En 2013, cuando Jorge Mario Bergoglio fue elegido papa, el cardenal brasileño Cláudio Hummes, sentado a su lado, le susurró: “No te olvides de los pobres”. Esa frase palpitó en el hasta entonces arzobispo de Buenos Aires cuando le preguntaron qué nombre quería adoptar como papa. Fue así como brotó en él el nombre de Francisco, en homenaje al gigante de Asís.
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Un siglo antes, cuando Albino Luciani, nacido el 17 de octubre de 1912 en Forno di Canale, era apenas un niño en el que nacía la vocación, su padre, Giovanni Luciani, un albañil que había tenido que emigrar a Suiza y Alemania para trabajar como temporero, no estaba muy convencido. Militante socialista, veía con escepticismo cierto tipo de catolicismo que él veía alejado de los últimos. Pero, anteponiendo el amor por su hijo primogénito, le escribió una carta en la que le daba su aprobado y un consejo: “Espero que, cuando seas cura, te pondrás de parte de los pobres y los trabajadores, porque Cristo estuvo de su parte”.
Cumplió su promesa
Esta anécdota, recuperada en el libro ‘Diccionario de los Papas y los Concilios’ (Ariel), coordinado por Javier Paredes, ilustra a las claras quién fue quien, el 26 de agosto de 1978, sería elegido papa con el nombre de Juan Pablo I.
Murió apenas 33 días después (cuando recogieron sus enseres, ahí estaba la carta), pero “el Papa de la sonrisa” encarnó la promesa a su padre en todo tipo de personas excluidas (víctimas del alcoholismo, la prostitución o la pobreza) durante toda su vida como sacerdote, obispo, cardenal… y pontífice.