América

Jon Hansen, un obispo al servicio de los indígenas canadienses





Un ministerio dedicado a las primeras naciones. Este es el mejor resumen vital de Jon Hansen (Edmonton, 1967), séptimo obispo de Mackenzie-Fort Smith. El pastor del norte del país es también el presidente del Consejo Católico Indígena, órgano de la Conferencia de Obispos Católicos de Canadá.



Y esta confianza que el Episcopado ha depositado en él para esta tarea responde a su vida entregada al servicio de los indígenas. De hecho, su lema episcopal –’Veritas et Reconciliatio’ (‘Verdad y Reconciliación’)– recuerda el nombre de la comisión establecida en 2008 como parte de la respuesta al abuso a los pueblos indígenas a través del sistema de escuelas residenciales.

El redentorista guía la segunda diócesis más grande de Canadá, con más de 1,5 millones de kilómetros cuadrados; es decir, casi un cuarto de la extensión de la Amazonía. De hecho, el acompañamiento a las comunidades no dista mucho en ambas zonas del planeta más allá de la notoria diferencia de temperatura y de la necesidad de sustituir las barcas por las motos de nieve.

El prelado canadiense cuenta con el apoyo de seis sacerdotes –dos oblatos de origen polaco, un sacerdote cedido de New Brunswick y tres nigerianos (un religioso y dos diocesanas)–, cinco religiosas, un religioso y varios líderes pastorales, pues la mayoría de las 35 misiones nativas tienen una celebración dirigida por laicos todos los domingos y reciben la visita de un sacerdote cada tres o cuatro meses. Todos ellos para atender a los 27.000 fieles, casi la mitad de la población.

Respeto mutuo

“En mi diócesis hemos trabajado durante los últimos 35 años para construir relaciones con las comunidades indígenas basadas en el respeto mutuo. Hemos empoderado a los indígenas como líderes en la Iglesia y hemos fomentado la inculturación de la misa para que incluya el lenguaje y la música adecuados a cada comunidad”, explica en conversación con Vida Nueva.

Y agrega: “Nuestros misioneros viven en las comunidades en las que sirven, muchos de ellos son también indígenas. Ven la lucha diaria y caminan con los que sufren. Nos esforzamos por vivir no como amos, sino como servidores”. Según señala, “ahora somos principalmente una Iglesia para los ancianos. Seguimos viendo muchos bautizos, pero las familias más jóvenes no participan tanto en la vida de la Iglesia y, por tanto, sus hijos no aprenden lo que la Iglesia tiene que enseñar”.

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