La constitución apostólica ‘Praedicate Evangelium’ que materializa la reforma de la Curia que Francisco viene realizando a lo largo del pontificado, entra en vigor mañana 5 de junio. Basta con detenerse en el artículo 33, para descubrir que ya no se habla de Secretaría General del Sínodo de los Obispos, sino simplemente de Secretaría General del Sínodo. Así, sin apellidos. ¿Una errata? No. El subsecretario de este departamento vaticano, el obispo español Luis Marín de San Martín, confirma en una entrevista a Vida Nueva esta modificación y su trascendencia. Además, el religioso agustino comparte su balance ante la fase diocesana del Sínodo de la Sinodalidad, cuando se ultiman en las Iglesias locales las síntesis de la consulta global que arrancó el pasado octubre.
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PREGUNTA.- ¿Cambia el nombre de la Secretaría?
RESPUESTA.- Efectivamente, a partir de Pentecostés, por decisión del Santo Padre, la que hasta ahora era “Secretaría General del Sínodo de los Obispos” pasa a denominarse “Secretaría General del Sínodo”. Sin más añadidos. Es un cambio significativo. Debo precisar que el cambio de nombre es solo de la Secretaría General. La Asamblea del Sínodo de los Obispos no cambia su denominación ni su realidad, sigue siendo Sínodo de los Obispos.
P.- ¿Cuál es el motivo?
R.- La sinodalidad (caminar juntos o comunión en el caminar) es una dimensión constitutiva de la Iglesia, es decir, de toda la Iglesia y de todo lo que es Iglesia. Por tanto, debe implicar a toda la comunión eclesial, con sus diversos carismas y ministerios. No se trata de abolir o disminuir la importante dimensión de la colegialidad episcopal expresada en el Sínodo de los Obispos, sino de insertarla en el contexto más amplio de la sinodalidad de todo el Pueblo de Dios. La colegialidad episcopal es una expresión de la sinodalidad, pero no la agota.
Consecuencias del cambio
P.- El cambio en el nombre de la Secretaría General del Sínodo, ¿traerá consecuencias?
R.- En principio, el abarcar no solo lo que se refiere al Sínodo de los Obispos sino también la sinodalidad en general, nos sitúa en una perspectiva más amplia y origina ya mucho mayor trabajo. Pero, sobre todo, nos exige una “conversión” permanente, desde la disponibilidad total al servicio de la Iglesia, potenciando la actitud de escucha y corresponsabilidad a todos los niveles y ayudando al Santo Padre y a las Iglesias locales en todo lo que podamos. Evidentemente, esto debe manifestarse en el estilo, pero también desarrollarse y concretarse cada vez más en lo que se refiere a la vida y a la misión de la Iglesia.
P.- La sinodalidad está relacionada con la corresponsabilidad de todos los cristianos…
R.- Es un tema muy importante. El proceso sinodal debe ayudarnos a superar la lacra que supone el clericalismo y hacer realidad la corresponsabilidad del Pueblo de Dios del que, por el Bautismo, formamos parte todos los bautizados y no solo algunas élites (sean de clérigos o de laicos). No en el uniformismo, porque cada uno sigue a Cristo según su particular vocación y sirve a la Iglesia según un carisma determinado. Pero sí en interrelación, en corresponsabilidad suscitada por el amor. Para discernir, los fieles tienen el derecho y el deber de manifestar a los pastores su pensamiento. Y los pastores deben escuchar, necesariamente, al resto del Pueblo de Dios, del que forman parte, para tomar luego las decisiones que les corresponden según su ministerio. Buscando todos el bien de la Iglesia.
P.- Entonces, ¿hay otras expresiones de la sinodalidad, además del Sínodo de los Obispos?
