Vaticano

Aval cardenalicio a la reforma de Francisco





Una eucaristía solemnísima, con el número de cardenales reunidos más alto de la historia, fue la conclusión de los dos consistorios convocados por el Papa entre el 26  y el 30 de agosto, con una escapada dominical a L’Aquila de por medio. El primero, para crear a 20 nuevos purpurados. El segundo, para profundizar en el significado y las consecuencias de la constitución apostólica ‘Praedicate Evangelium’.



Revestidos de verde y con mitra blanca, los miembros del Sacro Colegio rodearon el altar de la confesión en la tarde del martes 30 de agosto para concelebrar la misa presidida por el Santo Padre –sentado en el cuadrante cercano a la estatua de Longinos– y oficiada por el nonagenario cardenal Re, decano del Colegio. Unos 4.500 fieles asistieron a la ceremonia, en la que también participó el Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede.

Con voz firme y potente, Jorge Mario Bergoglio pronunció su homilía, basada en el  sentimiento de “estupor”. “El estupor –dijo– es una actitud fundamental del corazón y del espíritu”. Era la antesala de un particular examen a cada uno de los presentes: “Quisiera preguntaros a cada uno de vosotros, a vosotros, queridos hermanos cardenales y obispos, sacerdotes, consagrados y consagradas, Pueblo de Dios: ¿cómo va tu estupor? ¿Sientes estupor algunas veces o te has olvidado de lo que significa?”.

Camino de salvación

“Este estupor, hermanos –prosiguió– es un camino de salvación. Que Dios nos lo conserve siempre vivo porque nos libra de la tentación de sentirnos a la altura, de sentirnos eminentísimos, de nutrir la falsa seguridad de considerar que hoy, en realidad, la Iglesia es grande, la Iglesia es sólida, y nosotros hemos sido puestos en los grados eminentes de su jerarquía –nos llaman eminencias–”. Con esta advertencia de base a los purpurados, continuó a modo de consejo: “Sí, hay algo de verdad en esto, pero hay también tanto engaño con el que el Mentiroso de siempre intenta mundanizar a los seguidores de Cristo y hacerles inocuos”.

Recordó inmediatamente a san Pablo VI y su amor por la Iglesia para instarles a no ser “solamente implicados o participantes” y, en cambio, ejercer de “corresponsables”. Y citó la encíclica programática de su pontificado, la Ecclesiam suam, para concluir que un ministro de la Iglesia está  “dispuesto a servir su misión donde y como quiere el Espíritu Santo”. “Así era el apóstol Pablo…”, apuntó como modelo a su Colegio Cardenalicio.

Clima fraterno

Mientras la basílica se llenaba de cantos de alabanza, se hizo público un comunicado sobre la reunión de los cardenales. Un texto escueto y mísero, indigno de un acontecimiento tan importante para la vida de la Iglesia. En diez líneas (ni una más) se informaba de que han asistido “en un clima fraterno” unos 200 cardenales, patriarcas orientales y superiores de la Secretaría de Estado”; divididos en grupos lingüísticos, se han confrontado “libremente sobre muchos aspectos relativos a la Constitución y a la vida de la Iglesia, mientras la última sesión de este mediodía  ha sido dedicada al Jubileo sobre la Esperanza de 2025”. En este caso, desde luego, pudimos constatar el “estupor” –en su otra acepción menos positiva– de muchos de nuestros colegas.

Poco después, Salvatore Cernuzio recogía en Vatican News las opiniones de los cardenales Filoni, Schönborn, Czerny y Kasper. Este último ha calificado el clima de la reunión como “sereno y pacífico”. “Verdaderamente, me ha impresionado el clima que se respira. Todos hemos agradecido al Para sus proféticas palabras”, aseveró el curtido purpurado germano. Impresiones similares a las del arzobispo de Viena, Schönborn. A un grupo de periodistas les garantizó que “se escucha y hay mucha comunión, disposición a la escucha. Los nuevos cardenales informan sobre la situación de sus países y esto es un enriquecimiento”.

El cardenal español Juan José Omella destacó que “no ha sido un precónclave; se ha estudiado la Constitución de la Curia”. Más allá fue el alemán Brandmüller, quien, en su intervención, pidió que sea exigible a cualquier elegido como nuevo papa trabajar en la Curia. Se descartaría así, como en el caso actual, a alguien llegado de las “periferias”.

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