Cuando a Cecilia Pilar Gracia se le pide que eche la vista atrás para recuperar de la memoria su primer impacto visual de la plataforma que preside desde hace unos días, lo tiene claro: “Nuestra hucha, la bola del mundo y dos manos que la sostienen”. “La hucha, hoy en 2022, sigue siendo un símbolo de la generosidad de los españoles…”, expone esta extremeña especializada en marketing, que también guarda en su backup esos testimonios de los misioneros “que de joven me hacían reflexionar”.
- EDITORIAL: Acabar con el hambre también es sinodal
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Fue hace trece años cuando desembarcó como voluntaria gracias a dos amigas que, literalmente, “me engancharon”. A partir de ahí, trabajó en proyectos para Bolivia, Paraguay, México y Perú; ha coordinado el Festival de Clipmetraje de sensibilización entre jóvenes y ha sido responsable del Área de Comunicación y Presencia Pública.
PREGUNTA.- ¿Qué es lo primero que pensó y sintió cuando comenzó el runrún de que sus compañeros de Manos Unidas apostaban por usted?
RESPUESTA.- No se me pasaron muchas cosas por la cabeza, porque tampoco tenía yo muy claro que esto fuera a pasar… Sí sentí un cierto vértigo, porque es mucha la responsabilidad de llevar el timón de un barco como este. Aunque lo bueno de Manos Unidas es que todos remamos en la misma dirección, porque todos queremos alcanzar la misma meta: hacer de este mundo un lugar mejor para todos. Y sentí también que aceptar mi candidatura a la presidencia era una manera de devolver a Manos Unidas parte de lo mucho que me había dado.
P.- Asume la presidencia en un contexto de doble incertidumbre: pandemia y guerra. ¿Cómo está afectando a Manos Unidas?
R.- La pandemia ha hecho un daño enorme a millones de personas y, fundamentalmente, a las más empobrecidos y vulnerables de los países en los que trabajamos. Y ahora, cuando empezábamos a ver la luz al final del túnel, una guerra absurda y sin sentido –como todas la guerras– ha vuelto a poner en jaque a toda la población mundial. En estos momentos, por ejemplo, en Manos Unidas estamos asistiendo con enorme preocupación al aumento del hambre, sobre todo, en ciertas zonas de África.
Un aumento que no se debe únicamente a la guerra de Ucrania –aunque algo tiene que ver en ello–, sino a otros muchos factores, producto de la desigualdad, como el cambio climático o los conflictos olvidados e invisibles, como los de Etiopía, Sudán del Sur, República Centroafricana, Yemen, Colombia…–, que han quedado totalmente opacados por la guerra de Ucrania. Las crisis del siglo XXI no están minando nuestro trabajo, pero sí nos están haciendo trabajar de otra manera: aprobando más proyectos de emergencia, cambiando actividades y objetivos de los proyectos en marcha… Pero siempre, con austeridad y transparencia, y confiando en nuestros socios locales, que son nuestros ojos y nuestras manos.
Solución en nuestras manos
P.- En estos días, ‘The Economist’ publicaba una portada que parecía una campaña de Manos Unidas: “Se avecina una catástrofe alimentaria”. Más de seis décadas después de que las fundadoras quisieran acabar con el hambre en el mundo, ¿cómo explica no haber sepultado esta lacra?
R.- Vivimos en un mundo desigual, en el que unos pocos son poseedores de la mayor parte de las riquezas, mientras casi mil millones de personas están condenadas al hambre y a la pobreza. Pero es algo incomprensible sabiendo que la solución a ese padecimiento extremo está en nuestras manos. Benedicto XVI lo explicó muy bien a la FAO en 2005: “El hambre no depende únicamente de las situaciones geográficas y climáticas o de las circunstancias desfavorables relacionadas con las cosechas. También la provoca el hombre mismo y su egoísmo, que se traduce en carencias en la organización social, en la rigidez de estructuras económicas muy a menudo destinadas únicamente al lucro, e incluso en prácticas contra la vida humana y en sistemas ideológicos que reducen a la persona, privada de su dignidad fundamental, a un mero instrumento”.
Denunciar, luchar y acabar con las causas estructurales del hambre –como la especulación con el precio de los alimentos, la proliferación descontrolada de la industria extractiva, el acaparamiento de tierras, las guerras eternas, el maltrato al planeta, el desperdicio alimentario…–, que están generadas y mantenidas por el ser humano, es, a nuestro entender, la única manera de poder poner fin al drama del hambre en un mundo de abundancia.