Hace tres meses, cuando Vladímir Putin invadió Ucrania, la embajada española evacuó de emergencia a nuestros compatriotas. En este momento, el cordobés Pedro Zafra, quien lleva diez años en el país como misionero del Camino Neocatecumenal y se ordenó sacerdote en junio del pasado año, tomó la decisión más importante de su vida: permanecer con los suyos.
Tras optar por quedarse, abrió su parroquia en Kiev a todos aquellos “que estaban solos o que querían pasar esta prueba acompañados”. En esas duras semanas, con las tropas rusas asediando la capital ucraniana, ancianos, mujeres y niños se congregaron en el templo, haciendo vida de oración en comunidad y, cuando avisaban las sirenas, refugiándose en el búnker.
En conversación con Vida Nueva, el único sacerdote español en Ucrania se congratula porque, dentro de las enormes dificultades que aún marcan su día a día, “la situación en Kiev es ya más tranquila. Hay más movimiento en la calle y se percibe cómo va volviendo la gente. Van abriendo los pequeños establecimientos y se ven coches y a gente paseando. Hay que seguir rezando, pues no sabemos qué puede pasar, pero ahora mismo todo se empieza a normalizar”.
Un paréntesis en medio del horror que Zafra está aprovechando para movilizar a la parroquia: “Estamos abriendo nuestras puertas a mucha gente que viene a Kiev huyendo de otras regiones donde la situación es mucho peor, especialmente del este, acudiendo muchas personas de Mariupol, Járkov, Donetsk o Lugansk”.
Un abrazo que va mucho más allá de la ayuda material: “Les damos comida y todo aquello que necesitan con más urgencia, pero además aprovechamos para hablar con ellos. Nos cuentan su experiencia y les escuchamos, lo cual es muy importante en un momento así”, pues tratar de acompañar el dolor abriendo los corazones “es también un modo de llevar a cabo la misión”.
A nivel personal, Zafra recalca que, “pese a la situación, para mí este está siendo un tiempo de gracia”. Entre otras cosas, por saber adaptarse a lo incierto: “Al igual que la gente tenía su plan de vida, en la parroquia teníamos nuestro plan de pastoral. Ahora ninguno tenemos un plan, vivimos el día a día”.
Un caminar hacia lo insospechado en el que, en medio de una guerra, este misionero no pierde de vista la misión: “El domingo pasado salimos a una plaza cercana a proclamar, cantando, la Buena Nueva”. Así, él siente que “el Señor está presente en medio de toda esto y nos está consolando constantemente. Nos sostiene a través de la oración, de la Palabra y de la ayuda humanitaria y económica que llega de toda Europa”.
En definitiva, “sentimos que no estamos solos. Como Jesús en la cruz, que lo primero que hizo fue interceder ante el Padre por sus enemigos, nuestra misión es anunciar el amor al prójimo, también al enemigo. Una obra que no podemos acometer con nuestras propias fuerzas, pues a veces surgen pensamientos de odio e incomprensión, sino que es una gracia que nos da el Señor”.
Algo que él mismo interioriza: “Hoy, para mí, amar significa entregar la vida. Significa dejar mis planes, mis pensamientos y no vivir ya para mí mismo, sino para mi gente. Jesús ha vencido a la muerte y yo lo experimento cada día, cuando me levanto y puedo dar gracias a Dios por el don de la vida”.
Una experiencia que ha visto reflejada en una historia muy cercana: “Es un matrimonio mayor, con cinco hijos. Han perdido a dos de ellos en menos de mes y medio; uno en el frente y otro, que a su vez era padre de seis hijos, tras padecer un trombo. En medio de su sufrimiento, han dado testimonio de su fe y, con mucha paz, aseguran a los demás que Jesús ha vencido a la muerte y que perdonan a sus enemigos”.
En esta familia él ve “recogido el sufrimiento que está padeciendo todo el pueblo ucraniano y que, en medio de tantas pérdidas, le da sentido desde la fe. Sin Jesús, en cualquier sufrimiento podemos ver el infierno. Con él, vemos el cielo”.