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El cardenal Béchara Raï siente “asco” ante el desgobierno en Líbano

El patriarca maronita carga contra la clase política y “su incompetencia, su falta de sentido de la responsabilidad y su desprecio por los sufrimientos del pueblo”





Desde 2020, la situación en Líbano ha caído en picado. Una crisis económica sin parangón, la pandemia y el efecto de los atentados de ese año en el puerto de Beirut (que dejaron más de 200 muertos y destrozaron innumerables infraestructuras) se han traducido en una crisis política enorme, con la sucesión de varios gobiernos y la incapacidad de todos ellos de poner coto a una corrupción generalizada.



Una parálisis que no han resuelto las elecciones generales del pasado 15 de mayo, que significaron la salida del poder de Michel Aoun, pero, a su vez, no ha consolidado una mayoría aún suficiente para gobernar, por lo que se agudiza la sensación de vacío de poder, sin presidente de la República y con un Gobierno interino que no puede adoptar medidas concretas de peso.

Un aldabonazo

En este contexto, ha sido un aldabonazo el contundente mensaje de quien para muchos es la gran figura pública de Líbano, el cardenal el cardenal Béchara Boutros Raï. Así, tras clausurar este pasado sábado 18 de junio el Sínodo anual de la Iglesia maronita, el patriarca, en su homilía de la misa dominical, recogida por L’Orient-Le Jour, expresó el “asco” que produce la clase política libanesa, marcada por “su incompetencia, su falta de sentido de la responsabilidad y su desprecio por los sufrimientos del pueblo”.

Tras apuntar que “nos negamos a pasar los últimos meses de este mandato bajo un Gobierno interino”, dejó claro que “rechazamos la vacancia presidencial y el vacío constitucional”. De ahí que sea más que urgente “acabar con la práctica de la obstrucción” y que el interés general dé paso al fin de los bloqueos entre facciones, reconociéndose, además, una “composición pluralista” que late en la sociedad y que debe encarnarse en las instituciones.

Situación de los refugiados

El cardenal tampoco esquivó otro reto que marca su vida nacional, el constante flujo de “refugiados palestinos y sirios desplazados en suelo libanés”, y llamó, por un lado, a la ONU para que encuentre una “solución definitiva” para ellos, y, por otro, al Gobierno de su país a negociar con los ejecutivos sirio y palestino, además de con los de su entorno, para que estas personas también puedan asentarse “en otros países capaces de absorberlos demográficamente y asegurarles una vida personal y social digna”.

Y es que hablamos de un país, Líbano, con 4,4 millones de habitantes y que acoge a un millón de sirios y a 650.000 palestinos. Una respuesta generosa, pero muy por encima de sus posibilidades debido a sus propias carencias internas.

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