En la tarde del segundo día completo del papa Francisco en Canadá, el pontífice ha participado en una peregrinación al Lago de Santa Ana, donde ha presidido una Liturgia de la Palabra. El Papa ha visitado este lugar al norte del estado Alberta, al que los católicos acuden devotamente desde finales del siglo XIX ya que en este lugar se fundó una misión católica en 1842. Para los nativos es, además, un lugar de curación.
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El pontífice ha saludado al párroco delante de la Iglesia parroquia y se ha desplazado hasta en lago en un carrito de golf, pasando junto a una estatua de santa Ana, en el día de su fiesta mientras sonaban los tambores. Francisco ha cumplido su peregrinación haciendo la señal de la cruz hacia los cuatro puntos cardinales, como marca la tradición indígena. También ha bendecido las aguas del lago y a los fieles presentes. También ha bendecido una imagen de la Virgen “desata nudos” que se conservará en el templo parroquial.
Una concentración de diferencias
“Este latido de los tambores me parecía el eco del latido de muchos corazones” ha señalado el Papa en su homilía aludiendo a los peregrinos que han llegado hasta el lago. “Aquí se puede captar el latido coral de un pueblo peregrino, de generaciones que se han puesto en camino hacia el Señor para experimentar su obra de sanación”, añadió. “Pero aquí, sumergidos en la creación, hay otro latido que podemos escuchar, el latido materno de la tierra. Y así como el latido de los niños, desde el seno materno, está en armonía con el de sus madres, del mismo modo para crecer como seres humanos necesitamos acompasar los ritmos de la vida con los de la creación que nos da la vida”, destacó invitando a ir “de nuevo a nuestras fuentes de vida: a Dios, a los padres y, en el día y en la casa de santa Ana, a los abuelos, que saludo con gran afecto”.
Unas “fuentes de la fe” como las aguas de Galilea”una zona periférica, de comercio, donde confluían distintas poblaciones, coloreando la región de tradiciones y cultos dispares. Se trataba del lugar más distante, geográfica y culturalmente, de la pureza religiosa, que se concentraba en Jerusalén, junto al templo. Podemos, pues, imaginar aquel lago, llamado mar de Galilea, como una concentración de diferencias”, apuntó. “Allí, precisamente allí, Jesús predicó el Reino de Dios. No a gente religiosa seleccionada, sino a pueblos distintos que, como hoy, acudían de varias partes, acogiendo a todos y en un teatro natural como este. Dios eligió ese contexto poliédrico y heterogéneo” para anunciar el Reino.
Un lago, añadió, “mestizado de diversidad”, que “fue la sede de un inaudito ‘anuncio de fraternidad’, de una revolución sin muertos ni heridos, la del amor”. “Nos recuerda que la fraternidad es verdadera si une a los que están distanciados, que el mensaje de unidad que el cielo envía a la tierra no teme las diferencias y nos invita a la comunión, a volver a comenzar juntos, porque todos somos peregrinos en camino”.
La fe de las abuelas
Destacando el papel de las abuelas indígenas alabó que “ocupan un puesto de mucho relieve en cuanto fuentes benditas de vida, no sólo física sino también espiritual”. “La fe raramente nace leyendo un libro nosotros solos en el salón, sino que se difunde en un clima familiar, se transmite en la lengua de las madres, con el dulce canto dialectal de las abuelas. Me alegra ver aquí a tantos abuelos y bisabuelos”, agradeció a partir de su experiencia personal. “Quisiera decir a cuantos tienen ancianos en casa, en la familia, ¡tienen un tesoro! Custodian entre sus muros una fuente de vida, háganse cargo de ellos como de la herencia más valiosa para amar y custodiar”.
También pidió la “sanación de Jesús” ante la “aridez y nuestras dificultades, los traumas de la violencia padecida por nuestros hermanos y hermanas indígenas. En este lugar bendito, donde reinan la armonía y la paz, te presentamos las disonancias de nuestra historia, los terribles efectos de la colonización, el dolor imborrable de tantas familias, abuelos y niños. Ayúdanos a sanar nuestras heridas. Sabemos que esto requiere esfuerzo, cuidado y hechos concretos de nuestra parte. Pero sabemos también que solos no lo podemos hacer. Nos confiamos a Ti y a la intercesión de tu madre y de tu abuela”, reclamó.
En este sentido alabó “¡Cuánto bien han hecho en este sentido los misioneros auténticamente evangelizadores para preservar en muchas partes del mundo las lenguas y las culturasautóctonas!”. “En Canadá, esta ‘inculturación materna’ que se realizó por obra de santa Ana, unió la belleza de las tradiciones indígenas y de la fe, y las plasmó con la sabiduría de una abuela, que es dos veces mamá. También la Iglesia es mujer, es madre”, subrayó.
“Parte de la herencia dolorosa que estamos afrontando nace de haber impedido a las abuelas indígenas transmitir la fe en su lengua y en su cultura. Esta pérdida es ciertamente una tragedia, pero vuestra presencia aquí es un testimonio de resiliencia y de reinicio, de peregrinaje hacia la sanación, de apertura del corazón a Dios que sana nuestro ser comunidad. Hoy todos nosotros, como Iglesia, necesitamos sanación, ser sanados de la tentación de encerrarnos en nosotros mismos, de elegir la defensa de la institución antes que la búsqueda de la verdad, de preferir el poder mundano al servicio evangélico”, clamó.
Caminos de sanación
“Es necesario mirar más a las periferias y ponerse a la escucha del grito de los últimos, saber acoger el dolor de los que, muchas veces en silencio, en nuestras ciudades masificadas y despersonalizadas, gritan: “No nos dejen solos”. Es el grito de los ancianos que corren el peligro de morir solos en casa o abandonados en una estructura, o de los enfermos incómodos a los que, en vez de afecto, se les suministra la muerte”, reclamó el Papa.
Por ello, recomendó el pontífice que “a veces, el mejor modo para ayudar a otra persona no es darle enseguida lo que quiere, sino acompañarla, invitarla a amar, a donarse. Porque es así, a través del bien que podrá hacer por los demás, que descubrirá sus ríos de agua viva, que descubrirá el tesoro único y valioso que es él mismo”.
Concluyó el Papa dirigiéndose a los indígenas: “He venido como peregrino también para decirles lo valiosos que son para mí y para la Iglesia. Deseo que la Iglesia esté entretejida con ustedes, con la misma fuerza y unión que tienen los hilos de esas franjas coloreadas que tantos de ustedes llevan. Que el Señor nos ayude a ir hacia delante en el proceso de sanación, hacia un futuro cada vez más saludable y renovado”.