Francisco reivindica en su catequesis la “belleza única de la vejez”, representada en las arrugas, que son un símbolo de la experiencia, de la vida, de la madurez, de haber recorrido un camino”
En la audiencia general que presidió este miércoles en la plaza de San Pedro del Vaticano, el papa Francisco continuó con su ciclo de catequesis sobre la vejez para advertir una vez más sobre los desmanes que se cometen al recurrir a la “medicina y los cosméticos” con el objetivo de “mantener vivo el cuerpo” e incluso tratar de “vencer a la muerte”.
“Naturalmente, una cosa es el bienestar, otra cosa es la alimentación del mito. No se puede negar, sin embargo, que la confusión entre los dos aspectos nos está creando una cierta confusión mental”, dijo Jorge Mario Bergoglio, insistiendo en que no se debe confundir la preocupación por la salud con alimentar “el mito de la eterna juventud”, para lo que se recurre a “muchos maquillajes y a la cirugía estética”.
Tras citar a la actriz Anna Magnani, que pedía a los maquilladores que no le borraran las arrugas, porque le había costado toda una vida conseguirlas, señaló que estás son “un símbolo de la experiencia, de la vida, de la madurez, de haber recorrido un camino”. Lo que interesa de verdad debe ser “la personalidad” del ser humano y su corazón, que “mantiene la juventud como el buen vino, que cuanto más envejece mejor es”.
Ante los miles de fieles y peregrinos congregados en una calurosa mañana de sol, del que muchos se protegían con gorras y sombrillas, el Pontífice criticó a quienes “cultivan el mito de la eterna juventud”, mostrando una obsesión “desesperada” frente a la “carne incorruptible”. Esta situación lleva al “desprecio” de la vejez, porque muestra “la evidencia irrefutable de la destitución de este mito, que quisiera hacernos volver al vientre de la madre, para volver siempre jóvenes en el cuerpo”.
Aunque eso fuera posible, resultaría “triste”, subrayó Bergoglio, recordando que tampoco puede nadie recurrir a ningún “sustituto tecnológico y consumista” para volver a nacer. Reivindicó en cambio la “belleza única” de la vejez, que ofrece “un tiempo especial para disolver el futuro de la ilusión tecnocrática de una supervivencia biológica y robótica”.
Al final de la audiencia general, el Papa habló a los fieles de la “ternura de los viejos”, tan patente en el modo en que los abuelos tratan a sus nietos. Es una ternura “libre de cualquier prueba” y capaz de dar gratuitamente “una cercanía amorosa de unos para otros”. Contemplar esa realidad abre la puerta a entender cómo es “la ternura de Dios”. El estilo de Dios, explicó finalmente Francisco, “es compasión y ternura, saber acariciar”.