En la solemnidad de San Pedro y San Pablo, el papa Francisco presidió este miércoles la celebración eucarística en la basílica de San Pedro del Vaticano, antes de la cual tuvo lugar la tradicional bendición de los palios, las estolas confeccionadas con lana de cordero que se entregan a los los arzobispos metropolitanos nombrados durante el último año. Entre ellos estaba el español Luis Argüello, arzobispo de Valladolid; los mexicanos Jorge Carlos Patrón Wong y Raúl Gómez González, respectivos arzobispos de Jalapa y Toluca; el boliviano René Leigue Cesari, arzobispo de Santa Cruz de la Sierra; y el jesuita argentino Ángel Sixto Rossi, arzobispo de Córdoba.
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Como es habitual cada año en el día de San Pedro y San Pablo, participó en la ceremonia una delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, que estuvo liderada por el arzobispo de Telmissos, Job. Aunque el Papa ha mejorado de sus dolores en la rodilla, solo presidió la liturgia de la palabra y pronunció la homilía, mientras que el purpurado Giovanni Battista Re, decano del Colegio Cardenalicio, se encargó de la liturgia eucarística. Un gran número de cardenales y obispos concelebraron la ceremonia.
El buen combate
Francisco comenzó su alocución invitado a los católicos a plantearse qué significan hoy en una Iglesia en medio del proceso sinodal dos de las enseñanzas que dejaron San Pedro y San Pablo: “levantarse rápido” y “pelear el buen combate”. “Experimentamos todavía muchas resistencias interiores que no nos permiten ponernos en marcha. Muchas resistencias”, enfatizó Jorge Mario Bergoglio, reconociendo que en ocasiones, como Iglesia, “nos abruma la pereza y preferimos quedarnos sentados a contemplar las pocas cosas seguras que poseemos, en lugar de levantarnos para dirigir nuestra mirada hacia nuevos horizontes, hacia el mar abierto”.
“Mediocridad espiritual”
Esto sucede cuando la comunidad cristiana queda “encadenada” a la prisión de la costumbre, reacciona “asustada” a los cambios y permanece “atada a la cadena” de las tradiciones. De esta manera se desliza “hacia la mediocridad espiritual”, provocando que disminuya “el entusiasmo por la misión” y se acabe dando “una impresión de tibieza e inercia”.
En ese momento de su homilía, el Pontífice echó mano de una cita de Henri de Lubac para advertir que la “novedad” que plantea el Evangelio no puede terminar en “el formalismo y la costumbre”, en una religión “de ceremonias y de devociones, de ornamentos y de consuelos vulgares”. Esta reflexión del teólogo francés le dio pie a mostrar su deseo de que el actual camino sinodal propicie una Iglesia “que se levanta, que no se encierra en sí misma, sino que es capaz de mirar más allá, de salir de sus propias prisiones al encuentro del mundo con coraje de abrir las puertas”.
Sin cristianos de primera y de segunda
Francisco mostró su deseo de que pueda llegarse a una Iglesia “sin cadenas y sin muros, en la que todos puedan sentirse acogidos y acompañados, en la que se cultive el arte de la escucha, del diálogo, de la participación”. Debe ser una comunidad cristiana “libre y humilde”, que no acumule “retrasos ante los desafíos del ahora” ni tampoco se detenga ante los recintos sagrados”. Improvisando sobre el texto que tenía preparado, destacó la voluntad de que la Iglesia “llegue a todos y acoja a todos”, porque en ella “hay lugar para todos”.
Más adelante en su homilía, instó a los fieles a “no quejarse de la Iglesia”, sino a “comprometerse con ella”, y subrayó cómo en el actual proceso sinodal “todos” deben participar, pues nadie está “en lugar de los otros o por encima de los demás”. “No hay cristianos de primera y de segunda clase. Todos están llamados”, destacó.
La denuncia del clericalismo, uno de sus habituales caballos de batalla, también estuvo presente. “Es evidente que no debemos encerrarnos en nuestros círculos eclesiales y quedarnos atrapados en ciertas discusiones estériles, tened cuidado de no caer en el clericalismo, que es una perversión. El ministro con actitud clerical ha tomado un camino equivocado. Peor aún son los laicos clericalizados, tengamos cuidado con esa perversión del clericalismo”, dijo, invitando finalmente a no caer en “la tentación de la nostalgia”, que viene de la idea “hoy de moda” de pensar que en el pasado “los tiempos eran mejores”.