Mañana, martes 12 de julio, en el Foro Político de Alto Nivel de ONU, la plataforma REDES y Justice Coalition of Religious organizan un encuentro de reflexión en el que se visibilizará la importancia de las congregaciones religiosas en el impulso de la ciudadanía global a través de la educación y con iniciativas como el Pacto Educativo Global, impulsado con tanta fuerza por el papa Francisco”.
En este sentido, uno de los ponentes será el hermano de La Salle Juan Antonio Ojeda, asesor vaticano en educación. En conversación previa con Vida Nueva, destaca como, en todo el mundo, la escuela católica está generando “un nuevo modelo de vida, de persona, de sociedad, nuevas relaciones con uno mismo y con los otros, más humanas, fraternas y solidarias”.
PREGUNTA.- El papa Francisco encabeza simbólicamente la oferta de la Iglesia al mundo de un Pacto Educativo Global. Algo que puede hacer gracias a la experiencia directa de miles de entidades eclesiales que inciden en sus sociedades locales gracias a la promoción de una educación para todos, siendo, entre otras cosas, la escuela un refugio para los más vulnerables, especialmente las niñas y mujeres. ¿Este caudal de vida y esperanza que se da en tantos países de Asia, África y América Latina es realmente conocido en el mal llamado Primer Mundo?
RESPUESTA.- Desafortunadamente, muy poco. Sin lugar a dudas, en muchos contextos los centros de educación católica, formales o no, están dando vida y esperanza a los más pobres y excluidos, acogiendo a todos, independientemente de su cultura, raza, religión, sexo o estatus económico. En todas partes, las escuelas y especialmente las católicas, están llamadas a generar un nuevo modelo de vida, de persona, de sociedad, nuevas relaciones con uno mismo y con los otros, más humanas, fraternas y solidarias; nuevas relaciones con la naturaleza, tan descuidada y deteriorada.
Todo ello en línea con lo que nos dice el papa Francisco en Laudato si’ (2015, 215): “La educación será ineficaz y sus esfuerzos serán estériles si no procura también difundir un nuevo paradigma acerca del ser humano, la vida, la sociedad y la relación con la naturaleza”. Las escuelas y demás obras educativas deben ser lugares de acogida, de aprendizaje, de relación, de cuidado, de transformación y compromiso, hacia dentro y hacia fuera de ellas.
A lo largo de su pontificado, el papa Francisco nos ha regalado varias definiciones de educación que deberíamos evidenciar a diario en las aulas: educar es amar, es generar esperanza, es servir y educamos para servir, entre otras muchas. Con todo, debemos parar y repensar con otros, católicos o no, qué estamos haciendo bien para mantenerlo y mejorarlo, qué estamos haciendo mal para eliminarlo y dejar de hacerlo; por último, qué novedad introducir para propiciar una educación más humana, fraterna, solidaria y sostenible, a la que nos invita esta alianza global.
P.- ¿Qué reticencias y críticas ofrecen quienes se oponen al Pacto Educativo Global?
R.- Son muchas las reticencias y críticas ante el pacto, que frenan, desvían o anulan la necesidad y urgencia del mismo. Emanan del miedo a salir de la zona de confort; de la incapacidad de pensar en el bien común; de la dificultad de cambiar la mirada y visionar la humanidad como pueblo global; de la autorreferencialidad que les vuelve autosuficientes y soberbios; de las desigualdades entre las personas y los pueblos, de las ideologías, etc.
Vivimos en una cultura de la fragmentación; nos cuesta entender que todo está conectado, que somos parte de un todo. Esto no contradice la singularidad y valor de cada persona humana, ni la riqueza y vitalidad de cada pueblo.
Pero yo no me centraría en las reticencias y críticas; creo que el esfuerzo lo tenemos que poner en seguir convocando a todos. Todas ellas se resuelven con la apertura al otro, con el diálogo, la escucha activa y humilde, siendo capaces de ponernos en el lugar del otro para comprenderle y llegar a trabajar juntos en la construcción esta alianza común. Es la falta de confianza y la excesiva competitividad lo que nos aleja e impide colaborar. Busquemos y encontremos lo que nos une; es tiempo de sumar y multiplicar, más que de restar y dividir.
