Luis Argüello ya es arzobispo de Valladolid después de la eucaristía de inicio del ministerio episcopal que se ha celebrado en la catedral castellana este sábado, 30 de julio. Argüello sucede a Ricardo Blázquez, cuya renuncia fue aceptada por el papa Francisco el pasado 17 de junio. Hasta ahora, Argüello, que fue ordenado obispo el 3 de junio de 2016, era obispo auxiliar de la misma diócesis. El también –de momento– secretario de la Conferencia Episcopal Española, se ha convertido en el 15ª arzobispo de Valladolid –el 41 si se cuentan los obispos antes de ser sede metropolitana–.
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Antes de la eucaristía, Argüello llegó a la catedral desde el Palacio Episcopal con el nuncio Bernardito Cleopas Auza y Ricardo Blázquez. Tras saludar al Cabildo catedral y al Consejo de Consultores, rezó unos instantes en la capilla del Sagrario, allí está sepultado José Delicado, arzobispo de Valladolid que ordenó sacerdote a Luis Argüello. Entre las autoridades presentes han estado el alcalde de Valladolid, Óscar Puente, o el vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Juan García-Gallardo.
Comunión eclesial
Junto al nuevo arzobispo han concelebrado, además, los cardenales Carlos Osoro, Antonio María Rouco Varela y el vallisoletano Aquilino Bocos, y casi una cincuentena de arzobispos y obispos de toda España. En la misa, Ricardo Blázquez, como administrador apostólico, saludó a los fieles explicando el sentido de la ceremonia. “Lo recibimos con gratitud al Señor y con gozosa comunión eclesial. La unidad en el Señor, dentro de la Iglesia, aúna el afecto, la disponibilidad a la colaboración y la docilidad. Pedimos que nunca falte a la grey la dedicación del pastor ni al obispo la obediencia de la comunidad cristiana”, dijo al presentar al nuevo arzobispo. “Mons. Luis, hasta ahora obispo auxiliar de Valladolid y desde hoy nuestro arzobispo, va a ocupar la sede magisterial y la cátedra apostólica en la “Ecclesia cathedralis” como gracia del Señor para nosotros que esperamos de la predicación de la Palabra de Dios y de la presidencia de la Eucaristía la garantía de la autenticidad evangélica”, concluyó.
Tras las palabras del purpurado, el canciller-secretario, Francisco Javier Mínguez, procedió a la lectura de las Letras Apostólicas, el nombramiento del nuevo obispo que fue mostrado al Consejo de Consultores, al clero y al pueblo. Antes de tomar su sitio definitivo, Argüello recibió de manos del nuncio el palio arzobispal bendecido por el papa Francisco. Ya en la cátedra recibió el gesto de adhesión y obediencia de un grupo de diocesanos formado por sacerdotes, religiosas y religiosos de diferentes edades; consagrados, familias y laicos asociados, además de miembros de las cofradías.
Edificar la Iglesia
En su homilía, destacó que el rito que se estaba celebrando “repetido, insistente –quizás opaco y aburrido si noentramos en él y participamos– quiere ayudarnos a poner en hora el reloj de nuestro corazón –con susaltibajos eufóricos, anodinos o depresivos– y el reloj de la historia – con sus días y trabajos llenos de logros, fracasos y crisis inesperadas – con la presencia eterna de quien es, Rico en misericordia, Rey redentor y Señor y dador de vida”. Por ello, reflexionó sobre el “Misterio de la Iglesia” que estaba representada en la celebración.
Dirigiéndose a los sacerdotes les recordó que “tenemos el singular don y responsabilidad de ser representación sacramental de Cristo Cabeza, Esposo y Pastor de esta Iglesia”. También tuvo palabras para los diáconos, seminaristas, vida consagrada, catequistas, familias, equipos de las delegaciones diocesanas, cofradías, diferentes confesiones religiosas… “La misión de nuestra Iglesia diocesana depende de nuestra unidad y fidelidad a la vocación en la que hemos sido convocados, congregados y enviados”, añadió.
Además de tener la mano a las autoridades presentes, destacó que “los desafíos de este tiempo son extraordinarios, y queremos ofrecer nuestra colaboración de palabra y de obra desde una convicción: vivir y edificar laIglesia es la mejor manera de humanizar a cada persona, desde la afirmación de su sagrada dignidad, y de hacer sociedad en servicio a los demás, desde el reconocimiento de Cristo en los empobrecidos, allí donde Él juzga la historia”.
