Álvaro Chordi Miranda es, desde este sábado 2 de julio, el nuevo obispo auxiliar de Santiago de Chile, acompañando en su labor pastoral al arzobispo, Celestino Aós. Nacido en Pamplona, aunque criado entre Tenerife, Badajoz y sobre todo Salamanca, está configurado en torno a las comunidades Adsis, a las que se incorporó hace más de 30 años. Ordenado sacerdote en la Diócesis de Vitoria y siempre muy vinculado a la pastoral juvenil, hace siete años inició la que, por ahora, es su gran aventura vital: misionero en Santiago de Chile.
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Fruto del gran trabajo que ha desarrollado en su parroquia, la de San Saturnino, es lo que ocurrió al día siguiente en la misa dominical: “El Pueblo de Dios que peregrina en el barrio Yungay me ha bendecido para este nuevo servicio que la Iglesia me solicita. ¡Entrañable y conmovedor!”. Así lo ha contado en su perfil de Facebook, acompañando el texto con una entrañable foto en la que se le ve, con la cabeza agachada, recibiendo la bendición de la feligresía que abarrotaba el templo.
Sin renunciar a la libertad
Por todo ello, Chordi agradece “su afecto y su oración, que me sostiene y anima a cargar esta pesada cruz sobre mis frágiles hombros”. Al mismo tiempo, añade, “me piden que no cambie, que no deje de ser yo mismo, que no pierda la libertad, que no me olvide de los jóvenes y los pobres… Les preocupa que la estructura eclesiástica me transforme y me aleje de la realidad, de la cercanía de las personas, del Evangelio, en definitiva, de ser hermano”.
El nuevo prelado español acepta que es “natural dicha reacción, porque les avala la historia de tantos buenos sacerdotes que, llamados al episcopado, no llegaron a ser mejores obispos. Ante este vaticinio demoledor, solo queda confiar en que la gracia sacramental haga su parte cuando sea ordenado”.
Un camino con todos
Frente a tales “expectativas altas y legítimas”, el nuevo auxiliar de Santiago expresa su deseo de que la necesaria “renovación en la jerarquía eclesial” cale hondo, aunque es consciente de que, para que el cambio sea real y “transforme” la Iglesia, ha de contar con “el concurso de todos”, empezando por los laicos. De ahí que les insista en que “no se dejen robar la unción del Pueblo de Dios”.
De ahí, concluye Chordi, que su gran llamada sea a “ser hermano de todos. En estos últimos años voy aprendiendo a huir de la ideología para abrazar más la fe, buscando siempre la comunión y acogiendo las diferencias, sin renunciar por ello a mi identidad ni a mis convicciones, pero siempre abierto a incluir, aprender y mejorar. Sin olvidar que lo primero son las personas, no las ideologías ni las estructuras”.
De la mano de Dios
Hace dos años, en conversación con Vida Nueva, Chordi ya abrió su corazón y explicó qué le movió a encarnarse en el pueblo chileno: “Siempre he sentido que fue Dios quien me trajo de su mano a este bello país con mis hermanos de comunidad. Abandoné mi tierra porque sentí la fuerza del Espíritu del Señor, que me impulsaba a recorrer caminos nuevos, a dejar ir las seguridades conquistadas para descubrir mi propia verdad, para dejar que Jesús me transformara el corazón y así aprender a amar profundamente”.
“Vine a este país –añadía– a servir fraternalmente a los jóvenes y a los pobres desde el carisma Adsis. Y, ciertamente, en la soledad inesperada y en el silencio habitado me siento amado por Dios, he reconocido la bondad del corazón, estoy empezando a degustar la simplicidad de la vida y a aprender de la fe de los sencillos, mis nuevos compañeros de viaje, que me permiten recorrer caminos inéditos de fe, amor y libertad”.
Desolaciones eclesiales
Sin duda, Chordi ha encontrado en Chile su hogar: “Entre tantas itinerancias en mi infancia y juventud, este país se está convirtiendo en la tierra del arraigo del corazón y de la misión madura, en medio de contradicciones personales, desolaciones eclesiales, despertares sociales y emergencias sanitarias”.
En este tiempo, ha sido durante tres años consejero general de Adsis del Cono Sur y también de asesor de la Pastoral de Educación Superior del Arzobispado de Santiago. En lo pastoral, primero estuvo en la parroquia de san Cayetano de La Legua, “una población conflictiva como pocas en Chile y con una fuerte tradición de comunidades de base, impulsadas por el recién fallecido padre Mariano Puga, profeta y amigo de los pobres”.
Frente a la droga
Ahora era párroco de San Saturnino, en el corazón del barrio Yungay, donde los robos, el microtráfico de drogas, la basura en las calles y la sensación de delincuencia en general está minando este barrio patrimonial que a su vez es un activo eje cultural y alternativo de la ciudad”.
Sin duda, estamos ante un obispo con entrañas de misericordia y al que ningún ornamento o estructura va a desconfigurar. No va a “cambiar”.