R.- Sí, ciertamente. El Sínodo de los Obispos es un modo concreto de expresar y desarrollar la sinodalidad en lo que se refiere a los obispos. Pero hay otras. El Código de Derecho Canónico indica varias estructuras sinodales: el Concilio ecuménico; el Sínodo de los Obispos; el Colegio de cardenales; los Concilios particulares; las Conferencias Episcopales; el Sínodo diocesano; el Consejo de asuntos económicos diocesano; el Consejo presbiteral; el Consejo de consultores; el Cabildo de canónigos; el Consejo pastoral diocesano; el Consejo pastoral parroquial; el Consejo de asuntos económicos parroquial; los capítulos en los institutos de vida consagrada.
P.- Esas estructuras sinodales, ¿están sujetas a revisión y cambio?
R.- A mi modo de ver, la tarea a realizar es doble. Primero, debemos revisar todas estas estructuras (que son medios, instrumentos) para que funcionen y para que lo hagan válidamente. No se trata de que figuren solo en el papel, sino de que sean efectivas y tengan vida. Por eso, habrá que preguntarse por su validez y, tal vez, haya que reformarlas, adaptarlas, reforzarlas. O puede que algunas de ellas hayan cumplido ya su función y no sean necesarias. En segundo lugar, debemos considerar que puede haber otras estructuras para expresar y concretar la sinodalidad en este momento de la historia. Es el caso, por citar algunas, de las asambleas eclesiales o del Consejo de cardenales que asesora al Papa. Todo esto entra dentro del proceso sinodal que estamos viviendo. La sinodalidad pertenece a la esencia de la Iglesia y se expresa y concreta de diversos modos que deben revisarse y actualizarse.
Tareas a asumir
P.- ¿Cuál es entonces la tarea de la Secretaría General del Sínodo?
R.- Mantiene su competencia en la preparación, desarrollo e implementación de las Asambleas del Sínodo de los Obispos, coopera con las Conferencias Episcopales y con los Dicasterios de la Curia Romana y está al servicio de la Iglesia para promover la sinodalidad.
P.- Más allá de esa referencia de pasada en el artículo 33, ¿por qué no aparece como tal la Secretaría General del Sínodo en la reciente Constitución Apostólica ‘Praedicate Evangelium’, sobre la Curia Romana?
R.- La Secretaría General del Sínodo, ya desde su origen, no forma parte de la Curia Romana. Por eso su funcionamiento está regulado por una Constitución Apostólica propia, la ‘Episcopalis communio’, publicada por el papa Francisco en 2018. La Curia Romana y el Sínodo son las instituciones de las cuales se sirve el Santo Padre en su oficio pastoral y son autónomas. Esto no quiere decir que no exista una profunda implicación y relación entre la Secretaría General del Sínodo y la Curia Romana.
P.- La sinodalidad es uno de los criterios fundamentales en la reforma de la Curia, ¿no es así?
R.- A este respecto es muy importante destacar que, en la ‘Praedicate Evangelium’, se insiste en que la sinodalidad, al ser una dimensión constitutiva de la Iglesia y hacer referencia a su naturaleza e identidad, debe animar también todas las estructuras eclesiales: sinodalidad intradicasterial (en el funcionamiento de cada dicasterio), sinodalidad interdicasterial (en la coordinación y colaboración entre los dicasterios); sinodalidad en y con los diversos niveles y estructuras eclesiales (Iglesias particulares, conferencias episcopales, uniones regionales o continentales, etc.).
P.- La colaboración, entonces, debe ser permanente…
R.- En el número 33 de la ‘Praedicate Evangelium’ se indica que las instituciones curiales colaboran en la actividad de la Secretaría General del Sínodo. Y en varios números de la ‘Episcopalis communio’ se insiste en esta necesaria colaboración entre ambas instituciones. Todos nosotros debemos empeñarnos en esto. Y en ello estamos.
Suspicacias y resistencias
P.- En la Curia, ¿se han encontrado con resistencias manifiestas ante el proyecto sinodal o es más bien una huelga de brazos caídos?
