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La Diócesis de Reggio Calabria-Bova abre un cementerio para los inmigrantes que mueren en el mar

  • En 2016, cuando ante sus costas murieron 46 personas, ya las enterraron en su camposanto
  • Ahora se busca un homenaje mayor y que otorgue dignidad a cada víctima, identificada en su lápida





El papa Francisco ha denunciado muchas veces que el Mediterráneo es “el mayor cementerio de Europa”. Un camposanto sin tierra, abierto al cielo y en cuya inmensidad quedaron para siempre, anónimos, los cadáveres de miles de inmigrantes que, a lo largo de estos años, murieron ahogados en su intento de buscar una vida mejor en alguno de los países de nuestro continente.



Con el fin de otorgarles un mínimo de dignidad, la Diócesis de Reggio Calabria-Bova ha decidido crear, en el cementerio de Armo, un espacio propio en el que se recuerde a estas personas con sus respectivas lápidas, identificándose a aquellos de los que conste el nombre y, cuanto menos, señalando la fecha de su muerte en el mar a las víctimas de las que no se posea más información.

Impacto local

Como relata la Agencia Sir, la idea surgió ya en mayo de 2016, cuando hubo un naufragio ante sus costas calabresas y murieron ahogadas 46 personas. Tras enterrarlas ya a ellas en el cementerio de Armo, en medio de una profunda consternación local, desde entonces se ha venido trabajando en un proyecto mucho más amplio, sufragado por Cáritas y por la Iglesia local y que se inaugurará este próximo 10 de junio.

Como ha explicado estos días el arzobispo de Reggio Calabria-Bova, Fortunato Morrone, , quien bendecirá el cementerio en el acto del día 10, la acción “es fruto del respeto por cada persona y cada vida humana, especialmente por la de aquellos que se han encontrado en grandes dificultades. La Iglesia no quiere hacer estos signos para lucirse, sino solo por coherencia con el Evangelio”.

Humanidad y justicia

Y es que, como ha concluido el pastor, “dar una sepultura digna a estas personas es un signo de humanidad y, en definitiva, un acto de extrema justicia: estas personas tenían que recibir algo; al menos en la muerte, tenían que ser reconocidos como humanos”.

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Alicia Ruiz López de Soria, ODN







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