Estamos necesitados de una red de escuelas, de instituciones educativas, capaces de transformar vidas y contextos desde la educación. Si pensamos, por ejemplo, en una ciudad, en las escuelas e instituciones católicas que hay en ella y nos preguntamos qué hacen juntas, en qué colaboran, qué programas o acciones acometen en común, vemos que muy poco o nada. Que más bien compiten, se dan la espalda e incluso se quitan alumnos o profesores, llegan a hablar mal unas de otras… Y no digamos entre las escuelas católicas y las no católicas.
La mejora de la educación y la esencia del Pacto es trabajar juntos, generar un “nuevo contrato social por la educación”, como indica también el último informe de la Unesco. Así, las congregaciones religiosas y los centros de iniciativa diocesana están convocados a trabajar juntos, de manera intercongregacional, de manera sinodal. La colaboración nos enriquece y fortalece, nos permite responder mejor a los desafíos y necesidades actuales. Desde ahí, continuar la apertura y ser capaces de colaborar con las escuelas de otros credos y de iniciativa pública o privada.
Además, la educación supera ampliamente los límites de la institución escolar, de ahí que nos debamos abrir al barrio o ciudad, colaborando con las parroquias, asociaciones de vecinos, ONG’s, agentes culturales, deportivos, artísticos, empresarios, con la municipalidad; es decir, con todos.
P.- ¿Parte de esa oposición se da en determinados ámbitos eclesiales, que también se muestran recelosos de la misma ONU y de la Agenda 2030?
R.- Podemos afirmar que sí, en diferente grado y en distintos ámbitos. Pero creo que hay motivos de esperanza. Me gusta más mirar lo que de positivo hace la Iglesia y las instituciones y personas que la conforman. Centrarnos en lo negativo lo único que hace es ahondar en la herida y agrandar el problema, el desencuentro, sin aportar solución. Así, el papa Francisco, a lo largo de su pontificado, ha impulsado mucho el compromiso de la Iglesia y de todos sus miembros por la educación y de que esta llegue a todos con calidad, que nadie quede excluido o reciba una mala educación, sino que sea una educación liberadora, transformadora, sanadora.
Él no ha escatimado esfuerzos y se ha reunido con el cuerpo diplomático acreditado en el Vaticano, con los líderes de las diferentes religiones y muchos otros. Conoce y apoya la Agenda 2030, tiende puentes para lograr una cultura de encuentro.
Igualmente, la Congregación para la Educación Católica ha publicado varios documentos que nos convocan, inspiran y dan luces para afrontar una transformación profunda de la educación. Convocó el Congreso Mundial de la Educación Católica (2015) con el lema ‘Educar hoy y mañana, una pasión que se renueva’, que retomaba lo que había dicho sobre la educación el Vaticano II cincuenta años antes y nos invitaba a actualizarlo y a mirar con decisión al futuro, con pasión renovada para mejor responder a las nuevas necesidades y problemas; en 2017 publicó ‘Educar al humanismo solidario’ y, a comienzos de 2020, el Instrumentum laboris para introducirnos y aterrizar la construcción del pacto global.
A día de hoy, son muchas las diócesis, las instituciones religiosas que se han ido adentrando, con diferente ritmo e intensidad, en esta convocatoria de construir juntos esta alianza global, de reimaginar juntos la nueva educación que genere un nuevo mundo, nueva sociedad, nueva persona. Poco a poco se irán sumando muchos más e incluso todos. Crece la determinación de contar con los otros.
Debemos ser conscientes de que, en pocos momentos de la historia, la sociedad civil y la Iglesia hayan coincidido tanto como ahora en lo importante que es la educación, en que esta sea reinventada y que sea la base de la refundación de la sociedad. En septiembre de 2019, cuando el papa Francisco nos invitaba y llamaba a un Pacto Educativo Global, la Unesco, en la ONU, lanzaba ‘Los futuros de la educación, aprender a convertirse’, que ha dado como resultado la publicación del informe titulado ‘Reimaginar juntos nuestros futuros. Un nuevo contrato social para la educación’ (2021).
