Ennymar Carolina Bello es la secretaria ejecutiva de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM) en Venezuela desde 2017. Una laica que viene de las filas de la pastoral juvenil en su natal estado de Falcón, en la costa caribe venezolana, cuya capital, Coro, es la diócesis “más antigua” del país. Si bien todo este caminar “ha sido una experiencia maravillosa”, le ha tocado lidiar –como a todos los venezolanos– con la actual crisis.
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Para Bello “había una particularidad y es que Venezuela no se reconocía como un país amazónico, solamente el estado de Amazonas”, cuando “en verdad toda la región comprende el recorrido del río Orinoco, que es el río madre de nuestro país” desde el Amazonas hasta Delta Amacuro.
Es así cómo el equipo pastoral, durante todo este período, ha apostado a trabajar en función “de la calidad y no de la cantidad”, sobre todo en medio de circunstancias tan complejas como la falta de gasolina, la creciente inseguridad, puesto que “hay zonas que luego de las 6 de la tarde no se pueden transitar”.
Sin duda, la pandemia del Covid-19 ha establecido nuevas pautas de acción pastoral en las seis jurisdicciones eclesiales amazónicas, constituidas por tres vicariatos, dos diócesis y una arquidiócesis, porque gracias al trabajo sostenido de la REPAM “pudimos levantar un mapeo que sirvió de antesala a las asambleas presinodales y a todo el trabajo en general”.
Hasta febrero de 2020 realizaron visitas en los territorios, el confinamiento obligatorio los llevó a diversas formas de relacionamiento, por lo que encontraron en las redes sociales una tabla de salvación: “En Facebook e Instagram comenzamos a realizar campañas sobre el Documento Final del Sínodo, Querida Amazonía, y sobre la propia Laudato si’”.
La fiebre del oro
Ennymar desentraña una situación sobre la cual la REPAM y organizaciones humanitarias asentadas en Venezuela son víctimas: la autocensura. En efecto, el arco minero del Orinoco, en el estado de Bolívar, en una anacrónica “fiebre del oro”, da sustento al gobierno “a costa de la violación de derechos humanos y la destrucción del ecosistema”. Con este pesado madero, acompañan a comunidades de la forma “más discreta posible” para “proteger la integridad propia y la de quienes colaboran en territorio”.
De hecho, entre 2020 y 2022 han publicado solo cuatro comunicados para denunciar la violación de derechos humanos contra indígenas pemones y yanomamis, corriendo el riesgo, en algún momento, de poder ser calificados de “vendepatria”. Aún así esta laica considera que “debemos ser flexibles como palmeras para virar con el viento que el Espíritu Santo sopla”.
Otra de las acciones del equipo venezolano está centrada en la formación. Llevan dos cohortes con más de 200 participantes en un curso sobre el Sínodo amazónico, además de otro de lenguas indígenas. Ennymar, con una corona de plumas yanomami, sigue resistiendo con la esperanza de la sinodalidad, donde todos puedan seguir re-construyendo el país que se ha hecho pedazos, porque obispos, vida religiosa y laicado confluyen juntos como hijos del río Orinoco.