“Ha sido y es mi maestro”. Así resumen José María Gil Tamayo su relación con el fallecido Antonio Montero, con el que compartió diálogos kilométricos que imponía la carretera de Extremadura en las idas y vueltas de la Plenaria donde aquel cura que hoy es obispo de Ávila conducía a su arzobispo, aunque en realidad era el prelado quien lleva el volante de aquel joven sacerdote que acabaría siendo también obispo y periodista.
PREGUNTA.- ¿Cuál es la imagen que más se le ha venido a la cabeza en estos días de duelo?
RESPUESTA.- Él en el coche. Soy el segundo cura que ordenó de la diócesis de la primera promoción en el año 80 y me dio el nombramiento de tres pueblecitos en Badajoz en su coche. Posteriormente, yo le acompañaría en el coche horas y horas a Madrid, ida y vuelta. Compartimos tantas conversaciones sobre la comunicación, la pastoral y la historia reciente de la Iglesia en España… Don Antonio ha sido un verdadero padre para mí porque hemos pasado muchas horas juntos. Pero, más allá de lo afectivo y del coche, su magisterio lo ejerció en las redacciones, sabiendo armonizar el ministerio episcopal con su vocación como comunicador.
P.- ¿Habría sido periodista sin Antonio Montero?
R.- Evidentemente, no. Yo era un cura de pueblo que había pedido estudiar, pero en mi vida pensé que sería periodista. Es verdad que estaba colaborando en las emisoras municipales y le invité a participar dentro de su visita pastoral a la zona. Después de aquella experiencia, cuando yo ya llevaba nueve años como sacerdote, al mes me mandó a formarme en periodismo.
P.- ¿Qué legado deja a los comunicadores eclesiales de 2022?
R.- Sobre todo, el abrazo entre la comunicación y la Iglesia. Es un constructor de puentes, un verdadero pontífice, que aunó y entrelazó ambas realidades para que no resultaran antagónicas. Lo demostró con su propia vida, siendo un hombre profundamente de Dios y de Iglesia, abierto a la modernidad, que supo entender que los medios de comunicación social eran instrumento de evangelización y herramienta necesaria para la inculturación del Evangelio.
Su pasión por la literatura le llevó a ser quien encumbró al nuevo mester de clerecía que representaba toda la generación de José Luis Martín Descalzo, José María Javierre, Joaquín Luis Ortega… Todo esto se materializó en la editorial PPC y en Vida Nueva, desde su convencimiento de ser un hombre del Vaticano II.
P.- ¿Aquel aterrizaje conciliar en lo comunicativo fue tan complejo como la segunda recepción conciliar que representa Francisco?
R.- Francisco es un hombre del Concilio, es el primer Papa ordenado sacerdote después del Vaticano II. La recepción de un Concilio tarda décadas en materializarse y ahora, después de ese empujón inicial con sus contradicciones, toca y nos toca recuperar y volver a poner en valor el Concilio con más serenidad, aprendiendo de estos hombres que supieron tender la mano y convivir con aquellos que tenían una mirada preconciliar, para hacerle partícipes de la novedad. Nosotros, siguiendo el ejemplo de estos obispos y sacerdotes de los años 70, 80 e incluso 90, estamos llamados a dar un empujón a la renovación conciliar.