R.- Yo no he encontrado rechazos frontales, aunque suspicacias e incluso resistencias siempre hay, pero no debemos asustarnos, ni mucho menos frenarnos. La Curia Romana la componen personas. Y cada uno tiene su propia sensibilidad, su propia historia. Evidentemente, en la Curia hay distintas velocidades, distintos grados de entusiasmo, y existen las mismas luces y sombras, grandezas y carencias que en otros ámbitos eclesiales. Esto es claro. Por eso resulta necesario un sano realismo para desarrollar los muchos aspectos positivos y corregir los errores y las deficiencias. Nosotros estamos visitando todos los dicasterios de la Curia. Queremos escuchar, dialogar y, juntos, discernir caminos de interrelación y colaboración. También aprender. Está resultando una experiencia muy rica. Y, ciertamente, nos ayuda a todos para avanzar en los criterios de reforma recogidos en la constitución apostólica ‘Praedicate Evangelium’. La conversión sinodal en la Curia no se logrará de un día para otro: se necesita humildad, paciencia, perseverancia, aprecio por el trabajo que se realiza en ella, dar pasos concretos y, en la medida de lo posible, encontrar las personas adecuadas. La Curia es Iglesia y, por tanto, también debe vivir y expresar la sinodalidad.
P.- Así pues, ¿cuáles son las claves de la sinodalidad?
R.- Se trata de un proceso que no termina con la fase diocesana porque pertenece a la esencia de la Iglesia. Hacer camino supone profundizar en la experiencia de Cristo Resucitado (movimiento hacia dentro) y comunicarlo para que llegue a todos los ámbitos, a todas las realidades de nuestro mundo (movimiento hacia fuera). Pero la participación en Cristo implica necesariamente la vivencia comunitaria, la interrelación con los otros, sin exclusiones, para ser de verdad hermanos y hermanas. El camino lo hacemos juntos, porque nadie se salva solo. No es posible ser cristiano en el egoísmo o en el individualismo. Se trata de una apuesta por el amor verdadero (Dios es amor), que promueve la participación y el protagonismo de todos, refuerza la unidad y respeta la pluralidad.
Consulta sinodal en marcha
P.- ¿Cómo valora esta primera fase sinodal diocesana? ¿Estás respondiendo las Iglesias locales a ese trabajo de consulta de todos, tanto de los de dentro como de los de fuera, o les llegan ecos de que ‘siguen contestando los mismos’?
R.- El balance es, sin duda, esencialmente positivo. Creo que se percibe con claridad que el proceso sinodal nos remite a la autenticidad de la vida cristiana, a nuestra coherencia como bautizados. El proceso comienza desde la base y eso nos lleva a revitalizar estructuras fundamentales en la comunidad cristiana como son las parroquias y las diócesis. Nunca deben ser realidades mortecinas o anquilosadas, o desvinculadas de la totalidad de la Iglesia, sino cauces para procurar la vivencia gozosa de la fe, que es siempre comunitaria e impulsa a la misión. Estos dos aspectos (dimensión comunitaria y evangelización) son fundamentales en el proceso sinodal, que es progresivo, inclusivo, dinámico y renovador. Lógicamente es más fácil que participen inicialmente los más motivados. Pero eso no significa que se reduzca solo a ellos o que se enquisten, cerrándose en sí mismos, sino que deben estar abiertos para procurar y buscar la participación de todos, con una mirada puesta en la inclusión de las periferias existenciales. No importa que seamos pocos o muchos al inicio o que nos resulte más o menos fácil. Lo verdaderamente importante es nuestra autenticidad como cristianos. Debemos avanzar siempre, crecer siempre.
P.- ¿Cómo valora el papel de los laicos?
R.- Es muy significativo que el laicado sea el sector más entusiasta y más implicado en el proceso sinodal. Resulta imprescindible que los laicos (sobre todo las mujeres) asuman mayores responsabilidades en la Iglesia. Y en esto no debemos quedarnos en mínimos sino ir, progresivamente, a los máximos posibles. No se trata de concesiones, sino de la común responsabilidad bautismal.
