“Abandonemos las polémicas para escuchar juntos lo que el Espíritu dice a la Iglesia, mantengamos la comunión, sigamos asombrándonos por la belleza de la liturgia”. Este es el llamamiento del papa Francisco en su carta apostólica ‘Desiderio desideravi’ sobre la formación litúrgica del Pueblo de Dios, publicada hoy con motivo de la solemnidad de los santos Pedro y Pablo.
El Pontífice desea, con su misiva, “llegar a todos después de haber escrito a los obispos tras la publicación del motu proprio ‘Traditionis custodes’“, por medio del que restringía la celebración de la misa ‘ad orientem’.
El objetivo de Jorge Mario Bergoglio ahora es compartir algunas reflexiones sobre la liturgia, consciente de que “el tema es muy extenso y merece una atenta consideración en todos sus aspectos: sin embargo, con este escrito no pretendo tratar la cuestión de forma exhaustiva. Quiero ofrecer simplemente algunos elementos de reflexión para contemplar la belleza y la verdad de la celebración cristiana”.
Con el recuerdo al Concilio Vaticano II como eje de toda la carta, el Papa señala que la Iglesia debe a este momento histórico, y al movimiento litúrgico que lo ha precedido, “el redescubrimiento de la comprensión teológica de la liturgia y de su importancia en la vida de la Iglesia”, pues “los principios generales enunciados por la ‘Sacrosanctum Concilium’, así como fueron fundamentales para la reforma, continúan siéndolo para la promoción de la participación plena, consciente, activa y fructuosa en la celebración”.
En este sentido, Francisco espera que “la belleza de la celebración cristiana y de sus necesarias consecuencias en la vida de la Iglesia no se vieran desfiguradas por una comprensión superficial y reductiva de su valor o, peor aún, por su instrumentalización al servicio de alguna visión ideológica, sea cual sea”.
Según Bergoglio, “el redescubrimiento continuo de la belleza de la liturgia no es la búsqueda de un esteticismo ritual, que se complace solo en el cuidado de la formalidad exterior de un rito, o se satisface con una escrupulosa observancia de las rúbricas. Evidentemente, esta afirmación no pretende avalar, de ningún modo, la actitud contraria que confunde lo sencillo con una dejadez banal, lo esencial con la superficialidad ignorante, lo concreto de la acción ritual con un funcionalismo práctico exagerado”.
Más claro, “hay que cuidar todos los aspectos de la celebración (espacio, tiempo, gestos, palabras, objetos, vestiduras, cantos, música, …) y observar todas las rúbricas: esta atención sería suficiente para no robar a la asamblea lo que le corresponde, es decir, el misterio pascual celebrado en el modo ritual que la Iglesia establece. Pero, incluso, si la calidad y la norma de la acción celebrativa estuvieran garantizadas, esto no sería suficiente para que nuestra participación fuera plena”, detalla.
“¿Cómo recuperar la capacidad de vivir plenamente la acción litúrgica?”, se pregunta el Papa. Y continúa: “La reforma del Concilio tiene este objetivo. El reto es muy exigente, porque el hombre moderno –no en todas las culturas del mismo modo– ha perdido la capacidad de confrontarse con la acción simbólica, que es una característica esencial del acto litúrgico”. “Necesitamos una formación litúrgica seria y vital”, reclama.
El Pontífice concluye su misiva pidiendo a todos los obispos, presbíteros y diáconos, a los formadores de los seminarios, a los profesores de las facultades teológicas y de las escuelas de teología, y a todos los catequistas, que ayuden al Pueblo de Dios a “beber de la que siempre ha sido la fuente principal de la espiritualidad cristiana”. Porque “estamos continuamente llamados a redescubrir la riqueza de los principios generales expuestos en los primeros números de la ‘Sacrosanctum Concilium’, comprendiendo el íntimo vínculo entre la primera Constitución conciliar y todas las demás”.
Por eso, “no podemos volver a esa forma ritual que los padres conciliares, cum Petro y sub Petro, sintieron la necesidad de reformar, aprobando, bajo la guía del Espíritu y según su conciencia de pastores, los principios de los que nació la reforma”. “Los santos pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, al aprobar los libros litúrgicos reformados garantizaron la fidelidad de la reforma al Concilio. Por eso, escribí ‘Traditionis custodes’, para que la Iglesia pueda elevar, en la variedad de lenguas, una única e idéntica oración capaz de expresar su unidad. Esta unidad que, como ya he escrito, pretendo ver restablecida en toda la Iglesia de rito romano”, recalca.