Vaticano

El Papa con los jesuitas de Canadá: “Dicen que somos la armada de la Iglesia, un ejército poderoso… ¡Pura fantasía!”

  • Cree que los críticos contra su petición de perdón a los indígenas solo se mueven por “ideología”
  • “Me molesta que se utilice el adjetivo ‘sinodal’ como si fuera la receta de última hora de la Iglesia”
  • “La visión de la doctrina de la Iglesia como un monolito que hay que defender sin matices es errónea”
  • “La tradición es la memoria viva de los creyentes. El tradicionalismo, la vida muerta”





Como en todos sus viajes, Francisco encontró un hueco en su visita a Canadá para reunirse con sus hermanos jesuitas. Algo que pudo hacer el 29 de julio en Quebec, como explica hoy ‘La Civiltà Cattolica’, medio de la Compañía de Jesús, dirigido por Antonio Spadaro, quien hoy difunde el contenido de la charla, en un ambiente coloquial y distendido.



Así, Bergoglio reconoció a los presentes que era la tercera vez que visitaba Canadá. La primera fue en los años 70, cuando, recién elegido maestro de novicios, fue a visitar a Michel Ledrs, reconocido teólogo y a quien definió como “un verdadero gran maestro espiritual”. La segunda “fue en junio de 2008, para el Congreso Eucarístico Internacional, que tuvo lugar aquí, en Quebec. Participé con una reflexión sobre el tema ‘La Eucaristía edifica la Iglesia, sacramento de salvación’”.

Fragilidad

Sobre la propia identidad de la Compañía, el Papa llamó a huir de la autosuficiencia: “Tantas veces oímos que los jesuitas son la armada de la Iglesia, un ejército poderoso… ¡Pura fantasía! Nunca debemos pensar en nuestra propia autosuficiencia. Creo que la verdadera fuerza de un jesuita es, desde el principio, la conciencia de la propia fragilidad. Es el Señor quien nos da la fuerza”.

Sobre el camino que le llevó hasta Canadá para afrontar esta “peregrinación penitencial”, como la definió en la audiencia general de ayer, el Papa reconoció que hace cinco años, en un encuentro con el primer ministro, Justin Trudeau, este “me pidió que hiciera algo relacionado con los indígenas y los internados. Los obispos también me habían hablado de ello. La opinión de todos era que había que hacer algo, pero también que había que prepararlo bien. Y así los obispos prepararon bien, durante años, una acción que llegó a hacer posible esta visita mía”.

Un camino espinoso y doloroso, pero en el que creció la comunión: “Pasamos de una fase en la que parecía que la cosa dependía básicamente de los obispos de las zonas afectadas a la plena adhesión del episcopado. (…) Lo más importante es precisamente el hecho de que el episcopado estuvo de acuerdo, aceptó el reto y siguió adelante. Este de Canadá fue un ejemplo de episcopado unido. Y, cuando un episcopado está unido, puede afrontar bien los retos”.

El mérito, del episcopado local

De ahí, su agradecimiento a la Iglesia local, auténtica artífice de la histórica petición de perdón a los indígenas por los abusos sufridos: “Soy testigo de lo que he visto. Por lo tanto, quiero subrayar esto: si todo va bien, no es por mi visita. Yo solo soy la guinda de la torta. Son los obispos los que hicieron todo con su unidad. Además, es bueno señalar con humildad que la parte indígena es realmente capaz de tratar bien el tema, y es capaz de comprometerse. En resumen, estos son los milagros que pueden ocurrir cuando la Iglesia está unida. Y he visto familiaridad entre los obispos y los indígenas”.

En cuanto a las críticas vertidas desde sectores eclesiales que entendían que no había que pedir perdón y todo obedece a una manipulación histórica, Francisco fue claro: “Por supuesto, no tiene sentido ocultarlo, hay algunos que trabajan contra la sanación y la reconciliación, tanto en la sociedad como en la Iglesia. Incluso esta noche he visto a un pequeño grupo tradicionalista protestando, y diciendo que la Iglesia es otra cosa… Solo sé que uno de los peores enemigos contra la unidad de la Iglesia y de los episcopados es la ideología. Así que sigamos adelante con este proceso en camino”.

Sobre la necesidad de que este camino penitencial haya sido comunitario, ha aplaudido el lema de la visita: ‘Caminemos juntos’. Y es que, “si quieres ir rápido, ve solo; si quieres ir seguro, ve acompañado”. Eso sí, rehuyendo que a ello se le añada el adjetivo ‘sinodal’: “Me molesta que se utilice como si fuera la receta de última hora de la Iglesia. Cuando se dice ‘Iglesia sinodal’, la expresión es redundante: la Iglesia es sinodal o no es Iglesia. Por eso hemos llegado a un Sínodo sobre la sinodalidad, para reafirmarlo”.

Déficit en la Iglesia de Occidente

Así, reconoce que “podemos decir que la Iglesia de Occidente había perdido su tradición sinodal. La Iglesia de Oriente la ha conservado. Podemos discutir las formas de vivir la sinodalidad, ciertamente. Pablo VI creó la Secretaría del Sínodo de los Obispos porque quería avanzar en esta cuestión. Sínodo tras sínodo se ha ido avanzando, tímidamente, mejorando, comprendiendo mejor, madurando”.

