Tras celebrar la misa en el Santuario Nacional de Sainte-Anne-de-Beaupré, el viaje apostólico del papa Francisco por Canadá ha continuado este jueves con la oración de Vísperas con obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados, seminaristas y agentes de pastoral en la catedral de Notre Dame de Quebec presidida por el pontífice.
Pero ante el Papa ha visitado, por sorpresa ya que no figuraba en la agenda oficial, a los residentes en el Centro de Acogida y espiritualidad ‘Fraternité St. Alphonse’. El pontífice fue recibido en los jardines por los residentes de centro, unas 50 personas, entre las que se encuentran ancianos, personas que sufren diversas adicciones y enfermos de sida. El sacerdote André Morency, director del centro saludó a Francisco, quien conversó informalmente con ellos. El Papa regaló al centro un icono de la Virgen.
Ya en la catedral, Francisco fue recibido por el arzobispo de Québec, el cardenal Gérald Cyprien Lacroix, y por el presidente de la Conferencia Episcopal de Canadá, Raymond Poisson, que dirigió unas palabras de bienvenida al inicio de la celebración. Tras la oración litúrgica, el cardenal acompañó al Papa a rezar ante la tumba de san Francisco de Laval, junto a las reliquias de varios santos canadienses –el primer obispo de Quebec–.
En su homilía, el pontífice también imploró a san Francisco de Laval y recordó a todos que “Jesús es el Pastor de nuestra vida, que cuida de nosotros porque nos ama verdaderamente”. Por eso pidió a los sacerdotes “esa misma generosidad para apacentar el rebaño, para que pueda manifestarse la solicitud de Jesús por todos y su compasión por las heridas de cada uno”. “Si nosotros lo miramos a Él, Buen Pastor, antes que a nosotros mismos, descubriremos que estamos custodiados con ternura y sentiremos la cercanía de Dios. De aquí nace la alegría del ministerio y, antes aún, la alegría de la fe; no de ver lo que nosotros somos capaces de hacer, sino de saber que Dios está cerca, que nos amó primero y nos acompaña cada día”, prosiguió.
Francisco recomendó vivir esta alegría que no es “fácil, esa que a menudo nos propone el mundo, ilusionándonos con fuegos artificiales; no está ligada a riquezas y seguridades; tampoco a la persuasión de que en la vida nos irá siempre bien, sin cruces ni problemas”. Para el Papa, “la alegría cristiana, en cambio, está unida a una experiencia de paz que permanece en el corazón incluso cuando estamos rodeados de pruebas y aflicciones, porque sabemos que no estamos solos sino acompañados de un Dios que no es indiferente a nuestra suerte”. La alegría cristiana, añadió, es “un don gratuito, la certeza de sabernos amados, sostenidos y abrazados por Cristo en cada situación de la vida. Es Él quien nos libera del egoísmo y del pecado, de la tristeza de la soledad, del vacío interior y del miedo”.
Ante este, denunció, algunos aspectos que ponen “seriamente en crisis la experiencia cristiana”, como la secularización que deja “a Dios casi en el trasfondo, como desaparecido del horizonte. Pareciera que su Palabra ya no es una brújula de orientación para la vida, para las opciones fundamentales, para las relaciones humanas y sociales”. Francisco pidió “estar atentos a no quedar prisioneros del pesimismo y del resentimiento, dejándonos llevar por juicios negativos o nostalgias inútiles”.
Y es que el Papa distinguió entre “mirada negativa” y otra “mirada que discierne” hacia el mundo. La negativa es la que piensa: “el mundo es malo, reina el pecado”, con un “espíritu de cruzada”; algo que “no es cristiano”, advirtió. “El Señor, que detesta la mundanidad, tiene una mirada buena sobre el mundo”, recalcó. Para Francisco “si nos detenemos en una mirada negativa, acabaremos por negar la encarnación porque, más que encarnarnos en la realidad, huiremos de ella. Nos cerraremos en nosotros mismos, lloraremos nuestras pérdidas, nos lamentaremos continuamente y caeremos en la tristeza y en el pesimismo, que nunca vienen de Dios”.
Por ello, propuso “tener una mirada semejante a la de Dios, que sabe distinguir el bien y se obstina en buscarlo, en verlo y en alimentarlo. No es una mirada ingenua, sino una mirada que discierne la realidad”. “A nosotros como Iglesia, sobre todo como pastores del Pueblo de Dios y como agentes pastorales, nos toca saber hacer estas distinciones, discernir. Si cedemos a la mirada negativa y juzgamos de modo superficial, corremos el riesgo de transmitir un mensaje equivocado, como si detrás de la crítica sobre la secularización estuviera, por parte nuestra, la nostalgia de un mundo sacralizado, de una sociedad de otros tiempos en la que la Iglesia y sus ministros tenían más poder y relevancia social. Esta es una perspectiva equivocada”, alertó.
Por ello, Bergoglio invitó a que al reflexionar “sobre los cambios de la sociedad, que han influido en el modo en el que las personas piensan y organizan la vida”, “nos damos cuenta de que no es la fe la que está en crisis, sino ciertas formas y modos con los que la anunciamos. Por eso, la secularización es un desafío para nuestra imaginación pastoral”. “Mientras la mirada que discierne nos hace ver las dificultades que tenemos en transmitir la alegría de la fe, nos estimula a volver a encontrar una nueva pasión por la evangelización, a buscar nuevos lenguajes, a cambiar algunas prioridades pastorales, a ir a lo esencial”, aclaró.
Invitando al testimonio cristiano que se encarna “en un estilo de vida personal y eclesial que pueda reavivar el deseo del Señor, infundir esperanza, transmitir confianza y credibilidad”, Francisco propuso tres desafíos pastorales.
Finalmente, el pontífice concluyó sus palabras con una oración a san Francisco de Laval:
Tú fuiste el hombre del compartir,
visitando a los enfermos, vistiendo a los pobres,
combatiendo por la dignidad de los pueblos originarios,
sosteniendo a los misioneros cansados,
siempre pronto a tender la mano a los que estaban peor que tú.
Cuántas veces tus proyectos fueron destrozados,
pero siempre, tú los pusiste de nuevo en pie.
Tú habías entendido que la obra de Dios no es de piedra,
y que, en esta tierra de desánimo,
era necesario un constructor de esperanza.