P.- ¿Hay preocupación desde la Secretaría del Sínodo en que en un punto de la recogida y síntesis de las reflexiones lanzadas se filtren y solo queden propuestas ‘políticamente correctas’?
R.- En la Secretaría del Sínodo mantendremos la debida reserva y no publicaremos las síntesis que nos han sido remitidas. No nos corresponde. En esto debe funcionar también el principio de subsidiariedad. Lo que haremos será considerar todas las síntesis, trabajar sobre ellas y hacer nuestro propio discernimiento, que se concretará en el documento para la etapa continental. Por lo demás, guiarse por lo “políticamente correcto” es siempre un error. Porque, entonces, el criterio es quedar bien, no tener problemas o, incluso, buscar el aplauso o la aceptación a cualquier precio. El Papa ha advertido contra la mundanización. No son los criterios del mundo los que nos guían, sino la Buena Noticia que es Cristo. Creo que ser cristiano significa, en gran medida, ir contra corriente no por el hecho de plantear una oposición agresiva a lo establecido, sino por presentar una alternativa creíble, una propuesta de felicidad encarnada en nuestra vida, aunque suponga ir contra las modas o incluso ser rechazados. En la Iglesia sobra conformismo. A mí me ayuda mucho un pensamiento de Juan XXIII: “mientras no pongas tu ego bajo las suelas de tus zapatos, no serás un hombre libre”.
P.- ¿Algunos otros retos o preocupaciones al considerar el trabajo sinodal realizado hasta ahora?
R.- Creo que debemos insistir más en la importancia que tiene el considerar este proceso de escucha y discernimiento siempre a la luz del Espíritu Santo. Es decir, como proceso espiritual y no solo como intercambio de ideas o mero ejercicio sociológico o de reestructuración administrativa. Es algo verdaderamente grande. Y para escuchar al Espíritu y escucharnos unos a otros, siempre en el Espíritu, resulta imprescindible la dimensión orante. Curiosamente, no resulta fácil.
Me preocupa también la polarización en la Iglesia, la agresividad que se da a veces entre diferentes grupos, llegando en ocasiones a la falta de respeto y a la ausencia de caridad, paradójicamente en nombre de Dios. Me entristecen mucho los insultos, la intolerancia, la ideologización de la fe. Los demás son mis hermanos, mis hermanas, aunque no piensen como yo. En la Familia de Dios caben distintas sensibilidades. Necesitamos, sin duda, una conversión del corazón. Porque solo desde la fraternidad cristiana es posible corregirnos y, sobre todo, solo desde ella podemos celebrar coherentemente la Eucaristía.
¿Democratización eclesial?
P.- Se elimina ese ‘de los obispos’ del Sínodo, se hace una consulta global, se presupone una mayor presencia de laicos en el aula sinodal cuando llegue el momento… ¿Cómo explicarle a alguien de fuera que esto no es democracia ni parlamentarismo cuando se parece mucho?
R.- El proceso sinodal es sencillo en el planteamiento, pero al mismo tiempo complejo en su desarrollo. Se orienta a vivir la comunión, en corresponsabilidad y participación, siempre impulsados a la misión. A mi modo de ver, el parlamentarismo, aplicado a la Iglesia, es un camino falso porque lleva al populismo, a la priorización de criterios ideológicos, al enquistamiento en grupos e incluso a la dictadura de las mayorías, con vencedores y vencidos. La sinodalidad plantea una posibilidad mucho mejor. Somos una Familia. Tal vez haya que votar pero, principalmente, busquemos el consenso que brota del discernimiento en el Espíritu. Por otra parte, se puede hablar de todo, pero no se trata de poner en cuestión todo: debemos distinguir entre lo esencial (el depósito de la fe) y lo accesorio. Y nunca romper la unidad o caminar fuera de la Iglesia. El reto es cómo profundizar y vivir lo esencial en las circunstancias cambiantes de tiempo, lugar y cultura, sin ningún temor a la necesaria reforma, que debe ser radical y profunda, siempre orientada a una mayor coherencia. No demos tener miedo o ver fantasmas donde no los hay. En esta línea, tampoco se trata de diluir los carismas, las diferentes vocaciones. El obispo debe servir a la Iglesia como obispo y no abdicar su función, porque estaría faltando a la llamada del Señor. Y lo mismo podemos decir del laico o del presbítero. Ahora bien, los servicios, los carismas, las vocaciones se viven y se ejercen en y desde el Pueblo de Dios. No hacerlo así significa situarse al margen del Espíritu.
