El 29 de octubre de 1922 culminaba la Marcha sobre Roma de los camisas negras de Benito Mussolini y un timorato Víctor Manuel III acababa dejando el poder en manos del Partido Fascista. Era el principio del fin de la democracia en Italia. Algo no fan fácil de intuir solo tres años antes.
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Y es que, en las elecciones que se celebraron en Italia el 16 de noviembre de 1919, el Partido Popular, con más de 1.175.000 votos, logró 100 diputados, que le valieron para entrar en un Gobierno de coalición junto a los socialistas, con 156 diputados, y varias formaciones liberales y democráticas de centro. Un éxito absoluto, pues el partido había sido fundado apenas unos meses antes. Además, en las elecciones de 1921, aumentaron el apoyo recibido, llegando a los 108 escaños. En esas llamadas a las urnas, los fascistas, entregados a la violencia en las calles, apenas tuvieron respaldo.
Rompiendo fronteras
Para conocer la causa del éxito del Partido Popular basta con recordar que fue fundado por el sacerdote Luigi Sturzo, nacido en 1871 y quien siempre tuvo una gran inquietud por la presencia de los católicos en la vida pública. Algo prohibido expresamente por los distintos papas desde que en 1870 Italia se proclamara como nación independiente, quedando los Estados Pontificios en una situación más que compleja al mantener los pontífices su soberanía política dentro de las fronteras de un estado mucho mayor.
Gracias a sus amplias dotes diplomáticas, Sturzo, imbuido del espíritu de la Acción Católica (que nació en 1905 precisamente como un modo de estar presentes los católicos italianos en la vida pública sin ser estrictamente una entidad política), pudo ir orillando los impedimentos de la santa Sede y consiguió en primer lugar, en ese mismo 1905, convertirse en alcalde adjunto de su Caltagirone natal, en Sicilia. Aunque en la práctica era el responsable del cabildo, ese matiz de adjunto a un alcalde titular le facilitaba su acción a ojos de la Santa Sede.
Secretario general de Acción Católica
Tras ser secretario general de Acción Católica entre 1915 y 1917, en 1919 llegó su gran momento y consiguió que Benedicto XV, mucho más consciente de la necesidad de que los católicos italianos no fueran ajenos al devenir histórico de su nación en un momento de crisis absoluta, le diera permiso para fundar el Partido Popular, aunque con la exigencia de que no se definiera expresamente como “católico”.
Con todo, desde el principio, el Partido Popular fue más allá de los que para muchos son los tradicionales valores cristianos en política (defensa de la enseñanza religiosa, garantía de la independencia eclesial, apoyo a la familia tradicional) y, junto a ellos, defendió aspectos entonces avanzados, como el voto femenino (en España se consiguió más de una década después, en la II República, y no se retomó hasta la Transición) o el reconocimiento de la plena igualdad jurídica entre todos los movimientos sindicales.
Espíritu humanista y centrado
Este espíritu humanista y centrado le hizo recabar apoyos de distintos espectros ideológicos, siendo la clave de su masivo apoyo en las urnas y de su participación en el poder dentro del Gobierno. Con todo, la convulsión política en un ambiente marcado por la violencia y los populismos acabó siendo aprovechada por Mussolini, quien llegó al poder por un gesto de fuerza y extraparlamentario en 1922.
Al principio, los fascistas disfrazaron sus verdaderas intenciones de aniquilar la democracia y mantuvieron la actividad parlamentaria y conformaron un Gobierno de unidad nacional. Ejecutivo del que formaron parte algunos miembros del Partido Popular sin el aprobado de Sturzo, lo que motivó la escisión del partido en dos bloques.
Demócrata convencido
El sacerdote sicialiano siempre fue un demócrata convencido, como dejó representado en esta significativa frase: “La Constitución es el fundamento de la República Si se cae del corazón de la gente, si no es defendida por el Gobierno y el Parlamento, si es manipulada por los partidos, la tierra firme sobre la que están ancladas nuestras libertades se derrumbará”.
Muy pronto se comprobó que Sturzo tenía razón y el populismo fascista de Mussolini engulló la democracia. El Propio Partido Popular fue ilegalizado en 1925 y varios de sus líderes acabaron encarcelados, pudiendo huir otros al Vaticano. Fue así como se abocó a Italia a una férrea dictadura que acabaría marcando las siguientes dos décadas, hasta que su alianza con la Alemania nazi de Hitler y su derrota en la II Guerra Mundial marcaran su final.
Tiempo de exilio
Ese tiempo lo vivió el sacerdote exiliado en Londres, París y Nueva York. Regresaró a Italia en 1946 y fue designado senador vitalicio. Lo ejerció hasta su muerte, en 1959, aunque siempre de un modo simbólico, pues se mantuvo ya alejado de la política activa.
De algún modo, por su aureola como impulsor del Partido Popular, se le considera inspirador de otra formación que marcó la historia del país: la Democracia Cristiana, nacida en 1943. Clara sucesora de su formación, mantuvo su teórica defensa de los valores de la Doctrina Social de la Iglesia y, con personalidades como Alcide de Gasperi, Aldo Moro o Giulio Andreotti, dominó buena parte de la vida política nacional hasta inicios de los años 90, cuando acabaría siendo engullida por sus propias corruptelas.
En proceso de beatificación
Gran humanista, escritor incansable y hombre volcado en la promoción de los más desfavorecidos, en 2017 se cerró en Roma la causa diocesana para su posible beatificación. Llegue o no a los altares, muchos italianos recuerdan a Sturzo, con agradecimiento y respeto, como un sacerdote sencillo que encarnó la última oportunidad de haber salvado a la democracia de las garras de Mussolini.