Vaticano

Francisco pide en el ángelus no “confinar” la eucaristía entre velas e incienso

El pontífice recordó al “martirizado pueblo ucraniano” y ante una situación que se prolonga en el tiempo invitó a preguntarse a cada uno: “¿Qué hago yo hoy por el pueblo ucraniano?”





Aunque el papa Francisco ha tenido que renunciar a presidir la misa del Corpus Christi en San Juan de Letrán, no ha faltado a su cita semanas con los peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro para recitar el ángelus. El pontífice ha tenido muy presenta la celebración de esta solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo en su meditación.



Tras su reflexión, el Papa quiso recordar la beatificación de 27 mártires de la persecución religiosa en España de las familia dominicana que se desarrolló en Sevilla y destacó su testimonio de santidad y valentía para la vivencia de la fe. “Todos muertos por odio a la fe en la persecución religiosa que tuvo lugar en España en el contexto de la guerra civil del siglo pasado. Su testimonio de adhesión a Cristo y de perdón a sus asesinos nos muestra el camino de la santidad y nos anima a hacer de la vida una ofrenda de amor a Dios y a nuestros hermanos”, señaló el Papa.

También llamó la atención sobre la situación en Myanmar, unido a los obispos locales, reclamó el respeto a la vida y lamentó los ataques contra lugares de culto o las escuelas. Ante el X Encuentro Mundial de las Familias que se celebrará en esta semana en Roma y en diferentes puntos de todo el mundo, agradeció a los organizadores y a los matrimonios que ofrecerán su testimonio en dichas jornadas. Tras los saludos, recordó una vez más al “martirizado pueblo ucraniano” y ante una situación que se prolonga en el tiempo invitó a preguntarse a cada uno: “¿Qué hago yo hoy por el pueblo ucraniano? ¿Rezo? ¿Estoy ocupado? ¿Intento comprender? ¿Qué estoy haciendo hoy por el pueblo ucraniano? Cada persona responde en su propio corazón”.

Ciudadanos del cielo

El Papa, comentando el relato de la multiplicación de los panes (Lc 9,11b-17), destacó que “la eucaristía, instituida en la Última Cena, fue como el punto de llegada de un viaje, a lo largo del cual Jesús lo había prefigurado mediante algunos signos” como el milagro de evangelio del día. Para Francisco, “en la Eucaristía, todos pueden experimentar esta atención amorosa y concreta del Señor. Quien recibe con fe el Cuerpo y la Sangre de Cristo no sólo come, sino que se sacia. Comer y ser satisfecho: son dos necesidades fundamentales, que se satisfacen en la Eucaristía”.

Francisco destaca que Jesús “a los que le han escuchado quiere darles también comida” y por ello el milagro se produce porque “el pan aumenta al pasar de mano en mano”. “Y mientras comen, la multitud se da cuenta de que Jesús se ocupa de todo. Este es el Señor presente en la Eucaristía: nos llama a ser ciudadanos del Cielo, pero mientras tanto tiene en cuenta el camino que tenemos que hacer aquí en la tierra. Si tengo poco pan en mi bolsa, Él lo sabe y se preocupa”, añadió.

Ocuparse del prójimo

El pontífice advirtió que “a veces se corre el riesgo de confinar la Eucaristía a una dimensión vaga, tal vez luminosa y perfumada con incienso, pero alejada de los apuros de la vida cotidiana. En realidad, el Señor tiene en cuenta todas nuestras necesidades, empezando por las más básicas”, por lo que pide a los discípulos que den de comer. “Nuestra adoración eucarística encuentra su verificación cuando nos ocupamos del prójimo, como hace Jesús: a nuestro alrededor hay hambre de comida, pero también de compañía, de consuelo, de amistad, de buen ánimo, de atención”, recalcó. Para el Papa, “encontramos en el Pan Eucarístico: la atención de Cristo a nuestras necesidades, y la invitación a hacer lo mismo con los que nos rodean. Hay que comer y dar de comer”.

Bergoglio también destacó el detalle de que “la multitud estaba saciada por la abundancia de comida, y también por la alegría y el asombro de recibirla de Jesús”. Francisco reclamó que, más allá de la comida, “necesitamos ser saciados, es decir, saber que el alimento se nos da por amor. En el Cuerpo y la Sangre de Cristo encontramos su presencia, su vida entregada por cada uno de nosotros. No sólo nos da la ayuda para seguir adelante, sino que se da a sí mismo: se hace nuestro compañero de viaje, entra en nuestros asuntos, visita nuestras soledades, devolviendo el sentido y el entusiasmo”.

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