P.- Para dejarlo claro, ¿sinodalidad es igual a un católico-un voto?
R.- Sinodalidad es igual a un cristiano-una voz, que debe ser expresada, escuchada y considerada, con todo lo que tiene de implicación personal y única. Se trata de ejercer, de verdad, la corresponsabilidad eclesial como exigencia que brota del Bautismo y buscar los cauces adecuados para concretarla. No es un mecanismo burocrático sino una experiencia de Iglesia, el ámbito del Espíritu. Es vivencia y desarrollo de la propia vocación, el modo personal y particular de seguir a Cristo; es poner en comunión todos los carismas y enriquecernos mutuamente; es pasar del poder al servicio; es derribar muros individualistas, nacionalistas y egoístas; es vivir en una Iglesia abierta, fraterna, hogar común, Familia de Dios en la que nadie sobra y todos son bienvenidos; es recuperar la fuerza, la novedad y el entusiasmo que ofrece el Evangelio hecho realidad en nosotros, los cristianos; es impulso para salir a las periferias y concretar la misericordia; es anunciar una inmensa alegría y dar testimonio de ella.
P.- La sinodalidad está, por tanto, muy relacionada con la reforma de la Iglesia…
R.- Vivimos un tiempo de Dios que, por medio de la sinodalidad, nos trae una oferta de gracia como respuesta a las necesidades de la Iglesia de este momento histórico. Pero, como todo lo que viene de Dios, no se impone, sino que se propone. Como el amor. Y, ciertamente, cada uno tiene la llave del propio corazón. Ojalá superemos los obstáculos que son producto del tremendo egoísmo que a veces nos envenena. La sinodalidad es una fuerte llamada a la autenticidad, a la coherencia, desde Cristo y en la Iglesia para el mundo. Aquí está la verdadera reforma.
P.- ¿Cuándo se logrará?
R.- Estamos en el tiempo de la siembra. La cosecha corresponde al Señor. Pero no cabe duda de que el proceso es ya resultado.
P.- En lo personal, ¿qué balance hace de su aventura ‘sinodal’ romana un año y medio después?
R.- He procurado vivir lo que, con mucha emoción, expresé el día de mi ordenación episcopal. La tarea de promover la sinodalidad es muy hermosa y, al mismo tiempo, compleja y de una gran exigencia. Soy consciente de que la tarea es enorme y yo frágil. Pero esta consideración me ha proporcionado una gran serenidad. En primer lugar, porque me hecho ponerme en las manos de Dios, confiado en que me quiere con amor infinito: él me guiará y ayudará. Esto me conmueve profundamente. Por mi parte, debo fiarme y poner a disposición todas mis fuerzas, lo que tengo y lo que soy. Darme, implicarme, gastarme en la tarea encomendada. También me da seguridad sentir que, como cristiano, no estoy solo. Muchos hermanos y hermanas me acompañan y, juntos, acompañamos a Cristo. A pesar de mi insuficiencia y de mi pecado, yo lo amo apasionadamente. Él es la razón de mi vida y quien la llena de luz y alegría. Pero Cristo Resucitado es inseparable de la Iglesia. El proceso sinodal me ha ayudado a entender mejor, desde la experiencia, esta unidad del Señor con su Iglesia y, desde ahí, su creativa unidad, su rica variedad, su actualidad, la fuerza de su novedad, su belleza. Aquí se inscribe la aventura sinodal. A mí me entusiasma.