El presidente del Comité de Migración del Episcopado norteamericano pidió a las autoridades de su país desarrollar nuevas vías para quienes se ven obligados a migrar
Luego de la tragedia de San Antonio, Texas, en Estados Unidos, que hasta el momento ha dejado un saldo de 53 migrantes muertos y casi una veintena de heridos, tras haber sido abandonados en un tráiler, obispos de la Unión Americana y de México se pronunciaron este miércoles 29 de junio.
El obispo auxiliar de Washington y presidente del Comité de Migración de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB), Mario Dorsonville, denunció los riesgos extremos que sufren los migrantes en su desesperación por alcanzar el llamado sueño americano.
También se unió al arzobispo Gustavo García-Siller, de San Antonio, para orar “en este momento difícil” por las víctimas mortales y sobrevivientes de este “horrible incidente”, y al papa Francisco “para pedirle al Señor que abra nuestros corazones para que estas desgracias nunca vuelvan a suceder”.
Para el obispo Dorsonville, “desafortunadamente, este desprecio por la santidad de la vida humana es demasiado común en el contexto de la migración”.
Por ello -dijo- la Iglesia está llamada a construir una cultura de la vida: “no podemos tolerar esta injusticia… debemos reconocer que somos hermanos y hermanas, cada uno imbuido de la dignidad dada por Dios”.
Instó a los gobiernos y a la sociedad civil a promover el acceso a la protección, incluido el asilo, desarrollar nuevas vías para quienes se ven obligados a migrar y combatir la trata de personas en todas sus formas.
Por su parte, en un mensaje en redes sociales, los obispos de México expresaron su dolor por el fallecimiento de los 53 migrantes -27 de ellos de origen mexicano- haciendo eco a la frase del papa Francisco: “Pidamos un corazón que acoja a los inmigrantes”.
De manera particular, la Dimensión Episcopal de Pastoral de Movilidad Humana, encabezada por el obispo de Ciudad Juárez, José Guadalupe Torres, hizo un llamado a los Estados para que, “a través de la cooperación internacional, establezcan acuerdos que promuevan la erradicación de las causas que generan la migración forzosa y cumplan con los estándares internacionales de derechos humanos, a fin de garantizar una movilidad humana digna, que respete la vida de aquellos hermanos y hermanas que se ven obligados a cruzar las fronteras”.