Matilde Martín ha cumplido hace poco 87 años. Con 17 ya colaboraba con Cáritas en la parroquia de San Bartolomé de Tejina, en Tenerife. Es la voluntaria más veterana de la institución. Un poco más al sur de la misma isla, Giomara Rodríguez, de 26 años, representa el relevo generacional de la plataforma social de la Iglesia española. Se sumó hace más de un año al equipo de voluntarios que sostiene la actividad de la confederación en la parroquia de San José del Escobonal, en Güímar. Ambas entregan su tiempo a quienes más lo necesitan sin esperar nada a cambio.
Los voluntarios, que siempre han sido uno de los pilares fundamentales que han sostenido la labor de Cáritas Española desde su creación, aportan su experiencia y cariño a la acción caritativa de la Iglesia. Matilde y Giomara se han conocido personalmente hace solo unos días.
La joven tinerfeña tenía muy claro qué era lo primero que le diría a la longeva voluntaria: “Matilde es un ejemplo a seguir. Tenemos que aprender de los mayores, porque ahora que estamos en un mundo en el cada uno busca su propio beneficio, se nos olvida que somos personas que necesitamos estar con más personas, se está perdiendo el compartir, el estar juntos y quererse, y eso nos lo enseñan los abuelos”.
Para Matilde, “ser voluntario es una vocación”. Y continúa: “Tiene que gustarte y tener mucho espíritu de acogida para saber entender a las personas”. Giomara estudió el ciclo superior de Animación Sociocultural y Turística, y trabaja en un hospital-residencia de personas mayores en La Laguna (Tenerife). Allí se encarga de cubrir todas las necesidades que estas personas mayores pueden tener, en un contexto de enfermedad, para intentar retrasar también su deterioro cognitivo.
A ella ya le habían propuesto varias veces desde su parroquia sumarse a este voluntariado, pero nunca encontraba el momento entre el trabajo y los estudios. “Ser voluntaria de Cáritas fue un regalo. Hubo un momento en que me quedé sin trabajo y me encontraba perdida. Entonces, vi que era el momento correcto para unirme al equipo de acogida y acompañamiento”.
Si tiene que hacer balance sobre este tiempo en la institución, la joven tiene claro que encontrarse con una realidad complicada, en un momento que para ella también era difícil, por estar en paro, le sirvió para abandonar ‘la queja’ y situarse en clave de buscar soluciones. “Comenzar el voluntariado en Cáritas también me ayudó a darme cuenta que hay mucho más que puedes hacer fuera de tu jornada laboral, ayudando a personas con necesidades que también se enfrentaban a la búsqueda de trabajo”.
La colaboración gratuita y en equipo de más de 70.000 voluntarios en toda España hace posible que más de 2,5 millones de personas puedan ser atendidas en las más de 5.000 Cáritas parroquiales. Sin personas como Matilde, que han sostenido esta misión en los últimos tres cuartos de siglo, y sin voluntarias como Giomara, que toman el pulso a la realidad hoy, la actividad de Cáritas no sería posible, porque, como afirma Giomara, “el éxito radica en el trabajo conjunto de trabajadores, voluntarios veteranos y jóvenes”.
Aunque los primeros estatutos de Cáritas datan de 1947, la organización social de la Iglesia encuentra su precursora en 1942, dentro de la Acción Católica. A mediados de la década de los 50, se produjo un cambio social con la migración masiva. Las ciudades empezaron a generar suburbios, grandes núcleos de población en los que se concentraban también situaciones de pobreza.
Ante este panorama, y con un régimen franquista que recuperaba poco a poco las relaciones internacionales, la Cáritas norteamericana comenzó a facilitar leche en polvo para los niños de todas las diócesis. Este ofrecimiento, que luego se prolongó hasta la década de los años 70, impulsó el desarrollo de lo que hoy conocemos como las Cáritas parroquiales. Lo recuerda bien Matilde, tras 70 años siendo voluntaria, casi tantos como la propia entidad eclesial.
En su memoria se encuentra con aquellos primeros momentos en los que se encargaba de entregar a los más necesitados esta ayuda estadounidense: “La leche no solo se repartía en polvo, sino que también se preparaba en casa de una señora para repartir a los más pequeños, y se les daba ropa y queso”. Posteriormente, este reparto fue transformándose hasta llegar a las dependencias de la parroquia, donde se contaba con una mayor organización.
A ella, en el inicio de los años 60, le dijeron: “Tú te vas a hacer cargo de lo de Cáritas”. Y así fue. En su recuerdo aún están presentes las personas necesitadas que había en ese momento. Aunque también es consciente de que sigue habiendo muchas personas con necesidad, sobre todo por las migraciones que, con un nuevo patrón y ritmo, siguen en este nuevo tiempo que ahora se vive. “Al principio, la acogida era más bien a personas de aquí, después empezaron a emigrar y, en estos últimos años, casi todos los que llegan a Tenerife, desde Venezuela u otros lugares, pasan por nuestra casa, buscando ayuda o información”, destaca la señora Matilde.
Matilde Martín constata a pie de obra: “Lo que importa es la persona y mostrar la misericordia de Dios en la acogida, con el objetivo de ayudar a quien acude al despacho a seguir creciendo”. También Giomara Rodríguez lo tiene claro: “Cáritas no cubre solo la necesidad momentánea, sino que acompaña, para desarrollar a la persona integralmente”. Para ella, hay algo primordial que descubrió tras su primer día en la acogida: “Las personas que acuden al despacho lo hacen con vergüenza, vienen a contarte una situación complicada, a exponerte sus necesidades, con todo lo que ello conlleva. El primer día me impactó mucho, tuve que aprender a controlar mis emociones, sobre todo porque lo importante en la acogida es la persona, que se sienta cómoda y que podamos encontrar soluciones a sus problemas”.
Matilde, por su edad y su estado de salud, fue una de esas voluntarias que tuvo que pasar de la trinchera a la retaguardia: “La pandemia ha modificado la acción de Cáritas, porque en muchos momentos no hemos podido estar cerca de la gente. Para mí, ha resultado difícil, porque siento que lo más importante es la acogida, el poder hablar, sonreír y abrazar a las personas”.
“Ser voluntario es una experiencia muy gratificante, porque ves la realidad de la vida, valorando todo lo que tienes a tu alrededor, ayudándonos a ser más humanos y empáticos”, expone Giomara, que representa esa savia nueva que viene pisando fuerte, con la confianza de que “Dios nos ha enseñado a ayudar y querer a los demás, y sin duda ese cariño tú también lo recibes; no solo de las personas a las que acompañamos, sino de todos los voluntarios, en especial de los mayores, y de los trabajadores que hacen posible esta acción social”.
Este rejuvenecimiento estructural trae consigo nuevos modelos de organización y una mayor optimización de los procesos, sin olvidar la misión principal de la institución. Por ejemplo, para hacer frente al coronavirus y al aislamiento que trajo consigo, Cáritas arciprestal de Güímar, a la que pertenece Giomara, organizó varios conciertos, no solo para recaudar fondos, sino también como punto de encuentro para los distintos beneficiarios de los programas de ayuda y los voluntarios.