No una, sino varias sorpresas nos ha traído el anuncio del octavo consistorio para la creación de nuevos cardenales hecho por Francisco el domingo 29 de mayo después del rezo del Regina Coeli.
En las últimas semanas, los vaticanistas nos preparábamos, domingo tras domingo, para recibir la lista de nuevos purpurados que el Papa podría nombrar en la tradicional fecha de san Pedro y san Pablo (29 de junio) y que, según los hábitos vaticanos, se haría pública al menos con un mes de antelación. Pues bien, por primera vez, el Pontífice ha escogido una fecha insólita para crear a 21 nuevos cardenales: el 27 de agosto, festividad de Nuestra Señora del Mar. Y ha hecho el anuncio tres meses antes, cosa antes nunca sucedida.
La explicación, sin duda, es que Bergoglio ha convocado el 29 y el 30 de agosto una reunión con todos los cardenales del mundo para reflexionar sobre la Constitución Apostólica ‘Praedicate Evangelium’, promulgada el 19 de marzo y que entra en vigor el 5 de junio. Obviamente, un acontecimiento de tal calibre no se improvisa en tres o cuatro semanas.
Sorpresa aún más importante: la composición del grupo elegido por el Papa para recibir el capelo cardenalicio. En primer lugar, salta el techo de 120 cardenales electores fijado por Pablo VI, puesto que, a partir del 27 de agosto, serán 132; es decir, 12 más de lo previsto en la Romano Pontifici eligendo (1975) del papa Montini. No es la primera vez que esto sucede, pero nunca la diferencia ha sido tan alta.
Los 21 nuevos cardenales y, de modo muy especial, los 16 que tendrán derecho a voto en un futurible cónclave representan como nunca antes la catolicidad o universalidad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la decisión de Francisco de incorporar las periferias del mundo a los núcleos decisionales de la misma. Por primera vez en la historia, estarán presentes en el cónclave Mongolia y Paraguay, y lo mismo puede decirse de Singapur y Timor Oriental. Otros provienen de países lejanos y poco presentes en la escena internacional, como Ghana.
Otro aspecto interesante a considerar es que en el cónclave, si se celebrase ahora, Europa sigue teniendo la prioridad con 54 miembros, seguida por el continente americano con 38, Asia con 20 (son seis los neocardenales provenientes de dicho continente), África con 17 y el farolillo rojo, Oceanía, con tres. Pero no hay que olvidar que, en el cónclave de 2013, los europeos representaban el 52% de los votos y hoy solo son el 41%; es decir, once puntos a la baja. Por países, Italia cuenta siempre con el mayor número de votantes, 21, seguido por los Estados Unidos, con diez, y España, con seis. Francia, Brasil y la India se quedan en cinco.
Sin recurrir a un estudio preciso, tengo la impresión de que este podría ser definido como uno de los consistorios más “jóvenes” si excluimos a los cinco octogenarios que no entrarían en un cónclave; destaca, desde luego, la juventud del prefecto apostólico de Ulan Bator (Mongolia), el misionero de la Consolata Giorgio Marengo, con solo 47 años. Otros tres se hallan en la década de los cincuenta, mientras son siete los sexagenarios y cuatro los septuagenarios.
El de mayor edad es el español Fernando Vérgez Alzaga, que nació en Salamanca el 1 de marzo de 1945. Su nombre figuraba en prácticamente todas las candidaturas al cardenalato desde que, el 8 de septiembre de 2021, el Santo Padre le nombró presidente de la Pontificia Comisión para el Estado de la Ciudad del Vaticano y presidente del Governatorato, confiriéndole el título personal de arzobispo.
Obispo lo era desde el 30 de agosto de 2013, cuando el recién elegido papa Bergoglio le designó secretario general del Governatorato. Fue el Papa en persona quien le consagró obispo el 15 de noviembre en la Basílica de San Pedro. En esa homilía, Francisco quiso destacar cómo había prestado un “gran servicio de ternura y caridad” siendo secretario del cardenal argentino Eduardo Pironio.
Vérgez entró en la vida de este carismático prelado cuando era obispo de Mar del Plata y, sucesivamente, le acompañó cuando Juan Pablo II le ascendió a prefecto de la Congregación para la Vida Religiosa y, años después, le hizo presidente del Pontificio Consejo para los Laicos. En los últimos años del cardenal y durante su penosa enfermedad, el religioso español, miembro de la Legión de Cristo, no se separó de él.