El delegado pontificio preside una vigilia de oración en el Monte del Gozo al final de una tarde en la que la música fue la gran protagonista
Una vigilia de oración en medio de un importante plantel de músicos cristianos ha sido el cierre de este sábado, 6 de agosto, en la PEJ, la Peregrinación Europea de Jóvenes, que se desarrolla en la cuidad del Apóstol hasta este domingo. El cardenal Antonio Marto, obispo emérito de la diócesis portuguesa de Leiria-Fátima, como legado pontificio, ha presidido este momento de oración que ha incluido danzas, testimonios y una adoración eucarística. Además, se empleó la sede, el ambón, el altar y los candelabros creados para la misa presidida por Benedicto XVI en la plaza del Obradorio el 6 de noviembre de 2010.
En su homilía –en la que reprodujo algunos pasajes de la exhortación apostólica ‘Christus Vivit’ del papa Francisco–, Marto hizo referencia a la peregrinación que los jóvenes han hecho por “diferentes itinerarios físicos” con “sacrificio y cansancio” y les alentó a vivir este “único camino espiritual el que os guio, os dio fuerza interior y os hizo peregrinos a Santiago” para vivir la PEJ. Lamentó que “muchos en Europa piensan que la fe es algo ya visto, que pertenece al pasado. La fe cristiana ya no es familiar para la mayoría de nuestros contemporáneos. ¿Y por qué? Porque no encontraron a Jesús en sus vidas; porque redujeron la fe a un moralismo o ritualismo, a un conjunto de verdades, leyes, obligaciones, prohibiciones y amenazas que Dios impuso sobre los hombros de los pobres mortales que caminan aquí en la tierra”.
Por ello, reivindicó que “el origen de nuestra fe no es una idea o un gran ideal, una verdad abstracta, una doctrina o una moda, sino la experiencia viva y gozosa del encuentro y de la presencia de Dios con nosotros en Jesucristo”. Por ello, a partir de la vocación de Santiago, el delegado destacó que “la mirada de Jesús no es una mirada neutra, anónima, fría, distante, superficial. Más bien es una mirada intensa, llena de afecto, ternura, solicitud y compasión que crea reciprocidad. Él siempre mira con los ojos del corazón y llega al corazón de cada uno. No masifica a la gente. Miraba a cada uno como único y cada uno se sentía amado por Dios, con sus debilidades y fracasos. Es una mirada de elección, gratuita, que se ofrece sin imponerse”. Citando a uno de los niños de Fátima, san Francisco Marto, destacó su visión mística en un joven.
Sobre la llamada de Jesús, el cardenal destacó que es una invitación “es a estar con él, experimentar la comunión de vida con él, conocerlo en una relación personal, conocer su mensaje y su misión”. “Esta es la vocación primera y fundamental. Esta amistad ofrece y llama a una nueva vida, abre a un nuevo futuro, da un nuevo rumbo a la vida”, añadió. Una amistad que se traduce, destacó, en “un servicio a los demás”. Por ello invitó a considerar la llamada al sacerdocio o la vida consagrada. “Si tú, querido joven, sientes esta llamada en tu corazón, tómala en serio, trata de discernirla y responde con generosidad. ¡No tengas miedo! ¡Es un regalo maravilloso!”, interpeló.En tercer lugar, destacó que todos son “enviados a llevar a todos el calor de la misericordia y del amor de Cristo”. “También hoy y aquí, Jesús nos llama y nos envía a ser sus testigos, a dar testimonio del Evangelio como Buena Noticia para la vida del mundo”, reiteró el cardenal.
“Queridos amigos, vivimos en una sociedad donde ser cristiano hace la diferencia. Se acabó la cristiandad –lo de ser cristiano por tradición–, pero no se acabó el cristianismo”, apeló. “Hoy vivimos en un mundo plural y pluralista, con las más variadas propuestas de vida, muchas de ellas lejanas o contrarias al Evangelio”, señaló, por eso invitó a practica el “contagio” del “testimonio gozoso, valiente y radiante de una vida de fe consecuente. Es la santidad de la vida cotidiana, en gestos sencillos y concretos, cuya belleza el papa Francisco nos invita a contemplar y practicar”, reiteró.
Jesús, concluyo el cardenal Martos, “en primer lugar, nos invita a ver con los ojos del corazón quién es nuestro Dios y nuestro prójimo; en segundo lugar, a llamar, con la fuerza de nuestro testimonio de vida cristiana, a otros jóvenes, nuestros amigos, que tal vez se alejaron o nunca tuvieron la oportunidad de acercarse a Él; y, finalmente, a seguir anunciando al buen Dios, que es Amor, y se hace presente en la vida de todos los que se cruzan con nosotros por medio de un simple abrazo, una caricia o simplemente un ‘aquí estoy’”.