“Vivió con la alegría del Evangelio, sin concesiones, amando hasta el extremo. Él encarnó la pobreza del discípulo, que no implica solo desprenderse de los bienes materiales, sino, sobre todo, vencer la tentación de poner el propio ‘yo’ en el centro y buscar la propia gloria. Por el contrario, siguiendo el ejemplo de Jesús, fue un pastor apacible y humilde”. Así ha definido hoy el papa Francisco a Juan Pablo I durante la ceremonia de beatificación de Albino Luciani (1912-1978).
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En su homilía, partiendo del Evangelio de hoy (Lc 14, 25) –Jesús estaba en camino hacia Jerusalén y junto con Él “iba un gran gentío”–, Bergoglio ha recordado, citando su ‘Opera omnia’, que Luciani “se consideraba a sí mismo como el polvo sobre el cual Dios se había dignado escribir”. Por eso, decía: “¡El Señor nos ha recomendado tanto que seamos humildes! Aun si habéis hecho cosas grandes, decid: siervos inútiles somos” (audiencia general, 6 septiembre 1978).
Para Francisco, “el Papa Luciani, con su sonrisa, logró transmitir la bondad del Señor”. “Es hermosa una Iglesia con el rostro alegre, sereno y sonriente, que nunca cierra las puertas, que no endurece los corazones, que no se queja ni alberga resentimientos, que no está enfadada ni es impaciente, que no se presenta de modo áspero ni sufre por la nostalgia del pasado”, ha completado.
Por ello, ha pedido a toda la plaza de San Pedro, donde llovía a cántaros, rogar “a este padre y hermano nuestro, pidámosle que nos obtenga ‘la sonrisa del alma’; supliquemos, con sus palabras, aquello que él mismo solía pedir: ‘Señor, tómame como soy, con mis defectos, con mis faltas, pero hazme como tú me deseas’ (audiencia general, 13 septiembre 1978)”.
Amar como Juan Pablo I
Francisco, durante su sermón, ha hecho hincapié en la necesidad de “mirarlo más a Él que a nosotros mismos, aprender a amar, obtener ese amor del Crucificado”. “Allí vemos el amor que se da hasta el extremo, sin medidas y sin límites”, ha añadido. Parafraseando al quinto Papa del siglo XX que llega a los altares, ha insistido en que “nosotros mismos somos objeto, por parte de Dios, de un amor que nunca decae”.
Asimismo, ha recalcado también la necesidad de amar, porque, como dijo también Juan Pablo I –cuya festividad litúrgica será celebrada cada 26 de agosto– “si quieres besar a Jesús crucificado no puedes por menos de inclinarte hacia la cruz y dejar que te puncen algunas espinas de la corona, que tiene la cabeza del Señor” (audiencia general, 27 septiembre 1978).
Biografía del Papa Luciani
Antes de tomar la palabra Francisco, el obispo de Belluno-Feltre –diócesis de Luciani–, Renato Marangoni, agradeció a Francisco que lo elevara a los altares. Por su parte, el cardenal Beniamino Stella, postulador de la causa de beatificación de Albino Luciani, presentó la biografía del histórico patriarca de Venecia que apenas permaneció 33 días como Sucesor de Pedro.
Así, también dio cuenta del proceso de beatificación, que comenzó en 2002, cuando el entonces obispo de Belluno-Feltre, el salesiano Vincenzo Savio, inició el procedimiento diocesano, que se prolongó hasta 2007. El 17 de octubre de 2016 se llevó toda la documentación a la Congregación para las Causas de los Santos y el 8 de noviembre de 2017 Francisco convirtió a su antecesor en venerable.
Un milagro llamado Candela
Ese mismo año, concluyó en Buenos Aires la investigación diocesana sobre el milagro ocurrido en 2011. Entonces, Juan José Dabusti, sacerdote de la Arquidiócesis de Buenos Aires, fue llamado por una madre, Roxana Sosa, para ir al lado de la cama de su hija moribunda de 11 años, Candela Giarda, que padecía una epilepsia refractaria maligna.
Tenía neumonía, shock séptico y no pensaron que sobreviviría a la noche. Él le pidió al Señor, por intercesión de Juan Pablo I, que curara a Candela. Al día siguiente, Roxana fue a la parroquia y le dijo que su hija presentaba claros signos de mejoría. Fue el 13 de octubre de 2021 cuando Francisco autorizó el Decreto sobre el milagro.
Por su parte, Lina Petri, la sobrina de Luciani, ha llevado la reliquia hacia el altar. Esta es un texto firmado a mano por el propio Juan Pablo I en el que reflexiona sobre las tres virtudes teologales –fe, esperanza y caridad–.