Francisco en la misa de reconciliación en Quebec: “No hay nada peor que huir para no afrontar los reveses de la vida”

Francisco en la misa de reconciliación en Quebec: “No hay nada peor que huir para no afrontar

El viaje apostólico del papa Francisco por Canadá continúa, este 28 de julio, con una visita al Arzobispado de Quebec, después de la cual ha presidido una eucaristía de reconciliación con las comunidades indígenas en el Santuario Nacional de Sainte-Anne-de-Beaupré.



Precisamente en la reconciliación ha basado el Papa su homilía, durante la cual ha partido del evangelio de el viaje de los discípulos a Emaús después de la muerte de Jesús, un itinerario que Francisco ha titulado “del fracaso a la esperanza”.

“En primer lugar está el sentimiento de fracaso, que anida en el corazón de estos dos discípulos después de la muerte de Jesús”, ha explicado, señalando que esta experiencia “atañe también a nuestra vida y, del mismo modo, al camino espiritual, en todas las ocasiones en las que nos vemos obligados a redimensionar nuestras expectativas y aprender a convivir con la ambigüedad de la realidad, con las sombras de la vida y con nuestras debilidades”. “Esto”, ha continuado, “sucede mientras vemos derrumbarse aquello en lo que creímos o con lo que nos comprometimos y también cuando nos sentimos bajo el peso de nuestro pecado y del sentimiento de culpa“.

Ante estas decepciones y frustración, “uno se pregunta ¿qué ha pasado?, ¿por qué ha sucedido?, ¿cómo ha podido ocurrir?”. Pero no son cuestiones que solo “nos hacemos cada uno a nosotros mismos”, sino que también “resuenan en el corazón de la Iglesia que peregrina en Canadá, en este arduo camino de sanación y reconciliación que está realizando”. “También nosotros”, ha aseverado el Papa, “ante el escándalo del mal y ante el Cuerpo de Cristo herido en la carne de nuestros hermanos indígenas, nos hemos sumergido en la amargura y sentimos el peso de la caída”.

Llegados a este punto, Francisco ha señalado que sería fácil querer, como los discípulos, abandonar. “Debemos estar atentos a la tentación de la huida”, ha advertido. Sin embargo, el Papa ha subrayado que “no hay nada peor, ante los reveses de la vida, que huir para no afrontarlos”. Esto, para el Pontífice, “es una tentación del enemigo, que amenaza nuestro camino espiritual y el camino de la Iglesia; nos quiere hacer creer que la derrota es definitiva, quiere paralizarnos con la amargura y la tristeza, convencernos de que no hay nada que hacer y que por tanto no merece la pena encontrar un camino para volver a empezar”.

Retomar el camino

Por el contrario, y a pesar de todo esto, Francisco ha recordado que “el Evangelio nos revela que, precisamente en las situaciones de desengaño y de dolor, justamente cuando experimentamos atónitos la violencia del mal y la vergüenza de la culpa, cuando el río de nuestra vida se seca a causa del pecado y del fracaso, cuando desnudos de todo nos parece que ya no nos queda nada, precisamente allí es cuando el Señor sale a nuestro encuentro y camina con nosotros”.

De esta manera, en el camino de Emaús, Jesús “se acerca con discreción para compartir con esos discípulos entristecidos sus pasos resignados“, no para ofrecerles “palabras genéricas de aliento o de circunstancia, ni tampoco consolaciones fáciles, sino que, desvelando en las Sagradas Escrituras el misterio de su muerte y su resurrección, ilumina la historia y los acontecimientos que han vivido”. De ese modo, “abre los ojos de ellos para ver las cosas con una mirada nueva”.

Finalmente, “ante los discípulos de Emaús, Jesús parte el pan, abriéndoles los ojos y mostrándose una vez más como Dios de amor que ofrece la vida por sus amigos”. De este modo, “los ayuda a retomar el camino con alegría, a recomenzar, a pasar del fracaso a la esperanza. Hermanos y hermanas, el Señor quiere también hacer lo mismo con cada uno de nosotros y con su Iglesia”.

“Sólo hay un camino, una sola vía, es la vía de Jesús”, ha recordado el Papa. “Creamos que Jesús se une a nuestro camino y dejémosle que nos alcance, dejemos que sea su Palabra la que interprete la historia que vivimos como individuos y como comunidad, y la que nos indique el camino para sanar y para reconciliarnos“. Porque solo “reconciliados con Dios, con los otros y con nosotros mismos, podremos también ser instrumentos de reconciliación y de paz en la sociedad en la que vivimos”.

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