Superar la polarización
Tras saludar a su familia y vecinos recordó que la Iglesia es una “unidad de personas que descubren un vínculo y una alianza en la que es posible conjugar identidad y diferencia. Unidad de personas, no de individuosciegamente autónomos que combaten entre sí, pactan unos mínimos o viven en la indiferencia”. Para Argüello la Iglesia es una “unidad que reclama cultivar la relación con el vínculo fundante y renovar la alianza allí donde se ha sellado la Alianza nueva y eterna para el perdón. La unidad, don y tarea permanente de la Iglesia, es una escuela ofrecida a la sociedad para superar la dialéctica de contrarios y la polarización de las diversidades, en el reconocimiento de una identidad común que hace fecundas las diferencias”.
Refiriéndose a la santidad de la Iglesia formada por “pecadores permanentemente necesitados del perdón”, destacó que esta es “una apremiante llamada a salir de la doble vida. No es un halo de elegidos y desborda los requerimientos de una vida honrada o éticamente exigente”. Por ello advirtió que “el grave riesgo de la Iglesia de nuestro tiempo es la escisión entre fe y vida –libertad y gracia, realidad y Dios, vida privada y vida eclesial o pública,sociedad civil e Iglesia, historia y vida eterna”.
“La santidad sale al paso del dualismo de finalidades de nuestra vida: la vida temporal tiene fines temporales modelados por la cultura dominante, la vida cristiana tiene fines sobrenaturales situados fuera de la realidad y de la historia y encerrados en los templos y en los días marcados en rojo. El dualismo, más aún que ‘la doble vida moral’, es el gran riesgo de nuestra forma de ser cristianos en este cambio de época”, alertó. “Somos llamados a un combate espiritual para crecer en una genuina espiritualidad de encarnación, de comunión y misionera, que llene nuestra existencia y se derrame en los ambientes e instituciones sociales, económicas y políticas de las queparticipamos”, reclamó. Una escuela, prosiguió, “que integre lo privado y lo público, el clamor de la tierra y el grito de los pobres, el Mercado, el Estado y el Don, en una propuesta de amistad cívica, de fraternidad y de bien común. Queremos así contribuir al nuevo estilo de vida que la actual situación reclama”.
Frente a la lucha ideológica
Sobre la universalidad de la Iglesia, destacó que “la catolicidad nos descentra doblemente, hacia elSeñor y hacia el mundo. Este descentramiento nos une y nos libera de las luchas ideológicas y de poderpara organizar la Iglesia. La catolicidad del corazón es un permanente empeño de conversión y de misión”. Por eso, añadió, la Iglesia “es una escuela para salir de sectarismos ideológicos en tantas situaciones de la vida. Desde esta escuela ofrecemos a nuestra sociedad una mirada o perspectiva católica. “La catolicidad sitúa y amplía las etnias, los credos, los proyectos, los plazos. Compromete hasta la entrega yrelativiza nuestra acción pues la sitúa entre el fundamento y el horizonte”, apeló.
Ante la “misión apostólica” que tiene por delante reclamó estar en “salida misionera”. Por ello invitó a “dar forma al corazón es así un empeño permanente y una escuela que ofrecemos a la sociedad para vivirtrabajos y profesiones con espíritu de servicio y respuesta vocacional a las llamadas que nos hacen las necesidades de las personas con las que nos encontramos en nuestras tareas y funciones. Descubrir que “soyuna misión” en el servicio a la verdad, la justicia y la paz”.
A toda la comunidad, invitó el nuevo arzobispo a “acoger y potenciar, en la comunión de la Iglesia diocesana, lo que cada cual aporte a la mesa común y transformarlo en singular cauce misionero que haga llegar el Evangelio ahombres y mujeres en diversas situaciones y sensibilidades sociales y religiosas”. Por ello reiteró: “Quiero acompañaros en la Mesa y en el Camino para edificar ‘tiendas de encuentro y hospitales de campaña”. En las casas y en las plazas proclamemos la sagrada dignidad de la vida humana, en el grito de los vulnerables y empobrecidos, como fundamento del bien común”.