El papa Francisco presidió la oración mariana del ángelus desde la ventana de su despacho en el Palacio Apostólico. Centrado en su recuperación de los dolores de rodilla, esta es la único cita oficial de su agenda semanal en este mes de julio en el que tradicionalmente se desarrollan las vacaciones del pontífice. Tras es rezo, el Papa mostró su cercanía con el pueblo de Sri Lanka que vive un momento de inestabilidad política y reclamó la paz y que se escuche la voz de quienes más sufren. También reclamó soluciones de la comunidad internacional a través del diálogo para quienes viven en Libia. Una vez más, rezó por las víctimas y enfermos del pueblo ucraniano y reclamó el fin de la guerra. En el domingo en el que muchos países celebran la jornada del día del Mar, pidió por los marineros y capellanes especialmente por aquellos que están en zona de guerra.
Comentando el evangelio del día, la parábola del buen samaritano (cf. Lc 10,25-37), el Papa destaca que el samaritano, a pesar de encontrarse viajando, “no pone excusas y se deja interpelar por lo que ocurre en el camino” frente al sacerdote y el levita. Para Francisco, Jesús nos enseña a “mirar a lo lejos, a la meta final, mientras se presta atención a los pasos que tenemos que dar, aquí y ahora, para llegar a ella”.
En este sentido, el pontífice recordó que “los primeros cristianos se llamaran ‘discípulos del Camino’” porque se consideraban “caminantes” como sabiendo “que no son alguien que haya ‘llegado’, sino que quiere aprender cada día, siguiendo al Señor Jesús, que dijo: ‘Yo soy el camino, la verdad y la vida’”. Un seguidor, explicó, “va detrás del Señor, que no está sentado, sino que siempre está en camino: en el camino se encuentra con la gente, cura a los enfermos, visita aldeas y ciudades”. Este discípulo “ve que su forma de pensar y de actuar cambia gradualmente, conformándose cada vez más con la del Maestro. Siguiendo las huellas de Cristo, se convierte en un caminante, y aprende –como el samaritano– a ver y a tener compasión”.
En concreto, Francisco destacó que esta forma de discipulado “abre los ojos a la realidad, no se encierra egoístamente en sus propios pensamientos” frente a quienes pasan de largo en la parábola. “El Evangelio nos educa para ver: nos guía a cada uno de nosotros para comprender correctamente la realidad, superando día a día los prejuicios y el dogmatismo. Y el seguimiento de Jesús nos enseña a tener compasión: a fijarnos en los demás, especialmente en los que sufren, en los más necesitados”, recalcó.
Frente a quienes se culpan a sí mismos o a los demás al leer el texto evangélico, Francisco propuso “otro tipo de ejercicio”. “Por supuesto, debemos reconocer cuándo hemos sido indiferentes y nos hemos justificado, pero no nos detengamos ahí. Pidamos al Señor que nos saque de nuestra indiferencia egoísta y nos ponga en el camino. Pidámosle que vea y se compadezca de los que encontramos en el camino, especialmente de los que sufren y están necesitados, para acercarnos y hacer lo que podamos para ayudar”, concluyó. En este sentido comentó que recomienda dar limosna tocando la realidad y mirando a los ojos de quien se le ayuda porque de lo contrario la limosna es para quien la da no para quien la recibe. Por ello propuso “tocar y mirar de frente” a quien vive la miseria.