“Somos hijos de una historia que hay que custodiar”. Así iniciaba el papa Francisco su homilía durante la misa celebrada en el Estadio Commonwealth de Edmonton, que ha tenido lugar, esta festividad de San Joaquín y Santa Ana, abuelos de Jesús, como parte del programa del viaje apostólico a Canadá que comenzaba el pasado domingo.
- PODCAST: Las mujeres van un paso por detrás… por ahora
- ¿Quieres recibir gratis por WhatsApp las mejores noticias de Vida Nueva? Pincha aquí
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
“Hoy es la fiesta de los abuelos de Jesús, y el Señor ha querido que nos reuniéramos en gran número precisamente en esta ocasión tan querida para ustedes, como para mí”, ha dicho el Papa. Y es que “en la casa de Joaquín y Ana, el pequeño Jesús conoció a sus mayores y experimentó la cercanía, la ternura y la sabiduría de sus abuelos”.
“Para aceptar de verdad lo que somos y cuánto valemos, tenemos que hacernos cargo de aquellos de quienes descendemos, aquellos que no pensaron sólo en sí mismos, hasta que nos transmitieron el tesoro de la vida”, ha recordado Francisco, ya que “a menudo fueron ellos los que nos amaron sin reservas y sin esperar nada de nosotros”.
“Gracias a nuestros abuelos recibimos una caricia de parte de la historia que nos precedió; aprendimos que la bondad, la ternura y la sabiduría son raíces firmes de la humanidad“, ha afirmado. Asimismo, el Papa ha apuntado el gran valor que tienen los mayores en la transmisión de la fe: “Muchos de nosotros hemos respirado en la casa de los abuelos la fragancia del Evangelio, la fuerza de una fe que sostiene el sabor de hogar. Gracias a ellos descubrimos una fe familiar, doméstica; sí, porque la fe si comunica esencialmente así, si comunica ‘en lengua materna’, si comunica a través del afecto y el estímulo, el cuidado y la cercanía”.
Raíces y frutos
Así, haciendo referencia al libro del Eclesiastés, el Papa ha explicado que “custodiar la historia que nos ha generado significa no empañar la gloria de nuestros antepasados, no perder su recuerdo, no olvidarnos de la historia que dio a luz a nuestra vida, acordarnos siempre de aquellas manos que nos acariciaron y nos tuvieron en sus brazos“, porque es en esta fuente “donde encontramos consuelo en los momentos de desánimo, luz en el discernimiento, valor para afrontar los desafíos de la vida. Pero también significa volver siempre a esa escuela donde aprendimos y vivimos el amor”. En este sentido, el Papa ha animado a preguntarse, ante las decisiones de la vida actual, “qué harían los mayores más sabios que hemos conocido si estuvieran en nuestro lugar, qué nos aconsejarían nuestros abuelos y bisabuelos”.
Por otro lado, el Papa ha subrayado que “además de ser hijos de una historia que hay que custodio, somos artesanos de una historia que hay que construir. Cada uno de nosotros puede reconocer lo que es, con sus luces y sus sombras, según el amor que ha recibido o ha faltado”.
“Nuestros predecesores nos transmitieron una pasión, una fuerza y un anhelo, un fuego que nos corresponde revivir; no se trata de custodiar cenizas, sino de revivir el fuego que ellos encendieron”, ha aseverado. “Nuestros abuelos y nuestros mayores desean ver un mundo más justo, más fraternal y más solidario, y lucharon por darnos un futuro. Ahora, nos toca a nosotros no decepcionarlos. Respaldados por ellos, que son nuestras raíces, nos corresponden a nosotros dar fruto. Nosotros somos las ramas que deben florecer y producir nuevas semillas en la historia. Así pues, hagámonos algunas preguntas concretas”, ha añadido el Papa.