El Papa rendirá cuentas de su pontificado, con las reformas económicas, curiales y antiabusos como bandera, en una cumbre inédita de cardenales en la que presentará ‘Praedicate Evangelium’ como hoja de ruta
Las vacaciones se han acabado. Al menos para los cardenales. Francisco ya dejó atrás su el parón de la agenda pública veraniega, que suele aprovechar para dar forma a documentos magisteriales que han de venir. Esta semana recuperaba el ritmo de audiencias y encuentros sin que su maltrecha rodilla logre frenar (casi) ningún plan, al menos, lo que a la hoja de ruta de reformas se refiere.
Prueba de ello son estos cuatros días con los que afronta el final del mes de agosto y a los que ha alistado a todo el colegio púrpura. Un maratón que arranca hoy con la creación de 20 cardenales -16 electores- que rezuma universalidad y marca horizontes para Episcopados como el norteamericano y continúa mañana con la escapada a L’Aquila que sigue desinstalando a los temerosos y a los deseosos de una renuncia.
Si la pandemia deslució la presencia masiva de purpurados en el consistorio de noviembre de 2020, hoy se prevé lleno en la Basílica de San Pedro. No solo porque busquen dar una afectiva acogida a los nuevos miembros del ‘club’. La respuesta masiva es fruto del mandato del Papa para participar el lunes y el martes en una cumbre inédita en el pontificado, solo comparable a la de febrero de 2019, cuando convocó a todos los presidentes de los Episcopados para marcar las líneas de actuación de la tolerancia cero con la lacra de los abusos.
Hasta la fecha han confirmado su participación 197 purpurados, una cifra nada desdeñable teniendo en cuenta que el colegio cardenalicio cuenta con 226 cardenales, de los cuales 132 son electores.
Algunos llegan a Roma buscando en la reunión un ajuste de cuentas con un papa que no acaban de digerir del todo bien por su empeño en desinstalar a todos y cada uno de su sillón, mitra o sede, según se mire. Sin embargo, se van a topar de bruces con un argentino que no busca ajustar cuentas con nadie, pero que sí se presentará ante los otrora príncipes con una redición de cuentas a la que pocas pegas le van a poder poner.
Complicado lo tienen quienes aterrizan estos días en el Vaticano para levantar la mano en la sala, pedir la palabra y arremeter contra la Iglesia misionera que trasciende las guillotinas morales, condena el capitalismo exacerbado y reivindica la Doctrina Social sin reducirla a principios ideologizados. Complicado, no porque no se les vaya a dar voz -faltaría en medio de un proceso sinodal-, sino porque todas estas quejas suenan a rabieta infantil en medio de la auditoria con la que llega Francisco bajo el brazo.
Y ese informe se llama ‘Praedicate Evangelium’, una constitución apostólica que oficialmente entró en vigor en junio, pero que Jorge Mario Bergoglio viene aplicando desde hace tiempo. El pontífice presenta ante sus hermanos las bases del encargo que recibió hace nueve años durante las congregaciones generales, cuando todavía no se sabía el nombre de quién ocuparía la sede de Pedro.
Durante las sesiones celebradas previas al cónclave, la preocupación entre los monseñores no era pequeña ni anecdótica. A la pérdida de fieles en Occidente por la creciente secularización y el relativismo, se unían los problemas de puertas para adentro. El desmadre en las cuentas vaticanas avecinaba una bancarrota que se aliñaba con una Curia desfasada e inoperativa, contagiada por los vicios que trae consigo ser un Estado dentro de otro Estado con no pocas lagunas negras.
El lunes, Bergoglio se dirigirá a los cardenales, sabiendo que no todo está hecho, pero sí parte. Sí, gran parte. Los cimientos irreversibles. El Papa ha acometido una reforma financiera estructural que ya se venía pidiendo desde el cónclave que eligió a Juan Pablo I, cuando a los monseñores ya les olía a chamusquina todo lo que ocurría en el IOR. Hoy, con el primer empujón frustrado del cardenal Pell y el empeño decidido del jesuita Juan Antonio Guerrero, se ha pasado de una de buena voluntad fallida, con manos interesadas que abusaban del cepillo y sobres que circulaban a discreción por las sacristías, o una profesionalización y gestión donde cada vez hay menos hueco para el pillaje.
Así pues, la ‘tolerancia cero’ contra la corrupción y los abusos se acercan más a una realidad que una utopía. Como la reforma de la Curia. Tanto los clérigos como los laicos que se habían convertido en una versión adulterada del funcionariado comienzan a ver cómo se les remueve la silla y los carreristas ven amenazadas sus ansias de poder, aunque solo sea porque ya no se firma una permanencia ‘ad eternum’ ni un ascenso automático.
Son solo algunos detalles de cómo Francisco ha pulverizado Roma con su particular ‘Sanytol’. Este producto higienizante se popularizó durante la pandemia como el remedio más eficaz para luchar contra la primera cepa del coronavirus en el hogar. Volaba de las estanterías de los supermercados a la misma velocidad que el papel higiénico y en pocas semanas, las marcas blancas buscaron hacerle la competencia. Porque la constancia de que limpiaba de lo lindo cundió.
Y ese parece ser el efecto que busca el Papa con esta cumbre púrpura. Porque la aplicación romana y global de ‘Praedicate Evangelium’ no puede depender únicamente de un señor vestido de blanco. Poco más puede hacer aquel que en estos días les va a recordar a sus compadres que se gobierna con la cabeza y el corazón y no con las sillas de ruedas. Si ellos no arriman el hombro, antes o después las medidas antiabusos destaparán nuevas pifias, las finanzas se enrojecerán a pasos agigantados y la Curia se enquistará como un cortijo a merced de sus mercaderes.
En sus manos está hacer suya esta reforma o continuar hablando en vaticanés, ese dialecto eclesial que pasa por asentir con la cabeza y la sonrisa que se seguirán las instrucciones para, una vez abandonada la sala, dejar que todo siga igual a través de una huelga de brazos caídos sea en un dicasterio o en una diócesis. Porque a los cardenales que ejercen en las Iglesias locales les toca replicar estos cambios estructurales en sus respectivos países. En no pocas Conferencias Episcopales se han dado similares actitudes antes el pontificado del primer Papa argentino de la historia. Algunas han jugado a surfear sin profundizar por miedo a la resistencia.
Otras, directamente no han movido un dedo, esperando a que todo pase mientras se incluyen estratégicamente citas de Francisco en los documentos y cartelería para parecer que se respaldan las reformas e introducir palabras clave en las homilías como ‘Iglesia en salida’, ‘Iglesia misionera’, ‘balconear’ o ‘sinodalidad’.
En definitiva, en estos cuatro días, los cardenales tienen en sus manos elegir si hacen de ‘Praedicate Evangelium’ su hoja de ruta con el certificado de calidad que ya ha probado Francisco en no pocos artículos ya ejecutados, o se pierden en la inercia de las polémicas vanas, que no son mediáticas, sino eminentemente clericales. ¿Las consecuencias de esta deriva que huye del ‘Sanytol’ de Bergoglio cual bacteria o virus andante? La Iglesia estrujará su credibilidad en medio de un mundo que no parece darle muchas oportunidades para que la recobre.