Además, en el relanzamiento del Pacto, el 15 de octubre de 2020, intervino la directora general de la Unesco, Audrey Azoulay, y dijo que estaba “encantada de estar con usted (con el Papa), de ser parte de este convenio”. ¿Estamos también, todos nosotros, encantados de estar con el Papa en esta iniciativa, comprometidos en trabajarla y lograrla?
P.- ¿En qué mejoraría nuestro mundo si, en el horizonte de la próxima década, se implementara al menos en buena parte lo esencial del Pacto Educativo Global?
R.- El Pacto nos permite integrar la escuela en la vida y traer la vida a la escuela. Tener una mirada local y global. Nos hace más empáticos y compasivos con los de cerca y con los de lejos. La actual pandemia nos ha puesto de manifiesto que todo está conectado, de ahí que tengamos que tener una mirada global. Hemos de educar en la competencia global, que nos permita comprender y actuar con decisión en la solución de los problemas que nos deshumanizan, nos dividen, enfrentan o excluyen, o que destruyen la “casa común” en la que habitamos todos.
Esta alianza global por la educación nos va a permitir, como apuntaba el papa Francisco en Laudato si’, convertirnos integralmente; es decir, a cambiar nuestra mente, y la de los niños y jóvenes, su forma de pensar y usar el conocimiento; a cambiar sus corazones y compadecerse de los demás, aflorando sentimientos y valores más fraternos, solidarios y sostenibles; a movilizar nuestras manos y pies, es decir, a no quedarnos en la mera elucubración.
Urge actuar, movilizarnos, comprometernos, servir a los demás, construir un mundo más habitable, pacífico, fraterno, inclusivo, cuidándonos unos a otros y cuidando la naturaleza. Los niños y jóvenes desean comprometerse desde ya, desde los, 5, 8 o 15 años o más; no desean esperan a ser mayores para hacer algo por los demás.
De poco sirve que en un centro educativo se impulse el reciclado de las basuras, el cuidado del medioambiente, se hable de respeto y solidaridad, por ejemplo, si en la escuela o instituto de al lado no se trabajan esas acciones o valores; e igualmente, si en el barrio o ciudad no se preocupan de reciclar y de ser más respetuosos y solidarios. Solo trabajando juntos lograremos un mundo mejor.
P.- Personalmente, en su vocación personal y religiosa, ¿qué supone el compromiso con esta tarea de ir implementando la educación inclusiva, integral y humanista allí donde más se necesita?
R.- Supone tomar parte activa por aterrizar y trabajar esta alianza local y global con otros. En función del servicio que desempeño, trato de motivar, aunar voluntades y desbrozar el camino para que muchos se sumen, se involucren en el Pacto. No solo en los primeros pasos de la sensibilización y adhesión, sino en los siguientes pasos para construirlo con otros, lograr cambiar la educación e impactar en los proyectos, programas, currículos, metodologías, evaluación y llegar a legislar y generar unos sistemas educativos que pongan a la persona en el centro, hagan posible el derecho a la educación de todos, atienda a los más vulnerables y no descarte a nadie, dignifique a las niñas y eduque realmente en el cuidado de los otros y de la naturaleza. Es un proceso que nos llevará décadas.
Es importante escuchar y escuchar desde la humildad para aprender de los otros, para comprender lo que ellos nos dicen y aportan, para encontrar puntos comunes, realizar acciones conjuntas, que sean asumibles, básicas y pertinentes, para transformar y dar vida.
En la ciudad donde vivo y trabajo más habitualmente estamos tratando de implementar esta alianza global desde lo local, siguiendo las cuatro fases que diseñamos desde la OIEC (Oficina Internacional de la Educación Católica) y desde las Uniones de Superiores y Superioras Generales: que cada escuela de la ciudad y comarca trabaje internamente el Pacto, reimaginando entre todos los miembros de la comunidad educativa del centro la nueva educación; luego, en una segunda fase, trabajando con las otras escuelas o centros educativos del municipio; en tercer lugar, trabajando con los demás agentes sociales y con la municipalidad, para construir juntos una región educadora; y, en la cuarta fase, integrarnos en redes nacionales e internacionales para lograr ese pacto global.