Vaticano

Cumbre de cardenales: Nihil obstat e imprimatur púrpura a la reforma de Francisco

La asamblea refrenda ‘Praedicate Evangelium’ sin enmiendas, pero con aclaraciones sobre el liderazgo de los laicos y la duración de los mandatos vaticanos





Ayer no hubo votación en el aula sinodal. Tampoco hizo falta. Ni tan siquiera aprobación por aclamación. El visto bueno a la constitución apostólica ‘Praedicate Evangelium’ que dieron durante la primera jornada los purpurados que intervinieron, se tradujo en un respaldo explícito en la recta final de la cumbre extraordinaria de dos días convocada por Francisco.



El Papa no buscaba ovaciones, pero sí complicidad con este encierro de dos días. O mejor, implicación para que la Carta Magna no se quede en la estantería, sino que tenga su réplica púrpura en la Iglesia universal. Para abrir procesos, para consolidar procesos. Para procesar.

Más relajados

Despejada cualquier duda sobre una imaginada sorpresa que nunca llegó ni llegará pasado mañana, a los casi doscientos convocados se les veía más relajados. Y aquello se animó en los turnos de intervenciones. No para enmendar, sino para aclarar dudas. Fueron las cuestiones que se repetían tanto en los doce grupos lingüísticos -dos en español, dos en francés, cuatro en inglés y cuatro en italiano- como en la asamblea general.

Por ejemplo, sobre la necesidad de profesionalización y duración de los contratos vaticanos tanto para evitar jefes anquilosados como sacerdotes que se resisten a sacarse el billete de vuelta a su diócesis. La nueva norma no deja lugar a dudas: fichaje por cinco años al frente y solo una renovación.

¿Los laicos hasta dónde?

Hubo quien necesitó reconfirmar donde sí y dónde no podrán mandar los laicos. Está claro que habrá un padre de familia o una monja al frente de la Congregación del Clero o de los Obispos. Peor alguno necesitaba escucharlo tal cual. Y para tranquilidad de vete tú a saber quién, se explicó en varios momentos que no es lo mismo autoridad de gobierno que sacramento del orden.

“Nos hemos escuchado en comunión. La Iglesia debe avanzar y responder a las situaciones nuevas”, aseveraba el arzobispo de Viena, Christoph Schönborn, del que pocos esperarían a estas alturas que se desmarcase de las reformas bergoglianas. Pero sí sorprendió a más de uno los elogios del purpurado de Nueva York, Timothy Dolan, que ha llegado a calificar de “extraordinariamente edificante” la cumbre.

La sinodalidad a escena

Algo más entretenido estuvo el diálogo sobre el Sínodo de la Sinodalidad. Algunos cardenales pedían más fuelle teológico al asunto, mientras que otros defendían que las primeras comunidades cristianas ya eran sinodales. Y por si no les convencía, el Vaticano II no dejaba lugar a dudas de esta vía. Ahí sí intervino Francisco, para desterrar que el palabrejo fuera una ocurrencia suya: aquello ya estaba inventado de lejos.

En su homilía final, Francisco se buscó el referente inexcusable para apuntalar su proyecto renovador. Pablo VI y su ‘Ecclesiam suam’ conciliar, al que citó como si fuera suyo: “Es la hora en que la Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, de su propio origen, de su propia naturaleza, de su propia misión”.

Sin dardos verbales

Aclaradas las dudas, ruegos, preguntas y sugerencias más que justificadas , lo cierto es que la ausencia de dardos verbales envenenados contra el anhelo de Bergoglio para que todos se arremanguen con tal de ‘Predicar el Evangelio’ regalas pistas en el complicado sudoku mental de los resistentes al cambio.

Los díscolos parecen quedar algo -o muy- deslegitimados, en tanto que aquel al que cuestionan les ha dejado el micrófono abierto durante 48 horas y ellos han optado por el silencio cara a cara. Poco margen de autoridad les queda si en un par de semanas o meses vuelven a las andadas firmando cartas o retroalimentándose en grupos de Whatsapp, cual padres de colegio quejándose porque la fila ya no se hace en el patio sino en el techado.

El volumen de la resistencia

A la par, su descafeinada crítica a pecho descubierto redimensiona y delimita el volumen de una resistencia que lleva varios años presentándose como hegemónica, pero que parece inexistente, lo que avalaría la tesis de quienes vienen de defendiendo que, sin existir una oposición significativa en número, sí contaría con el aparataje mediático -tanto en las plataformas clásicas como en las digitales-, como parecerlo. Lo suficientemente armado como para ejercer de ilusionistas con un truco que intenta hacer suculento lo insípido. Como las freidoras de aire caliente.

Quizá a los que se mantienen todavía al margen se dirigió en la misa de envío en la basílica de San Pedro. Aquellos que creen que “hoy la Iglesia es grande, es sólida, y nosotros estamos colocados en los grados eminentes de su jerarquía”. A todos, llamó a un examen de conciencia con el que cerró el no cónclave, con unas preguntas, que de tomarse en serio, requerirían de un proyecto de vida: “Quisiera preguntarles a cada uno. ¿Cómo va nuestra capacidad de sorprendernos? ¿La hemos perdido? ¿Somos capaces de vivir en el estupor?”.

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