“El Espíritu no solo nos recuerda por dónde empezar, sino que también nos enseña qué caminos tomar”, ha apuntado Francisco
“El Espíritu nos hace ver todo de un modo nuevo, según la mirada de Jesús”. Así ha comenzado el papa Francisco su homilía de este domingo de Pentecostés. “Yo lo diría de esta manera: en el gran viaje de la vida, Él nos enseña por dónde empezar, qué caminos tomar y cómo caminar”, ha dicho el Papa, quien ha reflexionado acerca de cada uno de estos puntos.
“El Espíritu, en efecto, nos indica el punto de partida de la vida espiritual”, ha explicado Francisco en la misa celebrada en la basílica de San Pedro. “¿Cuál es? Si me aman, cumplirán; esta es la lógica del Espíritu”, ha apuntado. Sin embargo, “nosotros a menudo pensamos al revés: si cumplimos, amamos. Estamos acostumbrados a pensar que el amor proceda esencialmente de nuestro cumplimiento, talento y religiosidad. En cambio, el Espíritu nos recuerda que, sin el amor en el centro, todo lo demás es vano. Y que este amor no nace tanto de nuestras capacidades, sino que es un don suyo”.
En este sentido, ante la realidad de tantos “problemas, heridas y preocupaciones”, Francisco ha recordado que “es precisamente ahí que el Espíritu pide poder entrar. Porque Él es espíritu de sanación y de resurrección, y puede transformar esas heridas que te queman por dentro”, ya que “Él nos enseña a no suprimir los recuerdos de las personas y de las situaciones que nos han hecho mal, sino a dejarlos habitar por su presencia”.
De esta manera, “el Espíritu sana los recuerdos”, y lo hace “dándole importancia a lo que cuenta, es decir, el recuerdo del amor de Dios y su mirada sobre nosotros. De este modo pone orden en la vida; nos enseña a acogernos, a perdonarnos a nosotros mismos y a reconciliarnos con el pasado. A volver a empezar”.
Por otro lado, “el Espíritu no solo nos recuerda por dónde empezar, sino que también nos enseña qué caminos tomar“. Así, “frente a las encrucijadas de la existencia, nos sugiere el mejor camino a recorrer. Por eso es importante saber discernir su voz de la del espíritu del mal”.
Para finalizar, el Papa ha subrayado que “los discípulos estaban escondidos en el cenáculo, después el Espíritu descendió e hizo que salieran. Sin el Espíritu estaban encerrados en ellos mismos, con el Espíritu se abrieron a todos”. Del mismo modo, “en cada época, el Espíritu le da vuelta a nuestros esquemas y nos abre a su novedad; siempre enseña a la Iglesia la necesidad vital de salir, la exigencia fisiológica de anunciar, de no quedarse encerrada en sí misma, de no ser un rebaño que refuerza el recinto, sino un prado abierto para que todos puedan alimentarse de la belleza de Dios, una casa acogedora sin muros divisorios”.
“El Espíritu nos libera de obsesionarnos con las urgencias”, ha apostillado Francisco, “y nos invita a recorrer caminos antiguos y siempre nuevos, los del testimonio, la pobreza y la misión, para liberarnos de nosotros mismos y enviarnos al mundo”.