santa Sede y el papel de la Secretaría de Estado en el gobierno de la Iglesia Universal.