El joven historiador publica el ensayo ‘Historia de los papas’, una lectura de las crisis que ha vivido la Iglesia a lo largo de dos milenios
Interesado en la cultura religiosa, el joven historiador Diego Sola, profesor y director del master en Historia e Identidades en el Mediterráneo Occidental (siglos XV-XIX) en la Universidad de Barcelona, acaba de publicar su ‘Historia de los papas’ (Fragmenta Editorial, 2022) en español y en catalán. Este ensayo, de poco más de 200 páginas, repasa la historia de la Iglesia desde una lectura de conjunto de las sucesivas crisis y purificaciones que tiene que afrontar la institución, en general, y sus pontífices, en particular. Tras este trabajo, el autor presenta ahora sus conclusiones en ‘Vida Nueva’.
PREGUNTA- Una de las críticas clásicas a la historia de la Iglesia es que quizá se he reducido a Roma o a los Estados Pontificio. ¿Por qué ofrecer una historia de los papas?
R.- Sí, la historia de la Iglesia, como tantos otros ámbitos de la historiografía occidental, ha pecado siempre de un gran eurocentrismo que, en el caso que nos ocupa, ha sido sobre todo un romanocentrismo (o italocentrismo). Volver a acercarse a la historia papal, en el tiempo de la historia global, es más necesario que nunca, porque podemos ver ese gran fresco de dos mil años de historia desde nuevas perspectivas. Aunque en el libro no he tratado, propiamente, una historia global de la Iglesia, porque se trataba de escribir un ensayo histórico sobre el papado, sí que he intentado conectar los procesos fundamentales de esa historia con aquellos que estaban sucediendo en el contexto histórico general, enmarcando el papado en corrientes de fondo más amplias, que no solo afectaban –aunque también– a Roma.
P.- La clave de lectura de estos dos milenios es la sucesión de crisis y reformas que afrontan los pontífices. ¿Es la Iglesia una institución en continuo estado de crisis?
R.- Por su larga historia la Iglesia ha vivido todo tipo de crisis: crisis de crecimiento, crisis de poder, crisis de cohesión interna, de divergencia ideológica o de credibilidad, entre otras. La mirada larga hace que veamos que la crisis es una constante en su acervo histórico, pero es natural cuando has existido durante casi veinte siglos. Diría que, en esta perspectiva amplia, los procesos que definen la historia de la Iglesia son los de crisis, cambio, transformación y continuidad. Todo ello al final informa de la capacidad de adaptación de la Iglesia –a menudo adaptación por necesidad de supervivencia– a los giros y cambios históricos de las sociedades donde ha arraigado o ha ejercido influencia.
P.- De todas las crisis que se analizan la de la reforma de Lutero es la más profunda, pero de las menos conocidas ¿cuál es clave para entender la Iglesia de hoy?
R.- Durante mucho tiempo se vio en la crisis de 1517, y en todo cuanto sucedió después, un episodio funesto para la Iglesia que era atribuido –desde la perspectiva romana– a fuerzas cismáticas que rompían con siglos de Tradición y con la propia doctrina. Un análisis histórico sosegado y desde la suspensión de las creencias, como el desarrollado en el último siglo, muestra que, más allá del credo de cada uno, aquella es una crisis de inquietudes, de descontento e insatisfacción en el momento que se forjaba una nueva identidad, el hombre moderno. La Reforma tiene una dimensión antropológica muy importante.
Para el presente, y salvando todas las distancias, aquella crisis informa bien sobre lo que supone el ‘cisma de la gente’, ‘de los fieles’, es decir, el abandono en masa de millones de personas de la Iglesia, en aquel momento para constituir otra nueva Iglesia. Aunque en las últimas décadas no ha habido un cisma como tal, doctrinal, la crisis de la secularización sí que ha provocado el abandono masivo de millones de fieles, por una nueva antropología y la transformación de los valores en Occidente y, particularmente, en los países más económicamente desarrollados. La Iglesia lo ha vivido antes, por razones diferentes, y puede reflexionar a través de la historia cómo da respuesta a las inquietudes de su propia sociedad.
P.- Aunque el libro es una ágil lectura de conjunto de la evolución histórica no se renuncia a analizar el papel o la personalidad de algunos pontífices. ¿Quiénes han sido un auténtico descubrimiento para usted?
R.- Alejándonos de los grandes nombres habituales de la historia papal, me quedaría con cuatro pontífices muy visionarios para su tiempo, con circunstancias muy diferentes cada uno de ellos: Silvestre II (papa entre 999 y 1003), que supo entender de la necesaria colaboración entre los poderes del Medievo occidental para construir un proyecto de ‘pax’ europea, que no acabó de cuajar; Inocencio XI (1676-1689), el gran papa que se enfrentó a Luis XIV, el Rey Sol, que vivió su ministerio con una sobriedad inusual en su tiempo y de algún modo preconizó la despolitización de la Iglesia; Benedicto XIV (1740-1758), un papa ilustrado del siglo XVIII que aceptó la revolución científica y se anticipó al futuro y entonces lejano diálogo de la Iglesia con la modernidad, que no se normalizaría realmente hasta León XIII, a finales del siglo XIX; y, finalmente, la figura de Benedicto XV (1914-1922), el papa de la Primera Guerra Mundial, que forjó el principio aún vigente de la neutralidad y pleno antibelicismo de la Iglesia católica (centrando su acción de guerra en la asistencia a las víctimas), una idea que a los papas le costó diecisiete siglos en asumir.
P.- En el ensayo llega hasta el propio papa Francisco. ¿Su reto es hacer frente a las sensibilidades que coexisten dentro de la Iglesia?
R.- Sí, ese es el gran reto, aunque diría que, más que hacer frente, el gran reto de Francisco es cómo integrar ese conjunto de sensibilidades, algunas de ellas antagónicas entre sí. Creo que la historiografía futura observará con mucha atención este pontificado, porque será un ensayo muy difícil de ese intento de convivencia e integración, con un desenlace aún desconocido.