A las doce del mediodía hora italiana, Francisco rezó el ángelus. Como todos los domingos. Pero, esta vez, a 10.000 metros de altura y acompañado de la comitiva vaticana y de los 78 periodistas que viajan con él a bordo del vuelo que les llevará a Canadá para emprender una “peregrinación penitencial”, tal y como lo definió el propio Francisco, que tiene como centro el proceso de reconciliación de la Iglesia con los pueblos indígenas tras los escándalos de abusos en los orfanatos católicos en el siglo XX.
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“Es el día de los abuelos: los abuelos, las abuelas, que son los que nos han transmitido la historia, las tradiciones, las costumbres y muchas cosas”, expuso con motivo de la Jornada Mundial de los Abuelos que instauró justo hace un año y que en su segunda edición la celebra en circunstancias especiales.
Relación intergeneracional
Por ello, reivindicó que “hoy necesitamos: volver a los abuelos -lo diré como un leitmotiv-, en el sentido de que los jóvenes deben tener contacto con sus abuelos, recuperar de ellos, recuperar sus raíces, no quedarse ahí, no, sino para llevarlos adelante, como el árbol que toma fuerza de sus raíces y las lleva adelante en flores y frutos”.
En su alocución espontánea, Francisco echó mano de un poeta argentino Francisco Luis Bernárdez para subrayar que “todo lo que el árbol ha florecido viene de lo que ha enterrado, que son los abuelos”.
En su oración por los ancianos, también quiso tener presente a los religiosos mayores, “a los viejos, a los ‘abuelos’ de la vida consagrada”. “Por favor, no los escondáis, son la sabiduría de una familia religiosa”, exhortó a los institutos de vida consagrada, con un recado para las nuevas vocaciones: “Que los novicios tengan contacto con ellos: nos darán toda la experiencia de vida que tanto nos ayudará a seguir adelante”.