Mientras Melilla celebraba el 24 de junio el Sagrado Corazón de Jesús, decenas de migrantes –en su mayoría sudaneses huyendo del terror– saltaban la valla de la frontera sur que separa España de Marruecos con la intención de lograr el asilo. El intento de entrada masiva se saldó con, al menos, 37 víctimas mortales, según las ONG que trabajan sobre el terreno, y 23, según las autoridades de ambos países, debido a la “violencia inusitada” de la gendarmería marroquí que denuncian las entidades sociales, y que ha condenado hasta el secretario general de la ONU, António Guterres, que ve un “uso excesivo de la fuerza”, por la que la Fiscalía General del Estado ha abierto incluso una investigación.
“Son imágenes dantescas que me recuerdan a Auschwitz, con cuerpos hacinados durante diez horas…”, lamenta, en conversación con Vida Nueva, Marisa Amaro, apostólica del Corazón de Jesús perteneciente a una comunidad intercongregacional junto a las religiosas del Santo Ángel. En concreto, ahora hay cuatro hermanas: una del Santo Ángel y tres apostólicas, que acompañan la realidad migratoria junto a todos los voluntarios de la Asociación Geum Dodou, y en red con el Servicio Jesuita a Migrantes (SJM) y ACNUR.
El dolor que siente tras las muertes de tantos jóvenes se agrava con la decisión de Marruecos de cavar fosas comunes para enterrar los cuerpos “sin autopsias ni el reconocimiento de sus familiares”. “No entendemos la intencionalidad…”, afirma con desolación. La religiosa, siempre con su afán de concienciar a la sociedad y a todos los cristianos, recuerda que se trata de personas que “vienen de países dónde se les tortura, como Eritrea, Níger, Sudán y Sudán del Sur”.
“¿Y si fueran blancos?”, se pregunta, pues “ellos, para poder pedir el asilo, necesitan saltar la valla, no tienen otra fórmula”, recalca evidenciando la diferencia de clases a la hora de comenzar un proceso migratorio.
La hermana Marisa, que practica el anuncio y la denuncia, clama contra las devoluciones en caliente de las que “fueron testigos las organizaciones que consiguieron llegar al Barrio Chino”. En su denuncia, que no cesa, este 1 de julio se unió, junto a los supervivientes, a la manifestación en todo el país que reclama una investigación sobre lo sucedido. Y tras las concentraciones, solo queda estar con los supervivientes. “Lo fuerte ahora es acompañar a estos chicos”, reconoce Amaro.
“Conmocionado”. Así define en una palabra su estado el vicario episcopal de Melilla, Eduardo Mesa, al otro lado del teléfono. Ese mismo viernes 24, toda la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús, mientras tenía lugar la exposición del Santísimo, “rezó todo lo que sabía por estos chicos, cuando todavía no éramos conscientes de qué había pasado realmente”. “Los cristianos estamos hechos puré: los derechos humanos deben ser siempre respetados, porque esta gente no viene a invadirnos sino a buscar una vida mejor. Esas imágenes claman al cielo”.