Concluidas sus ‘vacaciones’ de julio, con visita a Canadá incluida, el papa Francisco ha retomado esta mañana, en la audiencia general en San Pedro, precisamente lo vivido en su periplo norteamericano. Y lo ha hecho entusiasmado: “Fue un viaje diferente a cualquier otro”.
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Bergoglio ha recordado que “la principal motivación era reunirme con los pueblos originarios para expresarles mi cercanía y mi dolor, y pedirles perdón por el daño que les hicieron los cristianos, entre ellos muchos católicos, que en el pasado colaboraron en las políticas de asimilación forzosa”.
Una nueva página
En este sentido, hoy en Canadá se escribe “una nueva página, una página importante” de la Historia. Un camino “que la Iglesia está haciendo junto a los pueblos indígenas desde hace tiempo”. Un viaje, por tanto, “de reconciliación y de curación, que presupone el conocimiento histórico, la escucha de los supervivientes, la toma de conciencia y sobre todo la conversión, el cambio de mentalidad”.
Hasta llegar hasta aquí, se han visto luces y sombras, también en la Iglesia: “Por un lado, algunos hombres y mujeres de la Iglesia han estado entre los más decididos y valientes defensores de la dignidad de los pueblos indígenas, dando la cara por ellos y contribuyendo al conocimiento de sus lenguas y culturas. Pero, por otro, no han faltado, desgraciadamente, quienes han participado en programas que hoy entendemos como inaceptables y contrarios al Evangelio”.
En cuanto a experiencia vital, Francisco agradece haber llevado a cabo “una peregrinación penitencial” en la que “hubo muchos momentos de alegría, pero el sentido y el tono del conjunto fue de reflexión, arrepentimiento y reconciliación”.
Memoria conjunta
Una vivencia hondamente espiritual y humana, en la que, acompañado de líderes y miembros de los principales grupos indígenas, “juntos hicimos memoria: la buena memoria de la historia milenaria de estos pueblos, en armonía con su tierra, y la dolorosa memoria de los abusos que sufrieron, incluso en los internados, a causa de las políticas de asimilación cultural. Acompañados por el sonido de los tambores, dejamos espacio para el silencio y la oración, para que, desde la memoria, se pueda volver a iniciar un nuevo camino, sin más gobernantes y súbditos, sino solo hermanos y hermanas”.
Una memoria sobre la que labrar un futuro juntos: “Tras el recuerdo, el segundo paso en nuestro camino fue el de la reconciliación. No un compromiso entre nosotros (eso sería una ilusión, una puesta en escena), sino un dejarnos reconciliar por Cristo, que es nuestra paz”.
Una oración en que han tomado “como referencia la figura del árbol, central en la vida y el simbolismo de los pueblos indígenas; el árbol cuyo nuevo y pleno significado se revela en la Cruz de Cristo, por la que Dios ha reconciliado todas las cosas. En el árbol de la Cruz, el dolor se transforma en amor, la muerte en vida, la decepción en esperanza, el abandono en comunión, la distancia en unidad”.
Dimensión cósmica
Así, “las comunidades indígenas que han aceptado y asimilado el Evangelio nos ayudan a recuperar la dimensión cósmica del misterio cristiano, particularmente de la Cruz y la Eucaristía. Alrededor de este centro se forma la comunidad, la Iglesia, llamada a ser una tienda abierta, espaciosa y acogedora, la tienda de la reconciliación y la paz”.
De este modo es como se llega al tercer pilar: “Memoria, reconciliación y, por tanto, curación”. Un último paso del viaje que dieron “a orillas del lago de Santa Ana, precisamente el día de la fiesta de los santos Joaquín y Ana. Para Jesús, el lago era un entorno familiar: vivió gran parte de su vida pública en el mar de Galilea, junto a sus primeros discípulos, todos pescadores; allí predicó y curó a muchos enfermos”.
Y es que, para el Papa, “todos podemos sacar de Cristo, la fuente de agua viva, la Gracia que cura nuestras heridas: a Él, que encarna la cercanía, la compasión y la ternura del Padre, hemos traído los traumas y la violencia que sufren los pueblos indígenas de Canadá y del mundo entero”.
Ante todo, esperanza
Con todo este caudal vital en el corazón, Bergoglio se ha mostrado convencido de que, “de este viaje de recuerdo, reconciliación y curación, surge la esperanza para la Iglesia, en Canadá y en todo el mundo. Los discípulos de Emaús caminaron con Jesús resucitado: con Él y por Él pasaron del fracaso a la esperanza”.
A un nivel más reflexivo, el Papa ha constatado “la voluntad activa de la Santa Sede y de las comunidades católicas locales de promover las culturas originarias, con caminos espirituales adecuados y con atención a las costumbres y lenguas de los pueblos. Observé cómo la mentalidad colonizadora está presente hoy en día en diversas formas de colonización ideológica, amenazando las tradiciones, la historia y los vínculos religiosos de los pueblos, aplanando las diferencias, centrándose solo en el presente y descuidando a menudo los deberes hacia los más débiles y frágiles”.
En definitiva, “se trata de recuperar un sano equilibrio, una armonía entre modernidad y culturas ancestrales, entre secularización y valores espirituales. Y esto desafía directamente la misión de la Iglesia, enviada a todo el mundo para dar testimonio y ‘sembrar’ una fraternidad universal que respete y promueva la dimensión local con sus múltiples riquezas”.