Un punto ilustrado con una anécdota personal: “En 2001 participé del Sínodo de los Obispos. (…) Se recogieron opiniones y se enviaron a la Secretaría General. Yo debía recoger el material y someterlo a votación. El Secretario del Sínodo venía a verme, leía el material y me decía que quitara tal o cual cosa. Había cosas que no consideraba apropiadas y las censuraba. Hubo, en definitiva, una preselección del material. No se había entendido lo que era un Sínodo. Al final del último Sínodo, en la encuesta sobre los temas a tratar en el siguiente, los dos primeros fueron el sacerdocio y la sinodalidad. Me di cuenta de que debíamos reflexionar sobre la teología de la sinodalidad para dar un paso decisivo”.

Partiendo de esta base, Bergoglio va aún más allá en cuanto al sentimiento íntimo del que se nutre la sinodalidad: “Me parece fundamental reiterar, como hago a menudo, que el Sínodo no es una reunión política ni una comisión de decisiones parlamentarias. Es la expresión de la Iglesia, donde el protagonista es el Espíritu Santo. Si no hay Espíritu Santo, tampoco hay Sínodo. Puede haber democracia, parlamento, debate, pero no hay ‘Sínodo’. Si quieren leer el mejor libro de teología sobre el sínodo, relean los Hechos de los Apóstoles. Ahí se ve claramente que el protagonista es el Espíritu Santo”.

Sin caer en el reduccionismo

Del mismo modo, es urgente huir no “reducir los temas del Sínodo a una cuestión particular. El Sínodo sobre la Familia, por ejemplo. Se dice que se organizó para dar la comunión a los divorciados vueltos a casar. Pero en la exhortación postsinodal sobre este tema solo hay una nota, porque todo el resto son reflexiones sobre el tema de la familia, como el catecumenado familiar. Por lo tanto, hay mucha riqueza: no podemos encerrarnos en el embudo de un solo tema. Repito: si la Iglesia es tal, entonces es sinodal. Es así desde el principio”.

En otro momento de la charla, el Papa habló sobre el discernimiento de cara a posibles cambios doctrinales: “La ley no se puede conservar en el frigorífico. La ley acompaña a la vida y la vida continúa. Como la moral: se va perfeccionando. Antes, la esclavitud era legal, ahora ya no lo es. La Iglesia dice hoy que incluso la posesión de armas atómicas es inmoral, no solo su uso. Antes, esto no se decía. La vida moral progresa en la misma línea orgánica. Es la línea de San Vicente de Lérins: ‘Incluso el dogma de la religión cristiana debe seguir estas leyes. Progresa, se consolida con los años, se desarrolla con el tiempo, se profundiza con la edad’. (…) La comprensión del hombre cambia con el tiempo, y la conciencia del hombre se profundiza”.

Así, “la visión de la doctrina de la Iglesia como un monolito que hay que defender sin matices es errónea. Por eso es importante respetar la tradición, la auténtica tradición. Alguien dijo una vez que la tradición es la memoria viva de los creyentes. El tradicionalismo, en cambio, es la vida muerta de nuestros creyentes. La tradición es la vida de los que nos han precedido y eso continúa. El tradicionalismo es su memoria muerta. De la raíz al fruto, en definitiva: ese es el camino”.

Dolor por Haití

Al final de la charla, un jesuita llegado de Haití le preguntó por su país, recibiendo los ánimos de Bergoglio: “Haití vive actualmente una situación crítica, un calvario, como si no se pudiera encontrar el camino correcto. No me parece que las organizaciones internacionales hayan entendido cómo hacerlo. Me siento muy cerca de Haití, también porque estoy constantemente informado de la situación por algunos sacerdotes amigos míos. Temo que caiga en un pozo de desesperación. ¿Cómo podemos ayudar a Haití a crecer en esperanza? Si hay algo que podemos hacer como Iglesia es ciertamente rezar y hacer penitencia… Pero debemos preguntarnos cómo podemos ayudar. Haití es un pueblo noble. En fin, simplemente te puedo decir que soy consciente de lo que está pasando”.

Su última reflexión la dedicó a la liturgia y a cómo, a veces, esta es zarandeada ideológicamente para generar división en la Iglesia: “Cuando hay conflicto, la liturgia siempre es maltratada. (…) Mi actuación en este campo ha pretendido seguir la línea trazada por Juan Pablo II y Benedicto XVI, que habían permitido el rito antiguo y habían pedido una verificación posterior. La última comprobación puso de manifiesto la necesidad de disciplinar la cuestión y, sobre todo, de evitar que se convirtiera en una cuestión, digamos, de ‘moda, y que siguiera siendo una cuestión pastoral. Ya vendrán los estudios que afinarán la reflexión sobre el tema, que es importante: ¡la liturgia es la alabanza pública del pueblo de Dios!”.

Foto: ‘La Civiltà Cattolica’.

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Alicia Ruiz López de Soria, ODN







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