El ministro de Gobierno de Ecuador, Francisco Jiménez, en calidad de delegado del presidente Guillermo Lasso, enviaba el 29 de junio una carta al presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana (CEE) y arzobispo de Guayaquil, el franciscano Luis Gerardo Cabrera Herrera, en la que aceptaba la invitación cursada días antes por la jerarquía católica y solicitaba “la mediación de la Conferencia Episcopal, con el objeto de posibilitar soluciones efectivas” que contribuyan a “restaurar el proceso de diálogo entre el movimiento indígena y el Gobierno Nacional”, tras las movilizaciones iniciadas el 13 de junio y el paro nacional en protesta por las medidas económicas del Ejecutivo. En conversación con ‘Vida Nueva’, el líder de los obispos reivindica el papel de la Iglesia para “facilitar el encuentro y el diálogo” entre las partes en conflicto, al tiempo que denuncia cómo “los gobiernos de turno no han dado una solución oportuna y adecuada” a realidades sociales que, tarde o temprano, acaban por explotar.
PREGUNTA.- La Iglesia católica vuelve a salir al rescate de la paz en el peor momento…
RESPUESTA.- En las circunstancias actuales, tanto las organizaciones indígenas como el Gobierno invitaron a la Iglesia a asumir el papel de mediadora. Antes de responder, consultó a varios peritos en la gestión y resolución de conflictos y propuso algunas pautas metodológicas. La Iglesia es consciente de que su papel, como mediadora, es el de facilitar el encuentro y el diálogo, de tal modo que la partes puedan llegar a consensos y a compromisos serios, teniendo como criterio fundamental las realidades de todo el país y no únicamente sus intereses personales o de grupo.
P.- ¿Se siente escuchada la Iglesia por los gobiernos de turno?
R.– No siempre. En muchos estamentos del gobierno de turno, aún persisten prejuicios históricos y jurídicos que, bajo el concepto de Estado laico, la voz de la Iglesia no es acogida o simplemente es ignorada. Sin embargo, a nivel del pueblo, sí cuenta con la confianza suficiente como para proponer algunas orientaciones de tipo ético y espiritual, basadas en los grandes valores de la justicia, de la libertad, de la igualdad, de la solidaridad, entre otros.
Sin embargo, en las grandes crisis, como la actual, más de una vez, tanto el Gobierno como otros sectores sociales, han pedido la participación de la Iglesia en calidad de mediadora para tratar temas muy concretos, como salud, educación, migración, combustibles… Como Iglesia, somos conscientes de los espacios donde podemos aportar, desde nuestra identidad y misión, para la consecución de los grandes objetivos de la sociedad y del Estado ecuatoriano.
P.- ¿Por qué cada cierto tiempo rebrota el descontento social en Ecuador?
R.- El descontento social está presente de manera permanente en nuestro pueblo debido, entre otros factores, a que subsisten los grandes problemas, como la pobreza, con todas sus consecuencias (falta de trabajo, salud, educación, vivienda, entre otros), la corrupción ética a nivel privado y público (millones de dólares que desaparecen en sobornos, chantajes, sobreprecios, malos negocios…), y la inseguridad por la delincuencia común, el sicariato, entre otras causas. Estas realidades, sin lugar a dudas, son una bomba de tiempo que explotan en cualquier momento; esto explica por qué, por ejemplo, a las movilizaciones iniciadas por los indígenas se sumaran otros grupos, como los transportistas, los agricultores, los profesores… Los gobiernos de turno no han dado una solución oportuna y adecuada a estas realidades.
P.- ¿Cómo se puede combatir esa inestabilidad política que genera tanta incertidumbre entre la población?
R.- No es fácil indicar los modos y los medios para combatir la inestabilidad política. La falta de credibilidad de algunos partidos y movimientos políticos ha creado, en algunos sectores de la población, una cierta frustración, resignación y apatía; situación que ha dado lugar al surgimiento de mesianismos y populismos que ofrecen soluciones fáciles y rápidas.
Desde hace años nos preguntamos cómo pasar de una democracia nominal y representativa a una democracia participativa, en la que la voz de todos los sectores sea escuchada, valorada e integrada en un gran proyecto político del Estado ecuatoriano. Me parece de suma importancia el que elaboremos una pedagogía y una metodología para aprender a vivir en democracia; y, de este modo, alejar los fantasmas de los totalitarismos o pensamientos únicos e impositivos. (…)