El subsecretario de la Secretaría General del Sínodo ha explicado que “el proceso sinodal nos ofrece la oportunidad de una reforma profunda en la Iglesia”
“El proceso sinodal nos ofrece la oportunidad de una reforma profunda en la Iglesia: la originada por el Espíritu Santo, que nos une a Cristo y nos impulsa a dar testimonio en la misión evangelizadora“. Así lo afirma el obispo de Suliana y subsecretario de la Secretaría General del Sínodo, Luis Marín, en un documento titulado ‘Juntos con Cristo en el camino’.
Por ello, el proceso sinodal es “un movimiento hacia dentro, de coherencia, y también hacia fuera, de comunicación y testimonio. Queremos una Iglesia abierta, que hable el lenguaje de la gente, que sienta y comparta sus problemas. Y que sea coherente. El Evangelio no se hace atractivo por adaptación ni por tibieza, sino por el testimonio radical y creíble de Cristo tanto por parte del individuo como de la comunidad”.
Tal como ha subrayado el obispo, “este camino lo recorremos no en soledad, sino en comunidad, es decir, en relación y participación, abiertos al diálogo y a la corresponsabilidad”. Sin embargo, “hoy, en la Iglesia, encontramos fuerzas centrífugas que la convulsionan” y que “hay que superar: La pérdida del sentido de universalidad eclesial, de catolicidad; la creciente ideologización; y la mundanización”. En esta última “se inscriben el clericalismo y el asamblearismo. En definitiva, en su base, no está el servicio, que es donación gratuita de amor, sino el poder: cómo conservarlo, como repartirlo, o cómo participar en él”.
A pesar de todo, Marín se muestra convencido de que “al dirigir la mirada al momento que estamos viviendo, la consideración es sin duda optimista y esperanzada”. “Creo sinceramente que estamos en un proceso irreversible, con distintas velocidades, lleno de matices y tal vez necesario de clarificaciones, pero sin vuelta atrás. Porque no se trata, esencialmente, de cambio de estructuras, reparto del poder, minuciosas programaciones, sesudas reflexiones académicas o marketing para la promoción personal o grupal”, explica. “Se refiere a la vivencia coherente de nuestra fe, nos vincula a Cristo y a los hermanos, tiene como eje el amor verdadero y nos abre al dinamismo evangelizador. Se trata de una opción esencialmente creyente”.
Otro importante reto sinodal, para Marín, es el de la fraternidad. “En este mundo de los contrastes, las injusticias, las sangrantes desigualdades, el Papa nos invita a recuperar la hermandad básica, que brota de la imagen de Dios en todo ser humano”. Pero, “si dirigimos la mirada a la realidad misma de la Iglesia, advertimos la creciente polarización ideológica, que con demasiada frecuencia olvida la caridad, rompe escandalosamente la comunión y daña la unidad”.
Es, en este sentido, “la ausencia del amor fundante, del amor primero, la falta de la experiencia de Cristo, conduce a una progresiva y evidente radicalización en nuestros días. Es imposible que el mundo crea, que encuentre a Cristo en nosotros, si hacemos del Evangelio una ideología, llegando a rechazar de forma colérica y agresiva a quienes piensan de manera diferente, tienen otra sensibilidad o no siguen nuestras ideas. Llegando hasta el punto de considerarlos enemigos. Esto es un escándalo, que debe ser denunciado y corregido”.
A modo de conclusión, el prelado ha señalado que la sinodalidad es un proceso que no termina, “porque forma parte de la identidad eclesial: del ser, actuar y estilo de la Iglesia”. “Resulta equivocado pensar que la sinodalidad en curso finaliza con la fase diocesana, con la etapa continental o con la celebración de la Asamblea del Sínodo de los obispos, que son eventos que se integran en el único proceso sinodal”, dice.
De igual manera, “todas las manifestaciones o formas concretas en las que se expresa la sinodalidad, no pueden ni deben contemplarse como eventos aislados y desconectados: los sínodos nacionales o locales, las asambleas (como la reciente del CELAM), los consejos pastorales en los diferentes niveles, los dicasterios de la Curia Romana, etc. Estas estructuras son elementos que conservan su propia identidad, pero que solo cobran verdadero sentido integrados en el todo eclesial”. “También necesitamos avanzar en la relación entre las Iglesias locales y los organismos nacionales-continentales y entre las Iglesias locales entre sí y en la Iglesia universal”, añade.