Suspensión de ordenaciones en Fréjus-Toulon por decisión vaticana (VN, nº 3.274); visita apostólica a Estrasburgo a instancias del nuncio; disolución de la comunidad del Verbo de Vida, por anomalías graves y sistémicas; supresión de la asociación Misión Teresiana, por motivos similares, en la Diócesis de Bayeux-Lisieux, ordenada por su obispo, Jacques Habert…
A priori, todos estos hechos no están relacionados, pero se producen en una Iglesia católica cada vez más minoritaria en Francia, con nuevas comunidades de gran éxito en las últimas décadas, hasta el punto de ejercer tal influencia que hoy ponen en aprietos a algunos obispos.
Yves Hamant, intelectual católico que conoció de cerca la influencia de uno de estos grupos en un ser querido, confía a Vida Nueva que “los fundadores de estas comunidades a menudo no tenían experiencia de vida religiosa y han crecido muchas veces con un estatuto de ‘asociación de fieles’, sin garantías y escapando a todo control. Los abusos de poder y conciencia, incluso sexuales, se han multiplicado sin que la jerarquía reaccionara”.
Aunque la situación podría estar cambiando, “estas medidas llegan muy tarde”, lamenta Hamant. En los últimos años, varias comunidades nacidas en el país han tenido que hacer un examen de conciencia, o incluso refundarse, tras destaparse los abusos de sus fundadores, que Céline Hoyeaux –periodista de La Croix– detalla en ‘La traición de los padres’ (Bayard, 2021). Pero gran parte de las fuerzas vivas del catolicismo francés todavía se encuentran en estas comunidades, lo que complica la tarea de los obispos para corregir ciertas conductas.
En la dinámica Iglesia local de Toulon, su obispo, Dominique Rey, ha llegado a admitir “errores de discernimiento”. Ahí están las comunidades de Points-Cœurs y Eucaristein, en las que se han observado graves abusos. Son los casos más conocidos, pero no los únicos.